LUKE nº 177 marzo-abril 2017

Kepa Murua

Lo que veo yo cada noche

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Somos parte de la existencia
de una que nos contiene
en su totalidad
pero inacabados.
Parte de un devenir
sin nada a cambio.
De una vida que nos mantiene
fijos a la tierra
respirando partículas de aire
que brillan en nuestros pulmones.
Corazones interiores maniatados
a las profundidades de la carne.
A las acometidas del deseo
para ti, para mí
como para nadie.
Para ti lo que acaba
porque muere.
Para mí lo que sigue
porque empieza.
Para él lo que termina
porque es simpleza.
Somos polvo
porque amamos.
Amor que claudicamos
en la espera.

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La búsqueda incesante nos traiciona.
No lo sabemos pero nos traiciona.
Nos hace gritar nuestro nombre
a los cuatro vientos
pero en el eco difuso del paisaje
todo se calla y adormece.
Todo se calla
porque el mundo se para
tras una pregunta
solitaria y extraña.
¿Somos hombres
o somos miseria y hambre?
¿Mujeres o alimento
desperdigado en la faz de la tierra?
La búsqueda no es definitiva
pero nos confunde
y nos enreda
porque nos deslumbra
con sus luces de colores
y los susurros de alegría
cuando en verdad
son de pena.
Somos lo que tenemos en la boca.
Lo que vemos con los ojos
mientras respiramos de nuevo
y perseguimos sin remedio
aquello que pensando que nos toca
la vida nos roba
a medida que crecemos.
Y así nos hacemos viejos
hasta sufrir la derrota
que lleva implícita esa búsqueda
donde nos encontramos
cansados y agotados
esperando que la muerte
no sea un pozo sin fondo
y que la vida sea
un último sorbo de esa sed
–aunque sin agua–
infinita para nosotros.

*******

Y entonces supiste de la derrota
como quien alguna vez obtuvo
la felicidad momentánea.
Una realidad extraña, dura
como la piedra, porque no fue
por culpa de los demás
que aún te querían, sino por ti,
que respirabas aire contaminado
desde las uñas del amor
hasta los pies del abandono
como otros pronuncian palabras
atacadas por el desánimo
y aparentemente dulces.
Entonces cuando lo supiste
ya no había remedio.
Ya no había vuelta atrás
y tampoco podrías huir de todos
porque no fueron ellos los culpables
sino tú, tu único adversario.
Tú que vivías del aire
con palabras aparentemente sabias
que crecían desde tu cuerpo
abandonándote cuando sin más salían.
Entonces no pudiste hacer otra cosa
que volver a mirarte en el espejo.
Había aire en medio. Un aire
pegajoso como el que une las vocales
y las consonantes, duras como la piedra,
de tu nombre a tu rostro.
Pero ahí no había nadie reconocible.
Nadie. Solo aire.

Ficha técnica

Lo que veo yo cada noche
Luces de Gálibo
Colección: poesía, 27
Barcelona, 2017
Número de páginas, 300
PVP: 18,00 €
ISBN: 978-84-15177-44-5