Cuando lees a De Luca, los personajes son brillantemente humanos: no tienen nada y lo tienen todo. No se puede tener más.
Cuando leo a Erri De Luca me doy cuenta de que es prácticamente imposible que un genio de contar historias como es él sea reconocido ampliamente como tal. Porque De Luca habla no solo de la experiencia formativa y creativa de la pobreza material: habla desde ella. La pobreza es el sitio desde donde cuenta. Leerle te reconecta con la dignidad de la desnudez de lo humano, la dignidad de no tener nada más que un cuerpo cargado de emociones y la capacidad de relacionarse con otros cuerpos y sus emociones. Cuando lees a De Luca, los personajes son brillantemente humanos: no tienen nada y lo tienen todo. No se puede tener más. Resuena Atahualpa Yupanqui, resuena Francisco de Asís, resuena Lao Tse. Y claro, gran parte de la población no puede contactar con eso. Hemos sido educados para huir de ello. Para huir en el plano material y en el plano espiritual. Corremos detrás de una idea hinchada de nosotros mismos: queremos tener más, parecer más listos, más guapos, más poderosos. Para emprender esa huída hacia adelante hay que acallar a nuestras propias emociones. Eso es lo que a menudo intentamos de un modo ciego y tonto. De Luca es el anti best-seller por excelencia y el mejor escritor europeo que conozco.
En El día antes de la felicidad (Siruela), Don Gaetano, un portero de edificio de Nápoles, le hace de padre al protagonista de la novela. Ambos son hijos de la nada, hijos de la miseria. Son dignos y honestos. No son héroes. Son mejores que héroes. Conocen la dignidad humana desde el útero materno. No saben vivir de un modo que no sea ancho y digno, y hacen del aparente poco espacio de sus vidas, llenas de necesidad y pobreza, un jardín milagroso, una celebración innata del aprendizaje de estar vivos. Personifican lo mejor de nuestra especie. Hasta sus defectos son dignos. A través de sus ojos nada es lo que parece. La novela es un durísimo recordatorio de lo que de verdad somos y estamos olvidando. Si no está uno dispuesto a pararse un momento a tratar de recordarlo, mejor no leerla. No se entenderá nada.