LUKE nº 177 marzo-abril 2017

El sujeto social y la palabra incendiada en dos fragmentos de Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos

Manuel Felipe Álvarez-Galeano

La novela comienza arrojando marcas directas con el concepto del realismo social, ya que se explicita el empleo de un monólogo interior que, además, plantea una respuesta ante un esquema social machista ejemplificado en la denuncia de una señora hacia un hombre que abandonó a Dorita ...

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Es cuestión de no pensar en nada, de fijar la mirada en la pared, de hacer otro dibujo
Juan Martín-Santos

La novela Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos suscita, de entrada, un acercamiento conceptual y crítico del realismo social digno de la literatura de posguerra, luego de la Guerra Civil Española de 1939 que sugirió una dinámica de ruptura y rebeldía, muy a la manera de las voces sublevadas en América Latina durante las dictaduras. Inicialmente se presenta una complejidad en cuanto a la asunción del concepto de realismo, ya que sugiere una recepción denotada desde la crítica y no tanto desde una intencionalidad arraigada y consecuente con una alguna tendencia por parte del autor. No obstante, hay ciertas actitudes que permiten entrever una orientación estética recurrente y que responde a un momento y a un espacio precisos. Dicha obra se reconoce como coyuntural y donde decae el realismo de posguerra, por tanto, se asume como un empalme entre esta tendencia y lo que Martínez et al (1999, p. 345) asumen como la obra que inicia la invasión de la novela hispanoamericana, La ciudad y los perros, de Vargas Llosa.

La novela comienza arrojando marcas directas con el concepto del realismo social, ya que se explicita el empleo de un monólogo interior que, además, plantea una respuesta ante un esquema social machista ejemplificado en la denuncia de una señora hacia un hombre que abandonó a Dorita, la nieta de esta: “El caso es que nos hemos defendido solitas las dos con alguna ayuda ocasional y transitoria que si hubiéramos tenido al parásito ese, padre de mi nieta” (Martín-Santos, 1987, p. 22). En este caso, se evidencia, de tal manera, una fijación en el enfisema de la precariedad económica, el cual hablaría de una ostentación de la dignidad humana que se fija como una actitud propia de este tipo de realismo, según lo estiman Grande y Rey (1999, p. 457), refiriéndose a esta novela y aseguran que la misma sumerge al sujeto en “un producto que desde el punto de vista de la dignidad humana es un producto absurdo y dramático: un subhombre”. Esta explicitud de la difícil situación económica plantea una crítica directa a la sociedad española de tales tiempos que se concreta más adelante cuando la abuela refiere: “Yo no tenía dinero para comprar los muebles y empezar a tirar, así que tuve que echarme a la calle y visitar a todos los compañeros de mi marido”. (Martín-Santos, 1987, p. 23).

El lenguaje empleado en esta obra es consecuente con el modelo social que representa: una abuela quejumbrosa que desea con ahínco el bienestar de su nieta y con escasos recursos económicos. La originalidad parte de que Martín-Santos deja que los personajes tengan la soltura que exigen y, así, desplieguen su propia voz. Grande y Rey (1999, p. 439) simplifican la noción al asegurar que: “La originalidad lingüística de Tiempo de silencio no obedece, por lo general, a razones ornamentales, sino estructurales”. En este caso la razón sería la necesidad de concordancia entre la voz de los personajes y la respuesta al contexto que implícitamente representa. Ese juego de verosimilitud ubica al sujeto social en la dicotomía entre el tópico subjetivo y el paradigma social del comportamiento, por tanto Martínez et al (1999, p. 345) citan de otros estudiosos la idea de que Martín-Santos “empleaba distintos registros humorísticos. Introducía el subjetivismo narrativo, admitía que no son solo condicionamientos sociales los que determinan el comportamiento de la persona”. Ante esto, puede decirse que hay un tono humorístico, burlesco y, por ende, cercano al habla popular, postrado en la imagen de la abuela en aseveraciones como “Hay que reconocer que el afeminamiento del padre visto en la hija hace bien” (Martín-Santos, 1987, p. 23).

Debe estimarse que este análisis comprende una obra que reluce cuando hay un agotamiento de la corriente realista durante la década de los sesenta y que encuentra en esta un rutilante resurgimiento por medio de una reformulación del ideal realista que se compenetra con un juego de verosimilitud:

“A lo largo de los sesenta se detecta la fatiga de los modos realistas y la inoperancia de la dimensión política de este proyecto. En el proceso de transformación de la estética del medio siglo tiene un lugar destacado Tiempo de silencio (1961) novela que a la vez que cierra el camino de la tendencia social-realista, abre nuevos rumbos” (Martínez et al, 1999, p. 337).

