Vivimos en un mundo confuso, en el que los acontecimientos se desarrollan sin que sepamos muy bien por qué. En este número especial dedicado al 11-M, podría hablar de cine, al ser la sección que tengo asignada en este proyecto conjunto e ilusionante, y recordar esa frase tan socorrida de que la realidad supera con mucho la ficción. Es así: ver desmoronarse a las torres gemelas después de la embestida de dos aviones podría haber formado parte de cualquier cinta catastrofista americana al estilo de Independence day. Y de igual forma, el atentado de Madrid nos recuerda sospechosamente a películas del tipo Speed. Sólo que aquí los protagonistas salvaban la vida y en el atentado de Atocha murieron doscientas personas (sin contar la cantidad inmensa de heridos graves).
Hablé hace unas semanas de una película a la que voy a volver a recurrir. Se titulaba Love actually. En el inicio de esta película, la voz en off de uno de los protagonistas nos decía que le gustaba acudir al aeropuerto de Heathrow para ver las llegadas de los aviones, y se nos mostraba a un montón de personas anónimas saludándose, besándose y abrazándose. Luego, la misma voz apuntaba que en los atentados de las Torres Gemelas todas las llamadas telefónicas realizadas por las víctimas poco antes de morir expresaban cariño y amor, y que en ninguna de ellas había ni odio ni recriminación. Y todo esto era, en palabras del protagonista, porque El amor en realidad está en todas partes (Love actually is all around).
Pensaba escribir una reflexión sobre la maldad, sobre el atractivo que ejerce para los espectadores la destrucción, la muerte, los atentados o el canalla capaz de idear un sistema para hacer volar cuatro trenes, dos rascacielos o un coche-bomba en un mercado en pleno centro de una ciudad. Cuando supe de los atentados, tras los primeros minutos de caos informativo, mi primera reacción fue preguntarme qué habría sido de los amigos y familiares que viven en Madrid. Fue algo espontáneo, como toda esa reacción solidaria de la gente que nos echamos a las calles horas más tarde bajo una lluvia impertinente tan húmeda como nuestro dolor. En mi cabeza se mezclaban sentimientos confusos: de amargura al percatarme de que es siempre el pueblo, humilde, trabajador, el que sufre en sus carnes la acción de otros; de desdén hacia esos políticos mediocres que nos gobiernan bajo intereses partidistas y que intentan casi siempre avivar desde la altura de sus pedestales el odio étnico, religioso, ideológico o económico; de hartazgo ante situaciones repetidas, se llamen ETA, Al Qaeda, o se apelliden guerra; y de ilusión sosegada al ver que es precisamente la sociedad la que se manifiesta contra la barbarie y a favor de la vida (lo más importante, no lo olvidemos) dejando de lado ideologías, idiomas, colores o consignas políticas.
Y sí. Tal vez películas como Estado de sitio, Máximo riesgo, Alerta máxima, El pacificador, La jungla de cristal, Chacal u otras tantas que reflejan el terrorismo puedan resultar atractivas y entretenidas. Yo, sin embargo, prefiero una dosis de humor y buenos sentimientos que nos recuerden que el amor sigue en todas partes. Aunque algunos se empeñen en no dejárnoslo ver.