Tebeos, cómics, o más pomposamente, novelas gráficas para adentrarse en Eurasia, eso ofrece este artículo. Nada más y nada menos. Algunos, quizás, descubrirán alguna joya ignota; otros, simplemente, criticarán las inevitables ausencias. Pero, probablemente, nadie objetará que los siguientes títulos merecen figurar en una lista de grandes tebeos ambientados en ese espacio eurasiático de límites imprecisos, pero en el que Rusia, en sí un imperio, sea cual sea la época a tratar–la zarista, soviética o la Rusia actual–, ocupa un lugar central.
La Emperatriz Roja (1999) de Dufaux y Adamov
Epopeya retrofuturista ambientada en la Rusia eterna y mítica que transcurre en algún momento entre los siglos XVII y XXIII. Zares, popes, cosacos, revolucionarios, mafiosos y androides se enfrentan en una Rusia post-atómica, post-soviética, imperial, ultraconservadora y brutal. El enfrentamiento entre la emperatriz Catalina y el zar Pedro desencadena una trama absorbente en un entorno apocalíptico y ciberpunk. Fascinante tanto para rusófilos como para antiguos lectores del Víbora. En la primera edición española de Glenat la saga se dividía en cuatro tomos: 1,La Sangre de San Bothrace, 2.Corazones de acero, 3.Impuros, 4. Las grandes catacumbas. Sin embargo, en 2013 esta misma editorial saco un único volumen con una versión reducida del conjunto de la obra a la cual se le unió un epílogo.
La conspiración (2005) de Will Eisner
Will Eisner se propone desentrañar el mito de la conspiración judía mundial y desenmascarar la fabricación de los infames Protocolos de los Sabios de Sión. Así que no se trata de una obra centrada específicamente en Rusia, pero aborda un aspecto fundamental de las intrigas políticas en la corte del zar Nicolás II. Los Protocolos son una falsificación obra de Mathieu Golovinski, un gris, pero hábil funcionario de la pequeña aristocracia de Simbirsk, que creó una de las armas más usadas para alimentar el antisemitismo en Rusia y el resto del mundo. Golovinski fue un precursor de técnicas modernas de propaganda y desinformación que, a buen seguro, hubiera sido muy activo en Twitter estos días y hubiera contado con una ingente masa de trolls como fervientes seguidores. Más que una novela gráfica se trata de un ensayo que se lee como un cómic, en el que Eisner repasa la trayectoria de la fabricación del texto original, su relevancia en la Rusia pre-revolucionaria (“En Rusia, religión y política son lo mismo” exclama uno de los personajes), su difusión internacional y el proceso por el que fue constada su falsedad y establecida la verdadera autoría. El álbum cuenta con una perfecta y sintética introducción de Umberto Eco, reconocido lector de cómics. Will Eisner, por cierto, murió apenas un mes después de la publicación de La Conspiración.
Corto Maltés, de Hugo Pratt. “Corto en Siberia” (1974) y “La casa dorada de Samarkanda” (1980)
Icono de la historieta europea, Corto Maltés es, ante todo, un romántico. Un pirata batido por el ansia de aventura para quien el tesoro es un medio y no un fin. Un introvertido idealista sin cortafuegos ideológicos. Impedido para la militancia disciplinada pero resuelto a arriesgar su vida por una causa justa. Incapaz de someter al prójimo o de aprovechar su sometimiento, no abandonará el lugar sin luchar contra esa ignominia. Corto es un libertario con duende: libre, nómada y supersticioso. Sin fronteras. Sin banderas. Las hazañas de este capitán sin barco creado por Hugo Pratt están ambientadas entre 1905 y 1925, si bien tanto su padre, Pratt, como su amigo Cush, en Los Escorpiones del Desierto, le sitúan como brigadista internacional en la Guerra Civil Española, donde al parecer habría fallecido fusilado por fascistas italianos tras la toma de Málaga en 1937. Antes, Corto visitó nuestro espacio de referencia en dos de sus obras más celebradas y extensas.