Una de las nociones que esta novela adopta de los paradigmas estéticos concernientes al realismo de la posguerra de los años cuarenta es la cruda percepción de la guerra. En los fragmentos referidos para este estudio se germina una concepción intrínseca de la belicosidad de la política y que surge como efusión creativa escudada elocuentemente en el sano recurso de la verosimilitud: “Con trozos de manta que utilizó en su día el ejército de ocupación” (Martín-Santos, 1987, p. 50). Este fragmento es el preludio de una descripción de lo que es la vida burguesa, la cual se toma para denunciarse en este tipo de realismo con una herramienta comparativa entre las sociedades que se contrastan para describir socialmente la naturaleza humana y que acude a un personaje, Pedro en este caso, para exponer la dicotomía de la que ya se habló entre el individuo y su ocupación en lo social: “Que de las ventanas de las inverosímiles mansiones pendieran colgaduras, que de los techos oscilantes al soplo de los vientos colgaran lámparas de cristal de Bohemia” (Martín-Santos, 1987, p. 50) y continúa en una postura más reflexiva: “Eran fenómenos que no podían sorprender a Pedro ya que este no era ignorante de los contraste de la naturaleza humana” (Martín-Santos, 1987, p. 50).

Ante este carácter trascendental y extrínsecamente elocuente se configura una posible visión de vida o postura social por parte del autor. Puede asergurarse dentro del parámetro de una denuncia social que atisba directamente en esa trascendencia del protagonista individual que se constituye por uno colectivo, la cual se estima como actitud propia de esta generación fraguada en el realismo, ya que Pedro se constituye en la novela como un sujeto que piensa la sociedad y se atreve a cuestionarla, tal como explica Martínez et al (1999, p. 340): “La vicisitudes que llevan a Pedro, joven intelectual e investigador, a renunciar a una actividad prometedora y a refugiarse en una autodestrucción”. Ante esto, Grande y Rey (1999, p. 435) comprenden un estudio del análisis social, específicamente en el tema de la distribución de la riqueza, y estima un carácter ligeramente denunciante, tal como se manifiesta en el contraste que hace de las clases sociales particularizado en la imagen de la mujer: “presuntamente cubierta con cofia de doncella de buena casa a la hija de familia que allí permanecería por ser inútil incluso para prostituta” (Martín-Santos, 1987, p. 51). Esta descripción irónica es propia de esta tendencia estética, por medio de una crítica a la estructura social y en virtud de la palabra como arma de combate, más allá de que no sea estrictamente explícita la relación.

En tanto la denuncia se forja como estandarte en este tipo de obras, se manifiesta una trascendencia reflexiva en el individuo, a la sazón de Mauricio Babilonia en Cien años de soledad o en el personaje Federico en La tejedora de coronas de Germán Espinosa. Todo se mengua desde el campo de esencial subjetividad hasta la acepción de un sujeto social muy propia de la literatura posterior a la Guerra Civil, por tanto, no es necesaria una división sesgada entre las literaturas de España y América Latina. Las voces que se elevan en dicho momento son semejantes, desde un planteamiento estético y temático, a las sublevaciones artísticas surgidas como reacción a las dictaduras. Martín-Santos es asumido, bajo esta índole definitoria, por Grande y Rey (1999, p. 436) como un escritor social que se confronta en la dicotomía de saberse comprometido con el asunto cultural y, a su vez, con las dinámicas trasgresoras de los oprimidos. Esa búsqueda que se logra en esta obra, con flagrante sagacidad, resume que sea una novela: “social, culta y libre” (Grande y Rey, 1999, p. 435).


Bibliografía
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MARTÍN-SANTOS, Luis (1987), Tiempo de silencio, Barcelona, Seix Barral.
MARTÍNEZ CACHERO, J.M, SANZ VILLANUEVA, S. e YNDURÁIN, D. (1999), "La novela: Introducción", En Historia y crítica de la literatura española (Coord. Francisco Rico), Vol. 8, Época contemporánea: 1939-1975 (Coord. Domingo Ynduráin), Barcelona, Crítica, pp. 318-352.
REY ÁLVAREZ, A. y GRANDE, F. (1999), "Significado y estilo de 'Tiempo de silencio'”, En Historia y crítica de la literatura española (Coord. Francisco Rico), Vol. 8, Época contemporánea: 1939-1975 (Coord. Domingo Ynduráin), Barcelona, Crítica, pp. 435-448. Metamorfosis del realismo en la novela española Ana Rodríguez
-Fischer Mª José Rodríguez Mosquera 3 - REY, A. y MAINER J.C. (1999), "Luis Martín-Santos", En Historia y crítica de la literatura española (Coord. Francisco Rico), Vol. 8/1, Época contemporánea: 1939-1975 (Coord. Santos Sanz Villanueva), Barcelona, Crítica, pp. 474-480.