LUKE nº 177 marzo-abril 2017

Kerman Arzalluz

En las distancias cortas: Suave

La dificultad técnica tiene que ver con la velocidad y precisión a la que uno desplaza los dedos por el mástil pero también tiene que ver con otros parámetros como la cadencia, el ritmo -¡siempre el ritmo, qué importante es el ritmo en todo!, el empaste, incluso elementos difícilmente mensurables en términos técnicos –y difíciles de aprender- como la capacidad de “llegar”, de transmitir.

trío alma

Siempre es un placer acudir a las matinés de la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Por eso me hace ilusión cuando Oscar López o Itziar Prieto, a la sazón, violinistas titulares de la O.S.E. y buenos amigos, me comentan que tal sábado va a tocar Kaabestri o el Trío Alma, agrupaciones de las que forman parte él y ella, respectivamente. A veces, ni siquiera intervienen ellos, me informan de que la programación de tal día es “chula” -no se dan importancia, viven su trabajo como un oficio alejado del glamour- y ahí que me voy, sin pensármelo dos veces. Total, a oídos profanos como los míos, les da igual el romanticismo ruso que el barroco italiano porque todo es MÚSICA y porque las matinés, como digo, tienen un algo especial. Y después, si la suerte acompaña y los quehaceres familiares no lo impiden, disfrutamos –sobre todo yo- de esa segunda parte del concierto, algo así como el tercer tiempo que une a los jugadores de rugby rivales en armonía cervecera después de patearse el culo sobre la hierba. Esa segunda parte, continúo, consiste en unas rabas regadas con Ribera de Duero en el ilustre Xanti de Anoeta. Ahí enfrentamos y confrontamos pareceres y Oscar o Itziar me desgranan en un magisterio tan interesante como despojado de afectación, las claves de las piezas interpretadas, su dificultad, los errores detectados, los momentos claves, incluso –cuando uno de ellos ha participado- su estado anímico y la evolución de las sensaciones con el transcurrir de los minutos, los fallos cometidos, los momentos de aprieto, etc.

Así lo hacemos en esta ocasión, en la que está programado el Trío Alma con tres piezas para trío de cuerda, a saber: el Trío para cuerda en si bemol mayor D581, de Schubert, el Intermezzo de Zoltan Kodaly y el Trío para cuerda nº 3 en do menor, opus 9, de Beethoven. En el postpartido, le comento a Itziar, entre raba y raba: “Os he visto un poco nerviosos al principio con Schubert y mejor con Beethoven, aunque el trío de Schubert fuera más sencillo”. Y ella me replica: “Para mí era más complicado Schubert, con Schubert estás mucho más expuesta, estás desnuda, te la juegas todo el rato”. Y es que dificultad no siempre es sinónimo de velocidad. La dificultad técnica tiene que ver con la velocidad y precisión a la que uno desplaza los dedos por el mástil pero también tiene que ver con otros parámetros como la cadencia, el ritmo -¡siempre el ritmo, qué importante es el ritmo en todo!, el empaste, incluso elementos difícilmente mensurables en términos técnicos –y difíciles de aprender- como la capacidad de “llegar”, de transmitir. Y es que los allegros y los prestos no lo son todo. Ni en la música, ni en la literatura. En la interpretación también hay trampantojos, momentos aparentemente difíciles que no lo son tanto y otros, supuestamente facilones, que le exigen exprimirse a uno.

Una profesora de creación literaria nos solía decir “no es lo mismo efectivo que efectista. Una buena traca final no arregla un mal concurso de fuegos artificiales, el relato es todo, desde la primera línea hasta la última, el giro radical de última hora no vale, el relato ha de ser consecuente”.

Así que “música” es la sinfonía nº 8 de Mahler (“sinfonía de los mil”) y la suite nº 1 para violonchelo solo en Sol mayor BWV 1007, de Bach.

Sin embargo, es difícil sustraerse a ese final con brío, al remate espectacular. Lo vemos en la música, en la literatura… en la televisión, en las actitudes… ese “venirse arriba” tan de moda. Y frente a él, una presentación de la matiné en la que se explicaba con una frase de las de enmarcar, el porqué de los finales pausados de las obras: “Los tres tríos terminan en pianissimo como renuncia a impresionar al público con el volumen.” Una rúbrica lenta y suave. Un colofón sereno a lo grande. Como para darle vueltas, ¿no?

Lo dicho, las matinés de la O.S.E. son deliciosas –me había propuesto sustituir el adjetivo por otro que no parezca hortera pero no lo he encontrado más apropiado- Son una delicia por cercanos, dulces e íntimos. Los conciertos de abono y las óperas son a las “mañaneras” lo que la noche al día: sofisticación frente a frescura, frac y vestido de noche frente a look elegante ma non troppo, aroma a almizcle, cuero y madera frente a cítricos, azahar y bergamota.

Conciertos para recién duchados y desayunados. Conciertos sin maquillaje.

Y encima se permiten el lujo de terminar en pianissimo los tíos, con el volumen brutal de una nana. En estos tiempos decibélicos –de decibelio y bélico-. Toda una declaración de intenciones.

Suavemente, sin más -ni menos-.

Sin embestidas.

Suave, nos gustó…

Suave.