Corto en Siberia se desarrolla entre 1919 y 1920 en el caótico frente siberiano de la Guerra Civil Rusa. Allí, la soberanía del joven estado soviético, que apenas controlaba territorios al este de los Urales, fue desafiada por distintos actores enfrentados a su vez entre sí. La fuerza contrarrevolucionaria más relevante fue el Ejército Blanco del Almirante Kolchak, quien estableció una dictadura militar y fue nombrado Verjovny Pravítel (Gobernante Supremo) de Rusia con apoyo occidental. Kolchak no logró mantener la cadena de mando sobre el conjunto de las milicias contrarrevolucionarias y pronto surgieron señores de la guerra con los que lidiar por los escasos recursos, el control de infraestructuras, especialmente las vías férreas, y rutas de aprovisionamiento. Entre ellos cabe destacar a dos de los protagonistas del comic, el atamán Grigori Semiónov, quien estableció el Gobierno Provisional de Transbaikalia en Chita, y uno de los personajes más estrambóticos, megalómanos y, por otra parte, desconocidos del siglo XX: el barón von Ungern – Sternberg. Ambos apoyados por Japón, en origen el segundo era lugarteniente del primero, para progresivamente emanciparse sin nunca romper relaciones. Von Ungern-Sternberg, místico apasionado del budismo y de la figura de Gengis Kan, pretendía emular a aquel fundando un nuevo imperio euroasiático basado en la reencarnación de la Horda de oro. No lo consiguió, pero llegó a conquistar la capital de Mongolia, estableciendo una dictadura entre marzo y agosto de 1921. Sus andanzas fueron recogidas por Ferdynand Ossendowski en Bestias, Hombres, Dioses.
Entre tan ilustres personajes, Corto, o Cortushka, como le bautiza la Duquesa Marina Seminova, se verá inmersa en una trepidante trama en la que todos aquellos con alguna ambición entre el Baikal y Manchuria (americanos, japoneses, revolucionarios chinos y mongoles, buscavidas, mafias y sociedades secretas) se dan cita en Transbaikalia para disputarse un tren con el oro de la familia Romanov, supuestamente bajo custodia de Kolchak.
Dos años más tarde aproximadamente tiene lugar la acción de La Casa Dorada de Samarkanda, una cárcel en la antigua capital de Tamerlán en la que se encuentra preso Rasputín, el mejor amigo de Corto. También llamado Raspa en este episodio, es la antítesis de su camarada. En una de las escenas interpela así al principal personaje histórico del episodio, Ismail Enver Pachá: “Sí, nací en Rusia, pero mi nacionalidad es la del dinero. Todo lo demás no cuenta. Mientras me pagues… lucharé por ti”. Corto, en su particular road movie hacia Samarkanda, donde nunca llegará, atraviesa los territorios en desintegración de lo que fue el Imperio Turco, hasta alcanzar los límites de la República Soviética del Turquestán con Kafiristán y el norte de Afganistán; esto es, los territorios colchón que durante el Gran Juego del siglo XIX habían separado a los imperios ruso y británico. Tras mil peripecias y apuros, como cuando a punto de ser fusilado por un destacamento soviético llega a pedir ayuda por teléfono al mismo Stalin con quien había coincidido en 1907 en Ancona, Corto da con Rasputín y Enver Pachá.
Ismail Enver fue uno de los tres pachás que establecieron la dictadura de los jóvenes turcos en 1913, llegando a ser el único dictador de facto del Imperio Otomano iniciada la Primera Guerra Mundial. Tras una serie de derrotas militares y ejecutar el conocido como Genocidio Armenio, en 1918 Enver se ve forzado a dimitir y abandonar Turquía. Tras un breve paso por Alemania, se dirige a Moscú para ofrecer sus servicios al gobierno bolchevique como pacificador en el Turquestán soviético. Sin embargo una vez allí, Enver, dio un giro de 180º y reaviva sus sueños nacionalistas de establecer un único estado pantúrquico que una Asia Central y el Cáucaso declarando la Guerra Santa contra el Ejército Rojo. Gracias a Hugo Pratt hoy sabemos que fue con Corto y Rasputín con quien compartió sus últimas palabras antes de inmolarse a merced de las ametralladoras soviéticas.
Noche en Blanco (2009) de Yann y Neuray
La historia arranca, nada menos, el 16 de julio de 1918 en Yekaterimburgo unas horas antes de la ejecución del Zar y su familia. A lo largo de cinco volúmenes Noche en Blanco narra las aventuras de Sacha Kalitzin, un oficial leal a los Romanov que combate con las fuerzas del Almirante Kolchak. En buena medida, este comic resulta complementario a esa obra maestra que es Corto Maltés en Siberia previamente presentada. Los tres primeros volúmenes transcurren entre los Urales y Vladivostok y relatan el derrumbamiento del mundo de un Kalitzin rodeado de grandes personajes –algunos memorables, otros miserables– mientras discurre una intensa historia de amor consumida por la fuerza de los acontecimientos históricos. La presencia de un hermano de Kalitzin como oficial bolchevique es, probablemente, el único elemento que resta verosimilitud a una historia con un guión y unos diálogos excelentes. El dibujo, de línea clara, es simplemente espectacular. Los dos últimos tomos, ambientados en el Shanghái colonial al borde de la invasión japonesa y en el París previo a la ocupación alemana, profundizan en un Kalitzin, menos crepuscular y romántico que en los volúmenes previos y, sin duda, más vitalista y descreído. No desmerecen a una serie fantástica, pero resulta inevitable no añorar los paisajes y personajes siberianos.
