LUKE nº 180 septiembre-octubre 2017

Javier Menéndez Llamazares

Lector ensimismado

Lector ensimismado
Cuadro: Pablo Gallo - "Lector ensimismado"

Lo tengo enfrente,
Al fondo de mi cuarto.
Lee con atención
Como si le fuera la vida
En las páginas.
Yo entro y salgo,
Y ni me mira.
Me cambio,
limpio el polvo,
escribo mis artículos
monto jarana
pataleo
le pongo a Los Deltonos
A todo volumen
Y no me hace ni caso.
Le pregunto
qué es lo que lee,
qué puede haber tan interesante
para no distraerse
ni un segundo.
Pero no me contesta
Le hablo
y él me ignora.
Inmóvil,
Arreglado,
Como listo para salir,
Pero sentado en su silla
Concentrado en su lectura,
Y aunque sé que lleva así cuatro años,
Ensimismado
Desde el mismo día
en que lo pintó
Pablo Gallo,
Yo no me resisto
A volver a intentarlo.

Javier Menéndez Llamazares

Supongo a principios de la década era casi imposible transitar por los caminos del libro independiente y no toparse con Pablo Gallo, pero yo no lo descubrí hasta principios de 2012. Por entonces, el gallego ya estaba afincado en Bilbao, había publicado un par de libros y llevaba pintados varios centenares de cuadros, pero para mí supuso toda una revelación descubrirle en el blog de algún amigo –ya no recuerdo cuál–, justo cuando empezaba a ilustrar portadas como las de las revistas Quimera o La Bolsa de Pipas.

Maduro en sus formas y sorprendente en su propuestas plásticas, Gallo parecía haber fusionado lo mejor de la estética de Hopper con el surrealismo de Magritte; casualmente, dos de los artistas que más admiro. Y sus coordenadas temáticas resultaban tan inusuales como atractivas: la serie B, el rock, la cultura popular en todas sus formas… y la literatura. La literatura como fábrica de mitos, pero también como centro de la vida. Su serie 'Relecturas', cuadros de acrílico sobre lienzo pintados entre 2009 y 2010 me dejó fascinado. Tanto, que no pude reprimir el impulso de contactar con él. Tenía que ver esos cuadros.

Pocas semanas más tarde, mi hijo y yo le visitábamos en Bilbao. Aquellas piezas eran incluso mejores al natural. Y Pablo, con sus trazas de rockero, terminó de conquistarnos. Ambos regresamos a Santander impresionados con una serie de retratos de lectores; como modelo, había posado él mismo, y para las figuras femeninas, Ainara, su chica.

Uno de aquellos cuadros nos había impresionado especialmente; era un lienzo en vertical de metro y medio de alto, en el que un hombre sentado y vestido de traje no levantaba la vista de su libro. Incluso habíamos preguntado el precio, que escapaba a nuestro modesto presupuesto. Sin embargo, queríamos volver a verlo cuanto antes a aquel 'Lector ensimismado'.

No hizo falta insistir demasiado para convencer a Paz Gil y organizar una exposición en su librería. Pero justo entonces estábamos inmersos en la organización de Flic!, una feria del libro independiente, y como imagen promocional propuse utilizar el cuadro de Gallo, que aparecería en portada de los trípticos informativos, en los carteles anunciadores y, sobre todo, en las enormes serigrafías de más de metros de altura que flanqueban las entradas de la plaza Porticada, donde se instaló la feria. A la vez, en la librería Gil podía visitarse la exposición del artista, que incluso vino para la inauguración y ofreció un recorrido guiado.

El éxito del cartel fue tal, que decenas de personas intentaron comprar las reproducciones ampliadas, que por desgracia no podían desmontarse de los caballetes sin romperse. Y a sus cuadros expuestos en Gil les salían cada vez más cartelas de 'vendido'. Mi hijo, que ya empezaba a ponerse nervioso, aprovechó un descanso en la feria para comentarme muy seriamente: «Papá, tengo ahorrados casi cincuenta euros. ¿Tú crees que Pablo nos lo vendería a plazos?». A los doce años, todo parece posible.

La verdad es que nosotros no éramos coleccionistas, nunca habíamos comprado una pieza original, y nuestro presupuesto no alcazaba ni para el tres por ciento del precio. Pero aún así hablamos con el pintor, que nos dio muchas facilidades.

Aquel verano no compramos ningún libro, ningún disco y ni siquiera nos fuimos de vacaciones, pero el día que llegó el cuadro –nuestro primer cuadro–, fue una auténtica fiesta. 'Documentamos' fotográficamente todo el proceso de desembalado y colocación, eligiendo la mejor pared de la casa. Hasta la santísima televisión quedaría desplazada para que el 'Lector ensimismado' presidiera el salón.

Y desde el primer, el cuadro tuvo vida propia. Levantabas la vista y allí estaba, aunque no te hiciera ni caso. Mi mujer, de hecho, se llevó varios sustos cuando, con el rabillo del ojo, le pareció que había alguien en el salón. Pero poco a poco nos fuimos acostumbrando a su presencia, silenciosa y discreta, pero constante. Uno más de la casa.

Lo que nunca conseguimos, y mira que Javi y yo lo intentamos, fue que el muy puñetero sacara los ojos del libro y nos dirigiese la mirada. ¿Qué leería tan interesante? Ni siquiera levantó la vista cuando, un año más tarde, y convencidos de que no es bueno que el hombre esté solo, encargamos a Pablo Gallo una compañera lectora, también en acrílico sobre lienzo, y la situamos justo al lado.

Aún así, no perdemos la esperanza de que, en algún momento, nuestro lector termine el libro y nos pida que le traigamos uno nuevo.