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LUKE nº 174 octubre - noviembre 2016

Enrique Gutiérrez Ordorika

Dos historias
(a ritmo de Manele)

cuadros

foto: ©ardiluzu

“Anduve pidiendo limosna entre los pájaros
Y me dio cada uno
Una pluma.”

Marin Sorescu (A lo Ícaro)

El ángel caído

La música provenía de los violines. La dama parecía enamorada. Nadie acostumbra a regalar quinientos leis por guardar un abrigo. La espuma desbordaba la botella. Los labios de él bebían de su boca. Los dedos guardaban secretos debajo del mantel de la mesa. La luz se enroscaba en las cortinas para no molestar a la penumbra. El maitre hizo sonar levemente las palmas. Nos acercamos. Apartamos la servilleta del brazo para recoger los platos con los postres: fresas con nata y helado de moras. El hombre sonrió, su dentadura era perfecta. Tenía dedos de pianista... ¡Siempre me fijo en las manos! Me gusta adivinar en su delicadeza el carácter de los buenos clientes. Eran esbeltas y firmes. Nos dio las gracias y mil quinientos leis de generoso orgullo varonil por el silencio. Los dejamos abandonados en su endiosada soledad, cerrando la puerta con envidia. La felicidad es un milagro frágil. Un par de minutos después oí el estruendo, pensé en la tapa del piano, pensé en el infierno. Abrí la puerta y la vi asomada a la ventana: bella y arrebatada, como si perteneciera a la estirpe de Icaro. Luego vino el grito, el que sigue devorándome en los insomnios, y la mancha roja encima de la alfombra saliendo de la frente del ángel caído. Yo no vi la pistola. Buscaba con angustia la felicidad y ésta se había desvanecido. Me desperezaron las sirenas que sonaban en la calle... ¡Seguritate! ¡Seguritate...! Había rabia en los rostros que vestían aquellas gabardinas. Una rabia casi tan desproporcionada como la mía. Hoy sé que aquella ira respondía al mismo motivo. A todos se nos había escapado el consuelo por la ventana. A mí en forma de mujerpájaro, a ellos en forma de suicida. Nos habíamos quedado sin culpable a quien mortificar por el fin de uno de los nuestros.

Claveles

María Dumitrache trabajó como conductora de locomotora en la Línea Sibiu-Brasov durante más de treinta años; período de tiempo en el que su ferrocarril descarriló solamente tres veces:

La primera, en acción de gracias por haber salido ilesa de tan espectacular accidente, puso un ramo de claveles rojos a los pies de la estatua de Nicolai Ceacescu.

La segunda, en agradecimiento a que sólo fueran cuatro los muertos, puso un ramo de claveles amarillos a los pies de la estatua de Nicolai Ceacescu.

La tercera -a pesar de sufrir múltiples fracturas en brazos y piernas-, mandó cinco mil leis al monasterio de Voronet, en ofrenda porque sus plegarias de aquellos largos treinta años, ¡al fin!, se hubieran escuchado:

"Dios mío, padrecito mío,

¿por qué no convocas al rayo y al trueno?

¿por qué no derribas sus estatuas...?"

A Marta Lupescu, su vecina, le dijo: "No llores mujer, ya andaré aunque sea con unas cachabas. Vamos, vamos, pon en ese jarrón un poco de agua... Refrescará el ramo de claveles azules!"