Superada la conmoción, la realidad se impone y los dirigentes vuelven a su extraña cotidianidad: acusaciones, recelos y descalificaciones. Y una chispa de esperanza, tal vez manipulada. La esperanza del cambio. Otegui condena la matanza semanas después de la detención de un comando que se dirigía a Madrid cargado de explosivos. Esta no era la carnicería que los suyos tenían en mente, pero sí la de Nochebuena. Cuando el dedo señala a la luna, sólo los idiotas fijan la mirada en el dedo. Asesinos son todos y no hay terrorista con razones más legítimas que las de los demás. Pero no quiero dramatizar, no quiero polemizar, que bastante intoxicados estamos. Hablemos de cultura.
El pasado día 15 de marzo Zapatero comparecía ante los medios informativos afirmando que la victoria socialista promoverá no sólo un cambio de estilo de gobierno, sino un cambio cultural. Muchas personas vinculadas al mundo artístico vienen clamando, desde hace tiempo, por un cambio hacia un talante basado en el diálogo, por nuevas vías de entendimiento que favorezcan la convivencia dentro de la obligada nueva diversidad. Lógicamente, me parece esta una digna reclamación, pero dudo mucho que este clamor, ratificado por todos los integrantes del tejido social, tenga relación alguna con la labor que el artista desarrolla en su estudio, su tórculo o su PC. Entiendo que el bueno de Za debe, por lo tanto, referirse a otra cosa.
Recapitulando: Cineastas, actores, escritores, músicos y docentes se han manifestado a favor de un clima sociopolítico de concordia denunciando actitudes dictatoriales y partidistas que en poco o nada favorecían una buena salud popular, pero dicha protesta cultural, clave en determinados momentos del régimen Aznar ante una guerra torticera que nos echó a las calles o tras un ataque terrorista de una crueldad sin precedentes sólo atañe a la clase dirigente. El anterior gobierno entendió nuestros votos como un cheque en blanco: craso error. Dicho esto, no creo que convenga confundir una revolución cultural que no veo llamada a producirse- con un cambio necesario. Si la cultura sale fortalecida interviniendo en educación (¿Cómo quedará el asunto de los distintos idiomas y dialectos? ¿Qué haremos con las clases de religión? ¿Será obligatorio estudiar arte en los colegios? ¿Tendremos que chapurrear inglés? ¿Cuántos ordenadores habrá por aula? ¿Se incrementará la partida de becas y ayudas? ¿Se favorecerá la integración del colectivo inmigrante?) gestión museística/galerística (¿Se abaratarán las entradas a los museos? ¿Adquirirá patrimonio obras dignas de mención? ¿Seguirán eligiéndose a dedo los cargos más importantes? ¿Quién nos va a comisariar?) y ministerial (¿Qué imagen queremos y debemos proyectar al exterior? ¿Qué nuevas leyes se aprobarán?) tanto mejor, pero no estoy dispuesta a lanzar las campanas al vuelo antes de que el PSOE ratifique con hechos sus promesas electorales. Que prometer no empobrece es algo que yo descubrí con 30 años. Los políticos lo descubren con el primer biberón.