Nº de páginas: 92 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: AMARU EDICIONES
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788481963670
Para definir este Temblor de Charo Ruano, acudimos a las lúcidas palabras que Christopher Hitchens escribe en su libro, Mortalidad: “El nuevo país es bastante acogedor a su manera. Todo el mundo sonríe para darte ánimos y parece que no hay absolutamente nada de racismo. Prevalece un espíritu en general igualitario y es obvio que quienes dirigen el lugar han llegado hasta allí a base de mérito y trabajo duro...”.
Estar enferma consiste sobre todo en esperar,
esperar una consulta, un resultado,
una prueba, otra prueba, otro análisis,
un enorme ejercicio de paciencia.
Cuando todos los resultados
están sobre la mesa,
hay que pedir cita para la siguiente consulta.
Y así semanas, meses, años
en una carrera interminable
hacia la salud, la recuperación, la vida.
Estar enferma consiste sobre todo
en confiar en los médicos,
en los amigos, en la familia,
en uno mismo.
Pero lo cierto es que el cansancio
acaba apoderándose de ti
y muchas veces te preguntas
para qué, para qué seguir,
para qué confiar, para qué pedir
citas y realizar análisis y pruebas
cada día más insoportables
si el final se adivina casi
desde la primera consulta.
La gente dice que debo tener esperanza
esperanza y ánimo y yo lo intento.
Os juro que lo intento.
Un día más de consulta y pruebas,
hoy las placas frías, resolutivas del radiólogo.
Recuerdo a C.:
los radiólogos son los que saben.
Curioso, hasta ahora
siempre asociaba radiólogos
con piernas y brazos rotos,
alguna ecografía o varias, puntuales,
pero no estos exámenes concienzudos
que pueden decidir tu futuro.
El radiólogo es ese médico
que apenas ves,
se adivina tras el cristal,
tras la puerta,
y sabes que cuando te marches
repasará incansable
cada una de las mil fotografías
que te ha hecho.
En una, en dos tal vez,
encontrará la clave
por donde el neurocirujano
accederá a ti, a tu mal,
a tu vida…
Y esa clave tiene que ser
exacta, exacta, exacta.
Estar enferma también es, sonreír a las visitas,
que a veces son demasiadas visitas y sonrisas.
Demostrar que estás animada,
que confías ciegamente en tu recuperación
y que no, que no vas a morirte
ante sus ojos.
Estar enferma es dejar que te cuiden
aunque no tengan ni idea
de cómo hacerlo
y que todos opinen
qué te conviene y qué no.
Y que te digan mil veces
que te relajes y te animes.
¿A quién conocerán
que le salvara el ánimo?
Aprendo lentamente a desenvolverme
en esta red de médicos, de especialistas,
de pruebas, de autorizaciones,
de sesiones clínicas, de psicólogos
que te tienden la mano,
de amigos que se ofrecen para todo,
de familia que te asfixia con su afecto
y de jefes, que solícitos te dicen
que no te preocupes por nada,
que tú eres lo importante, lo más importante.
Tú sabes con certeza que en el fondo,
detrás de todo, solo hay
un miedo ancestral y contagioso
hacia la enfermedad y los enfermos.
Por desconocidos, por extraños,
porque nadie que no haya pasado por esto
es capaz de comprender nada
de lo que está ocurriendo,
aunque lo intentan, lo intentan
y sus esfuerzos a veces te hacen llorar.
Estar enferma consiste en saber
que bajarás sin duda a los infiernos.
Y descender con calma…
A veces no es posible y caes de golpe.
Y cuando tocas el último escalón, sin fuerzas,
sin aliento,
respirar hondo una vez más e impulsarte
con fuerza
hacia la luz.
La mano que te agarra, que tira de tu cuerpo,
que te recuerda que no, que no estás sola
y que aún hay tiempo.
Y sí, habrá más dolor y tanto, tanto miedo
como el que ya has sufrido, por eso es tan intenso.
Estar enferma es sobre todo
no fiarse del último escalón
y ganarle la partida al infierno.
Ayer el espejo te devolvió una imagen
desconocida para ti;
llevabas semanas sin enfrentarte a él.
¿De quién son esos ojos ya sin vida?
¿De quién esas mejillas arrugadas?
¿Y esos pliegues profundos en la frente?
¿Y la boca marchita sin palabras?
¿De quién esas ojeras para siempre,
oscuros surcos, que hablarán de lágrimas?
¿De quién ese cuerpo desmadejado y triste
que te ofrece el espejo sin piedad ni distancia?