“I´m not Madame Bovary se parece más a El proceso de Kafka que a Madame Bovary. Me ha dejado frío. Lo interesante es que hace reflexionar sobre varios temas pero no me ha gustado el cambio de tono y menos el final. No desvelo nada.”
Era mi mensaje del 17 de septiembre a las 14´59 horas en ese efímero grupo de whatsapp denominado “Zinemaldi” que creamos cada año un grupo de amigos de la literatura y el cine en vísperas del festival y que a medianoche del domingo se autodestruye como un mensaje del inspector Gadget. Días más tarde en la prensa local del fin de semana, un periodista venía a decir que I´m not Madame Bovary es, curiosamente, una película que dura 127 minutos en la que se nos desvela su leit motiv en el 128. Estoy de acuerdo con él.
Sucede que el dispositivo narrativo de la película no es generador de suspense, el desarrollo de la trama no está concebido para una revelación final, nada anticipa al espectador, lo prepara, para encontrarse con que la acción obstinada y desesperada de la protagonista a lo largo de toda la película tenga su justificación en esa información que se facilita en el último suspiro.
La premisa argumental de la Concha de Oro 2016 es casi anecdótica y se presenta con un humor y laconismo que se acogen con agrado. La protagonista acude al juez más próximo para denunciar que su divorcio no es válido. Tras las pertinentes gestiones, el juez le informa de que es absolutamente legal, que a todos los efectos está divorciada, extremo que ella conoce perfectamente. El asunto es que el divorcio estaba supuestamente planificado por ambos cónyuges con un objetivo determinado pero el marido -ya ex-marido- aprovecha la coyuntura para olvidarse del pacto y de su mujer e inicia una nueva relación, haciendo volar por los aires el proyecto en común.
El objetivo se desvela a mitad de la cinta pero es en el citado minuto 128 cuando se nos revela definitivamente el auténtico motivo de la denodada lucha de Li Xuelian, el cual, sin entrar en contradicción con el anterior, si lo supera en valor y gravedad, reubicando al espectador e instalando en el centro de la reflexión una cuestión de debate y relevancia nacional e internacional. Entonces uno entiende los problemas que la cinta ha tenido para su exhibición en China.
La protagonista se convierte en el Joseph K de El proceso, y no cejará en su empeño, recurriendo a cuantas instancias judiciales, administrativas, oficinas, organismos y autoridades competentes –más bien incompetentes- encuentra en su camino, en reclamación de la nulidad de su divorcio: desde lo que vendría a ser un juez de paz local hasta el líder del Congreso Nacional del Pueblo, pasando por el alcalde de turno. El clásico David contra Goliat que recuerda a esos ciudadanos de a pie volcados en sus pequeñas grandes causas perdidas, dispuestos a llegar hasta donde haga falta, litigios y disputas mediante, porque la razón es la razón. Fan Bingbing interpreta con solvencia y sin brillantez el papel que le ha dado la Concha de Plata a la mejor interpretación femenina. Quizás más que su trabajo en la película haya que ponderar el propio hecho de que tomara partido en el proyecto. Y es que la Li Xuelian que interpreta la actriz asiática -conocida como la Julia Roberts china-, va más allá en su denuncia de lo que lo hiciera la norteamericana al dar vida a aquella Erin Brockovich que peleaba sin cuartel contra la empresa Pacific Gas and Electric. La ironía con la que constantemente se denuncia a lo largo de la película una burocracia paralizante, una administración incapaz así como las pequeñas corruptelas y ambiciones personales, no esconde la caja de pandora que se abre en ese minuto 128.
I´m not Madame Bovary no es una película fácilmente clasificable. Si nos atenemos al argumento y el tema estamos claramente ante un drama, aunque el tono en muchas ocasiones es irónico, incluso cómico y, por cierto, funciona realmente bien y ayuda a aligerar la carga dramática. Estéticamente, la propuesta es interesante porque la fotografía es buena y el realizador arriesga con tres tipos de enfoques -circular, cuadrado y pantalla completa- para representar los distintos niveles de significación.
Lástima que el realizador rompa ese pacto latente con el espectador, que se salte las normas del juego narrativo para caer en la tentación de un final con traca de petardos que confunde y es un error. Lástima de revelación final que descoloca y aunque abre al espectador un amplio espacio para la reflexión, le deja con la sensación de un guión tramposo.