Las palabras, en ocasiones, se muestran como hojas en el bosque, en primavera. Son verdes, luminosas, brillantes bajo la luz del poniente o bañadas por la humedad del aire en las madrugadas. Me gustan esos dos momentos del día para encontrarme con las palabras. Pero no siempre aparecen así, virginales, como recién inventadas. En muchas ocasiones están sucias, manoseadas, pringosas de tanto uso, sudorosas. Son palabras que apenas nos dicen nada más que lo ya sabido y repetido hasta la saciedad, como una letanía, como una lluvia pertinaz.
Las palabras, el lenguaje, delimitan un espacio: son el territorio del conocimiento. Un conocimiento con el que muchas veces no nos identificamos, pues, como digo, las voces raídas, son ajenas a nosotros, distantes por cotidianas, banales por repetitivas. Sólo, a veces, esas palabras vírgenes nos salvan: emergen como pequeñas diosas del lecho de las aguas y nos dicen un mensaje que nunca, antes, habíamos oído. Pero tan escasas son esas veces, tanto, que parecen epifanías. Y esas palabras dejan a su alrededor un cerco de silencio, tal vez un ámbito resonante, pero casi siempre mudo, pues la belleza deslumbra e impide ver lo que le rodea.
Durante muchos años he buscado y, detenido, he esperado el advenimiento de esas palabras para iluminar el camino, pero la oscuridad me ha cegado, como lo hizo el destello de aquellas apariciones. Por lo general, el territorio de lo decible era insulso, manoseado, nada decía, nada comunicaba, y sólo podía divisar un gran prado de silencios, donde brillaban distantes, alejadas, algunas solitarias palabras inaugurales.
He ido a la busca de sentidos y epifanías, y me he encontrado con un paisaje de silencios. Los poemas que aquí se recogen apenas si son restos de ese naufragio del lenguaje, intentos de escuchar en lo inaudible, ciega esperanza en la palabra auténtica.
Indagación
Cuando miras
la noche estrellada
no ves el cielo,
sino la distancia
que te separa de los astros.
Si examinas tu vida
verás momentos que te retratan,
máscaras de ti mismo,
y, luego, tiempos vacíos,
años y días
disueltos en la memoria.
Nada es como dices:
cuando admiras,
apenas distingues lejanías,
cuando indagas,
sólo alcanzas a ver sombras,
de ti mismo,
silencios.
Océano
Me asomé al océano
de pájaros invisibles
y negrura
implacable.
Ni un rumor
ni un aroma
en sus aguas quietas,
calladas.
¿Qué palabras
no dichas
podría pronunciar
para aplacar
la zozobra
de un mar
sin horizontes,
donde habrá
de naufragar
mi voz?
Me asomo al océano
y nada veo
y nada escucho.
Quieto y mudo
dejo
que la
oscuridad
apague mis ojos.
Silencio.
Mujer
El otro día vi a una mujer
a la que había amado
hace mucho tiempo.
Era la misma mujer,
pero su cuerpo
no había sido cribado
por los años ni tenía
ya el mismo nombre,
pero sí la mirada,
la misma piel,
el mismo cabello flotando
en el oleaje nocturno....
Y es que la naturaleza
reinventa siempre
los mismos seres,
pero no a nosotros,
que nos diluimos
en la distancia,
y regresamos al espacio
indecible
del que partimos.
Jardín umbrío
Si pudieras descomponer
tu vida
en cada uno de los momentos
en los que te has sentido
existir,
descubrirías tantos individuos
como instantes de plenitud,
tantos como destellos
de luciérnagas
cuando vagan
en silencio
por el jardín umbrío.
El gran silencio
Quizás con el tiempo
nos convirtamos
en coleccionistas
de silencios
y, juntando unos
a otros,
lleguemos a conseguir uno
de nuestro mismo tamaño:
el gran silencio definitivo.