Tintín en el País de los Soviets (1929) de Hergé
Si Hergé hubiera firmado únicamente éste o algún otro de sus primeros álbumes –particularmente Tintín en el Congo– nuestro recuerdo sería bien distinto. Probablemente, consideraríamos Tintín en el País de los Soviets como un novedoso instrumento de propaganda y un buen reflejo del terror que sentían las clases burguesas europeas en los años 20 ante el auge del comunismo en Europa occidental espoleado e inspirado por la triunfante revolución soviética en Rusia. Pero no la consideraríamos una obra seminal y precursora. Resulta imposible, no obstante, acercarse a ésta, o cualquier otra obra de Hergé, obviando que se trata de uno de los grandes del cómic del siglo XX y el autor de obras maestras intemporales como El Loto Azul (1936) o Tintín en el Tíbet (1960).
Tintín en el País de los Soviets se publicó por entregas semanales de dos páginas en Le Petit Vingtième el suplemento infantil de la revista Le Vingtiëme Siëcle de inspiración católica y filofascista, dirigida por el sacerdote Norbert Wallez, quien ejerció una poderosa influencia sobre Hergé. En su descargo puede aducirse que en esta época más que un artista, Hergé era un artesano que seguía las directrices de su patrón y no hacía sino reflejar el clima imperante a su alrededor. La ausencia de una clara trama central y la primacía del mensaje y los fines “pedagógicos” sobre los narrativos lastran un álbum, en el que, no obstante, ya se atisba el extraordinario dominio del ritmo de Hergé.
Cuadernos Ucranianos (2010) de Igort
En 2008, el dibujante italiano Igort emprendió un viaje que se alargó dos años y alteró por completo los objetivos artísticos iniciales. Lo que iba a ser un álbum inspirado en la trayectoria vital de Chéjov se convirtió en un retrato descarnado de Ucrania y Rusia en dos volúmenes independientes. En palabras del propio autor “durante mi estancia por las antiguas repúblicas soviéticas y Rusia empecé a darme cuenta de que el ‘sueño comunista’ no había sido tal sueño, ni mucho menos, sino más bien una pesadilla. No es necesario ser una persona muy sensible para llegar a esta conclusión.”
En los Cuadernos Ucranianos ciudadanos anónimos relatan sus recuerdos de algunos de los episodios más trágicos de la cruenta historia de Ucrania en el siglo XX. El Holodomor o la gran hambruna de 1932-33 castigo colectivo contra Ucrania inducido por Stalin que se saldó con varios millones de muertos y se tradujo en un periodo particularmente terrible y duro en el que se extendió la práctica del canibalismo; la deskulakización o la destrucción sistemática de los pequeños propietarios agrícolas; la industrialización forzosa; la ocupación nazi; o el accidente de Chernóbil son algunos de los episodios reflejados en este álbum. Cuadernos Ucranianos no cubre el conflicto actual, pero es un buen preámbulo para comprender alguno de sus aspectos. De forma, quizás premonitoria, en sus primeras páginas, que reflejan la estancia de Igort en Dnipropetrovsk en el verano de 2008, Vania, un joven que vive en Moscú, exclama “Putin invadirá pronto Ucrania”.
Superman: RED SON. Mark Millar (2003).
