Si toda palabra tiene una carga de violencia oculta en los pliegues de su significado, el arte muestra sus luces y sus sombras en la violencia de sus imágenes. Pero el arte no necesita de la vehemencia de la historia cotidiana para sorprender al artista. El arte puede buscar un rasgo violento como puede necesitar de la violencia en el momento en que recurre al dolor inmediato para sorprender al espectador. ¿Llegará un día en que asistamos al suicidio del arte como una consecuencia del final del hombre? Lo sabremos el día en que el artista sea capaz de mostrar su muerte con naturalidad. Con libertad desde luego, la muerte no tiene por qué adoptar una máscara violenta al igual que controla sus emociones repulsivas en una visión apacible. Toda muerte es un sobresalto inesperado en una cultura que no está preparada para aceptarla tal como acontece en su normalidad impertérrita. La muerte no es siempre dolorosa, puede ser un apéndice vital de la experiencia de cualquier persona, tal como el dolor corre en paralelo cuando nos encontramos con la violencia injustificada. La violencia tiene otras formas de captación y asimilación. Sobrevive entre nosotros camuflado de acontecimientos diarios. El arte no habla, le vale mostrarse de un modo inevitable, de una manera sosegada como algo que nos aguarda a todos, mientras contemplamos la muerte de los otros o de esa violencia que parece tan distante hasta que nos toca cerca. El arte que capta el mensaje de la vida se sirve de la violencia para mostrar la muerte. El artista es el único que afila su obsesión por mostrar lo cotidiano en los entresijos del arte. El espectador no es consciente de esta suerte, pese a ser protagonista de la desesperación que ejerce sobre él la violencia. De otro modo, cuando todo ha pasado, y nada de aquella verdad queda, es cuando el arte supera la realidad del momento. Es como ver un cuadro, sin reconocer a los protagonistas. Admirar una escultura, sopesando el esfuerzo del artista. Enfrentarse a una instantánea, pensado que fue espantoso. Suspender la mirada en un objeto que recuerda la violencia en el devenir de la historia desde que el hombre es hombre y el arte el único motivo para desprenderse de ese carga dolorosa. El arte busca la visión demoledora de las cosas que, desde la vida hasta la muerte, ejercen su atracción con la fuerza de las imágenes que se encarga de introducir la conciencia en la peor de las pesadillas. El artista, al igual que quien la ejerce, lo sabe. El espectador todavía no lo asimila. La violencia tiene su doble lenguaje. Uno para el que lo sufre. Otro para el que lo contempla. Mas ninguna carga emotiva se justifica con el mensaje.