Francisco Alvim nació en Araxá, en el estado de Minas Gerais, en 1938. En 1965 inició su carrera diplomática que le ha llevado a desempeñar su cargo en ciudades como París, Barcelona, donde tuve el placer de conocerle, y Roterdam, entre otras. En 1968 publicó su primer libro, Sol dos cegos, que le ligó a poetas como Cacaso, Roberto Schwarz, Geraldo Carneiro o João Carlos Paiva. Todos ellos formaban parte de un grupo, que elaboraban lo que el crítico José Guilherme Merquior denominó ‘poesía marginal’. Era, como recordaría Cacaso, la búsqueda de la voz de los otros, el gesto colectivo. Otros libros suyos son Passatempo en 1974, Dia sim dia não (con Eudoro Augusto) en 1978, Festa y Lago, montanha en 1981, O Corpo fora en 1988, Elefante en 2000 y O metro nenhum en 2011. En dos ocasiones ha obtenido el prestigioso premio Jabutí, uno de los más significativos de la crítica brasileña, por sus libros Passatempo e outros poemas (1981) y Poesias reunidas (1988).
Los poemas que se recogen a continuación pertenecen a su libro Elefante, que trae a la memoria los conocidos versos de Drummond de Andrade del mismo título. En ellos se alude a la creación poética, que viaja de la voz individual del poeta a la voz coral de la multitud y que, más tarde, regresa al interior del que partió: “mas volta fatigado / e as patas vacilantes”, pues no encontró lo que buscaba y necesitaba. El poema “Elefante”, de Alvim, expresa el anhelo poético, que se oscurece en el cuerpo y sólo halla su camino en “el aire externo de cielos atropellados”, ya que, rodeándole, “todo canta. Todo desconoce.” El encuentro entre el ansia del poeta y el torbellino del lenguaje es, finalmente, la poesía. Esta es, y no otra, la química poética que se decanta en el laboratorio de Francisco Alvim.
La poesía anda por la calle. Se mezcla con la algarabía de las voces y sólo un oído muy atento es capaz de descubrirla, de arrancarle sus vestidos manidos, sus harapos y mostrarla tal cual es, desnuda, como decía Juan Ramón, ante nuestros sorprendidos ojos. Cuando nos aproximamos a los poemas de Francisco Alvim -conocido por todos los que en verdad le aprecian como Chico-, nos damos cuenta de que esa definición sirve para su poesía, pero de distinto modo que al poeta de Moguer. Chico procede de la segunda hornada del modernismo brasileño, que también hay que diferenciar aquí del modernismo rubeniano, que tanto influyó en el autor de Espacio. El modernismo brasileño surge en la década del veinte del siglo pasado y tiene que ver con la llegada de las vanguardias, los ismos, a Brasil. En una primera generación se encuentran nombres como los de Oswald y Mário de Andrade, Tarsila de Amaral, Heitor Villa-Lobos, etc., siendo un movimiento interdisciplinar de toma de conciencia del arte como vivencia, tal como se experimentaba en Europa, así como de la realidad brasileña. Oswald defendió, en este sentido, el carácter antropofágico de la cultura brasileña. Y esa primera frase que abre su manifiesto -‘Sólo la antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Políticamente’- dará vuelta al mundo y arrojará ríos de tinta de todos los colores.
Pero Chico Alvim, aunque abreve en las fuentes de Oswald, tiene como maestros directos, como decía, a representantes de la segunda hornada modernista como Drummond de Andrade (1902–1987), Murilo Mendes (1901–1975) o João Cabral (1920–1999). De los dos primeros tomará una peculiar articulación del poema y su anclaje en la cotidianidad. Del tercero, la economía de los medios poéticos. Su poesía es una búsqueda de la expresión popular, de la magia que encierran las frases hechas, las expresiones comunes, que tan acostumbrados estamos a oírlas, tanto, que somos incapaces de distinguir el hechizo que esconden. En los tiempos que vivía en España recogió estas expresiones tan cotidianas, que para él estaban cuajadas de auténtica poesía: “traje de luces”, “don de gentes”, “paso de desprecio”… Consideraba que estas frases, separadas de su contexto, eran como diamantes de pura poesía en bruto.
Otro aspecto fundamental de expresión poética es el tiempo, la fugacidad de la vida y de la expresión humana. “El tiempo”, ha dicho en alguna ocasión, “es para mí un elemento importante, y fundamental, para la elaboración de la estructura del poema, para la forma que ésta va adquiriendo. Trabajo con registros ligados a la experiencia de la vida, y la poesía está hecha de un material muy delicado. La responsabilidad del tiempo es como la de un cedazo.” Poesía, por tanto, como decantación, como filtrado de la marea del lenguaje, que se expande por las calles y plazas, por las amplias salas multitudinarias, por las redes sociales y las comunicaciones de toda índole. El tiempo será el cedazo que las cribe y el poeta el hábil “garimpeiro” que descubra la pepita de oro y la separe del fango.
Espejo
Dios mío qué tristeza
Ver la noche en los ojos
El eco de la tiniebla
en la espesura más honda
Recordar la montaña
la tarde llena de campanas
la niña – niebla en el azul
el niño
Una luz
que apartase esta brea
más allá de la estrella remota
Miro y veo un hueco
en lo oscuro — ¿un lago?
Aviones que parten
¿A qué desierto?
Los días pasan
¿Te acuerdas de aquel agua verde
donde los dos se sumergían
y todos miraban?
Tu piel sudaba
en el agua
Tu mirada negra
ahogaba
La vida era tanta —
desmemoriaba
Abierto
Para Cacaso
A veces la mirada camina
en la trama de luz
sin curiosidad alguna
cualquier devaneo
Va en busca del tiempo
y el tiempo, como siempre,
vacío de todo
no está lejos
está aquí, ahora
La mirada sin memoria
sin destino
se detiene
en el aire del aire
en la luz de la luz —
¿lugar?
Elefante
El aire de tu carne, aire oscuro
anochece piedra y viento.
Corre lo enorme dentro de tu cuerpo
el aire externo
de cielos atropellados. El firmamento,
incendio de pilastras,
no está fuera — se arruina dentro.
Reverbera en el escudo el brillo mate
del túrgido ariete
con el que la distancia y el tiempo enfureces.
Tu pisar blando, danzarín
ennoblece los vientres fríos,
femeninos.
A tu alrededor todo canta.
Todo desconoce.
Poema
A Carlos Drummond de Andrade
Hay muchas sombras en el mundo
Ellas ventean en las nubes
y en el aire
brillan solitarias como topacios —
gotas de luz apagadas
Los astros ventean
La sombra es el viento de los astros
En el fondo de las aguas prisioneras
de lagos y presas
hay un viento de aguas —
sombras
En el mar
se refractan sumergidas
viajeras
en medio de florestas de algas —
sombra de las sombras que emerjan
Son hechas—las sombras—de aire
oscuro
Recuerdan el todo y la nada
El vuelo de las sombras
gira en torno de una columna
sonora, el poema —
luz de dentro
Fuera