No podía faltar entre las recomendaciones para un original “amigo invisible” un cómic de superhéroes. Los superhéroes no pueden existir sin supervillanos, y en la caracterización de éstos, especialmente en EEUU, la propaganda anticomunista tuvo constante presencia a lo largo del siglo XX desde la Revolución Rusa de 1917. Como analiza Ignacio Fernández en su excelente “Miedo Rojo! Las tensiones entre el cómic estadounidense y el comunismo”, solo durante el breve periodo de alianza entre la URSS y EEUU en la Segunda Guerra Mundial, el tebeo yanqui moderó su crítica hacia los principios del comunismo. Ya antes del inicio de la Guerra Fría, Superman aparecía luchando al mismo tiempo contra nazis y comunistas, adelantándose así a Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo. De los años cincuenta en adelante las colaboraciones de superhéroes de Marvel y DC se volvieron un ritual. Incluso se produjo una progresiva incorporación de superhéroes rusos al Universo Marvel, siendo varios de ellos disidentes conscientes frente al comunismo. Destacan Piotr Nikolaievitch Rasputin, más conocido como Coloso, nacido en una granja colectiva siberiana pero enrolado en los X-Men, y la Viuda Negra, espía soviética que se pasó al enemigo donde se integrará en distintos grupos como SHIELD o los Vengadores. Conforme las relaciones entre EEUU y la URSS/Rusia se fueron encauzando a partir de la perestroika, la caída del muro y la desintegración de la propia URSS, Marvel permitió incluso la incorporación a su universo de supergrupos soviéticos como los Soviet Super Soldiers o la Winter Guard, ambas mímesis de los Vengadores en el mundo libre capitalista.
How Stalin Hopes We Will Destroy America_Joe Lowe Co_1951 How Superman would end the war_Look _27 de febrero de 1940Ambas imagenes tomadas de Ignacio Fernández
Como último giro a la relación entre superhéroes, la Unión Soviética y la propaganda anticomunista, aparece esta ucronía, Superman: Red Son, aprovechando una de esas colecciones contrafactuales que en el Universo Marvel se titulan What if..? (¿Qué hubiera pasado si…?) y en DC se publican bajo el sello de Elseworlds (Otros Mundos). Esta serie dividida en tres capítulos transcurre entre 1950 y el 2000, contando con un epílogo final futurista. El What if planteado sitúa el aterrizaje de Superman en la Tierra en una granja colectiva de Ucrania y no en Kansas. Este hecho cambiará radicalmente el curso de la Guerra Fría sustituyéndose la carrera de armas nucleares o espacial por una carrera entre las dos superpotencias por desarrollar superseres. La historieta está llena de requiebros históricos y llamativas caracterizaciones de los personajes del universo DC. Inicialmente, el mayor aliado de Superman es Stalin, hasta que muere envenado por su hijo ilegitimo, director del NKVD (después KGB), mientras el antagonista de Superman sigue siendo Lex Luthor, quien con la colaboración de la CIA intentará clonar a Superman. Stalingrado es encogida e introducida en una botella por Brainiac y Luthor. Batman es el líder de un movimiento terrorista anarquista que combatirá la opresión del totalitarismo omnipotente perfeccionado por Superman, en el que él tiene el rol de un orwelliano gran hermano. Y es que en Red Son, el socialismo desarrollado vuelve a ser caracterizado como la típica estampa anticomunista donde el sistema soviético es sumamente tecnificado y deshumanizado. No existen el crimen, la pobreza, el desempleo ni la libertad. La operación cerebral es el castigo aplicado a los disidentes. El epilogo es más delirante si cabe que el resto de la serie: Superman es desterrado del planeta, la URSS desaparece y Luthor consigue gobernar el globo… ¡por 2.000 años!!
Partida de Caza (1981), de Bilal y Christin.
A este lado del muro la traslación del bloque comunista fue en exceso dependiente de sendos tipos de propaganda, la comunista y la anticomunista, lo cual coadyuvó a la reproducción de clichés distorsionadores de la realidad. En Partida de Caza no hay rastro de los tópicos anticomunistas. De hecho, varios anclajes de ese tipo de propaganda son contundentemente contestados. En cuanto a los dirigentes comunistas, no son la encarnación del mal en la tierra: psicópatas carentes de empatía y sedientos de sangre, élites que disponen de las masas fría y arbitrariamente, burócratas automatizados sin individualidad ni conciencia social. En cuanto al sistema, no corresponde con un modelo tecnificado, deshumanizado, planificado milimétricamente, ni el bloque comunista es homogéneo o monolítico, ni el Estado concuerda con la imagen de un sofisticado totalitarismo capaz programar, controlar, ejercer autoridad y coerción en la cada rincón bajo su soberanía.
En Partida de Caza se encarna el desencanto de una generación de viejos jóvenes idealistas con el sistema que ayudaron a levantar, manchándose en ocasiones las manos de sangre para ello. Delaciones, torturas, órdenes tomadas o ejecutadas que, lejos de ser banal y fácilmente interiorizadas, pesan sobre sus conciencias, impidiéndoles conciliar el sueño durante décadas. Un sentimiento de culpa agravado al confirmar con los años que sus actos no sirvieron a un interés superior, esto es, al comprobar la degeneración de la utopía. La gerontocracia de Bilal y Christin además de advertir su fracaso, apercibe que su creación no es reformable ni puede ser derrocada por una sociedad disociada de todo lo político. Deben ser ellos mismos los que posibiliten las condiciones de una transición de rumbo incierto pero liberada del yugo de Moscú. Operando con sus reglas, la intriga, el pacto secreto, la lealtad y la traición. Y lo hacen en silencio, sin otorgarse medallas, pues los pecados acumulados les impiden imprimir boato o dignificar su gesto. Saben que hagan lo que hagan los primeros siempre pesarán más. Tras el acto solo hay descanso, no calma, pues es un descanso impuesto, no queda nada por hacer, lo harán otros, solo elegir el destino de retirada.
Soviet Zig-Zag (1986) de Barcelo y Tripp.
Se trata del segundo episodio de peripecias internacionales del periodista francés Jaques Gallard, tras Perfume de África (1983), y único álbum de una serie de cuatro que no transcurre en África. Por momentos este comic semeja ser un remake moderno en homenaje al clásico, y primer álbum de su colección, “Tintín en el país de los soviets”. Bien es cierto que Soviet Zig-Zag carece del marcado tono propagandístico anticomunista de la obra que Hergé publicó en 1930. Barcelo y Tripp ofrecen una sátira de la perestroika y los intentos de la jerarquía soviética por suavizar el tono de la Guerra Fria con los EEUU, en lo que ésta considera es una estrategia global de modernización de la Unión Soviética. Si bien con distinto enfoque al propuesto por Bilal y Christin, en las andanzas de Gallard por Moscú se vuelve a rehuir de los clichés occidentales más comunes sobre la nomenclatura y sistema soviéticos. Los apparatchiks no son villanos programados para hacer funcionar una tecnocracia automatizada. Por el contrario, los burócratas soviéticos aparecen retratados como personas entrañables enrocados en una lucha voluntariosa, la de la modernización de un sistema burocrático a todas luces inoperante, contra su propia naturaleza. De hecho, ambientada la trama en el contexto de Guerra Fría, son los agentes estadounidenses los que se llevan la peor parte al moverse por Moscú sin escrúpulos, sin empatías y con extrema violencia contra quien osa desafiar sus planes.
El argumento del comic gira en torno a una partida de ajedrez que han de jugar en Moscú a modo de evento de conciliación, el campeón soviético contra el campeón de los EEUU. No obstante, en realidad éste último es igualmente de origen soviético, y tras años compartiendo clases y amistad con el primero, habría abandonado la Unión Soviética exiliándose a los EEUU. Su intención es utilizar el viaje a Moscú para facilitar el mismo viaje de salida a su amigo. Aunque en la obra no se explicita, el tratamiento de la relación entre los dos ajedrecistas hace intuir que en los años de formación compartidos habría surgido algo más que admiración y amistad entre los dos ajedrecistas. En particular en los sentimientos del ajedrecista exiliado hacia el todavía moscovita. No cabe duda que la elección por parte de los autores de un dúo de ajedrecistas soviéticos como protagonistas se inspira en la rivalidad que mantuvieron en los ochenta el ortodoxo Karpov y el reformista Kasparov. Si bien en Soviet Zig-Zag los contendientes en el tablero son amigos, algo que Karpov y Kasparov no llegaron a ser hasta finalizadas sus carreras, conforme la historia se desarrolla se evidencia un distanciamiento de posicionamiento frente al régimen comunista y su inserción en el contexto de la Guerra Fría entre nuestros dos ajedrecistas de ficción.
Cuadernos Rusos (2010/2011) de Igort
Cuadernos Rusos está dedicado a la periodista Anna Politkóvskaya, asesinada en Moscú el 7 de octubre de 2006. Igort aborda aquí los aspectos más duros de la muy olvidada y poco conocida segunda guerra de Chechenia lanzada por el presidente Putin al poco de alcanzar la cúspide del poder en Moscú. Cuadernos Rusos retrata sin concesiones los abusos y crueldad contra la población civil chechena, pero sin caer en la pornografía gráfica, sin olvidar la deshumanización que sufren los soldados rusos enviados a Chechenia, ni tampoco la deriva terrorista de la militancia yihadista chechena. Igort, en línea con el trabajo de la periodista asesinada, retrata también el clima de impunidad imperante en la Rusia de Putin y la violencia contra aquellos que se aventuran a denunciar los excesos cometidos en Chechenia. El dibujante italiano llegó a Rusia el 19 de enero de 2009, día en el que fueron asesinados el abogado Stanislav Markélov y la joven periodista Anastasia Babúrova, ambos vinculados con la Nóvaya Gazeta, el periódico para el que escribía Politkóvskaya. El grafismo y el uso del color resultan, simplemente, apabullantes y articula una atmósfera de la que resulta difícil escapar. Igort crea un testimonio artístico de enorme fuerza que perdurará cuando los informes de organismos internacionales, la literatura académica o los papers sobre el tema se olviden.
El Emperador Océano (2003) de Igor Baranko
Distopía futurista y sátira de la ideología neoeurasianista con, digamos, final feliz. Transcurre el año 2040 y en Rusia ha sido establecida una dictadura personalista fundamentada en la defensa y expansión del Imperio Ruso. La ideología original del nuevo dictador figura a caballo entre el nacional-bolchevismo (nazbol) de Eduard Limonov y el neoeurasianismo de Alexander Dugin. De hecho, la caracterización del dictador, Ivan Apelsinov (apelsin es naranja en ruso), no es sino una parodia del propio Limonov. Ambos comparten no solo haber sido bautizados con un apellido cítrico, sino también anatomía, estética y alma punk, trastornos psicopáticos y un pasado como escritores de culto. Como en otros episodios históricos de acceso al poder de apologetas del fascismo, Apelsinov es apoyado por los principales estamentos del anterior régimen autoerigidos en guardianes de la esencia y grandeza del estado e imperio rusos. Las fuerzas de seguridad (siloviki) y la Iglesia Ortodoxa Rusa, son personificadas en la obra de Barenko por el General Volkov y el Patriarca Kirill.
Objetivo vital de Apelsinov es revivir la Horda de Oro del Imperio Mongol. Para ello necesita ser la siguiente reencarnación de Gengis Kan, El Emperador Océano, gracia que conseguirá aquel al que le sea transferido su souldé. “La divina sed de poder, la sed de conquista”, el souldé, ha pasado desde Gengis por distintos dueños, siendo el último, Jamratsyn Noïon, monje budista y comisario del pueblo soviético asesinado durante las grandes purgas de los años treinta. En 2040, el souldé es disputado, de manera consciente, por los silovikis a cargo de Apelsinov, y de manera inconsciente, por un derviche checheno con indiferencia ante la vida propia en busca de la Ichkeria Celeste*.Una batalla mística por equilibrar el ciclo eterno de la vida entre la avidez de poder y la vida eterna frente a la aceptación del destino y la muerte.
En los tres tomos de El Emperador Océano, personajes de lo más variopinto deambulan en constante movimiento por una Rusia convulsa y decadente. Infraestructuras, viviendas y edificios institucionales en su 90% continúan siendo, como hoy, herencia del periodo brezhneviano. Alrededor de éstos nos topamos con ovnis, a Lenin abducido por uno de ellos, místicos chechenos, clones de personajes célebres como Lincoln o Newton, monjes tántricos, policías con poderes telepáticos, cíborgs o mutilados de guerra sin cabeza capaces de llevar una vida normal. La puesta en escena y presentación de personajes en este cómic coral es excelente. Sin embargo, el tumulto de actores que genera la confluencia de ciencia ficción y misticismo religioso neutraliza la posibilidad de construir personalidades complejas. La mayor parte de ellas son modulares, previsibles y estereotipadas. Tres figuras, no obstante, viven su misión como un tortuoso camino de contradicciones que enriquece su andamiaje: el General Volkov, el Patriarca Kirill y el propio Gengis Kan, atormentado por su sangriento paso por la tierra.
En conclusión, un cómic muy recomendable, especialmente tras acabar un 2014 en el que hemos conocido mejor las grietas del antiguo imperio ruso, los nacionalismos que combaten su resurgimiento y las doctrinas políticas que acompañan a éste último. El Emperador Océano cierra sus páginas bajo la estatua a la Madre Patria de 62m de alto en Kiev. ¿Por qué Ucrania? “Porque Ucrania es una grieta entre dos mundos, una grieta entre Rusia y Europa, entre Oriente y Occidente, entre los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro” (Shakti Noïon, El Emperador Océano, Tomo 2, página 48).
*Concepto teológico equivalente al paraíso creado por el autor. Ichkeria es una denominación histórica para la actual Chechenia.