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LUKE nº 172 verano 2016

Javier Vegas

Parpadeos Lunáticos

parpadeos-lunaticos

Autor: Vegas Fernández, Javier
Colección: SAPERE AUDE - NARRATIVA
Edición: 1
Páginas: 164
Tamaño: 140 x 210 mm
Encuadernación: Rústica fresada; Tapa: con solapa; plastificada brillo,
ISBN: 978-84-945355-0-5
Depósito Legal: AS 00345-2016

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Llevo escribiendo poesía desde hace años, pero esto no es una recopilación de versos sueltos sino una aventura que tiene su sentido.

Me gustan los haikus pero se me quedan cortos. Me gusta la idea de convertir una impresión, una emoción simple, en un conjunto de palabras. Pero la métrica del haiku, a mi entender, limita demasiado la capacidad de expresión del castellano. Yo soy un poco más barroco, más modernista, más lírico. Encontré que los 150 caracteres de un tweet me proporcionaban un marco mucho más adecuado. Y me puse a usarlo. Tengo muchos tweets publicados con esencia de haiku y lenguaje castellano. De ellos muchos hablan de lunas y muchos de párpados.

Seleccione unos cuantos y me puse a desarrollarlos. Busqué métricas que me obligasen a trabajarlos más allá del verso libre y suelto. Para los párpados elegí la estrofa sáfica, para las lunas el madrigal.

El resultado me gustaba, pero era “demasiado” lírico, “demasiado” estéticista, y la noche, la luna y los párpados son, al menos para mi, algo más. Así que le di la vuelta. Y volví a retomar los tweets, y forjé sobre ellos un conjunto de poemas con claves distintas. Miré al blues, a las baladas asesinas de los letristas americanos, al tango, a Bukowski, a Burroughs…. y salió lo que salió.

Invité a Oscar Alonso a acompañarme con sus ilustraciones y me acompañó. Creó un mosaico de ojos que se abren y se cierran, que se giran y se convierten en lunas. Y juntamos todo esto, lo maquetamos como si no fuera un libro sino dos, dependiendo de por donde lo cojas y pusimos el proyecto en manos de Sapere Aude. Y aquí estamos… deseando que te animes a compartirlo con nosotros.

De Parpadeos Sáficos
-xiii-

Cuando cerró los ojos y miró
lo que veía no leyó en sus párpados
palabra alguna ni concepto esquivo
que dijese algo.

A fuerza de mirar el ojo oscuro
tratando de leer párpado adentro
terminó por dormirse y agotado
fue junto al sueño.

Y al despertarse a la mañana solo,
sin más recuerdo que el sueño de ayer,
decidió que no habría más lecturas
de ojos a oscuras.

De Madrigales de Luna
-viii-

Era septiembre, como hoy es agosto.
La misma luna, distintos nosotros.

Mirábamos el mar,
que nuestro barco callado rasgaba.
La luna nos miraba mientas se callaba.

Las olas protestaban,
con quejidos que el hierro acompañaba,
el daño que la quilla les causaba.

Un reguero de espuma,
un rastro de gotas de mar batidas
por la hélice brillaba tras nosotros.

Hablando te miraba.
Igual que la luna tú me mirabas.
Nuestras palabras caían despacio.

El mar era testigo
de la luna, tu voz y sus reflejos.
El aire enmudecía con tus besos.

Era septiembre, como hoy es agosto.
La misma luna, distintos nosotros.

De Lunas muertas
-xi-

Apurábamos juntos la última copa,
la luna menguaba, el hielo era agua.
El disco giraba acabado en el plato.
Un “clic-clac” rompía el silencio en tu cuarto

Yo te estaba explicando una paradoja.
Tú me escuchabas pensando en otra cosa.
Yo te hablaba de mitades infinitas.
Tú mirabas la luna que se dormía.

Me preguntaste de pronto, sin mirarme:
¿Qué harías si tú y yo durmiésemos juntos?
El mar hecho olas sonaba de fondo.
El “clic-clac” del disco seguía su ritmo.

Nadaría como haría una sirena,
debajo de la sábana entre tus piernas,
te dije mirando tras de la ventana
la luna partida que se quedó callada.

Apuraste tu copa, caliente y seca.
Quitaste el disco, cerraste la ventana.
Tú te acostaste y yo me quedé mirando
la luna que flotaba en mi copa hecha agua.

No fui en tu mar ni sirena ni lagarto,
pero floté como plancton en tu cuarto.

De Párpados cerrados
-xvi-

Le pidió que le leyese un cuento,
y se lo leyó.
Fue un cuento largo,
de dragones muertos
y perversas princesas.
Fue un cuento amargo
que acabó con perdices
vivas y felices,
y protagonistas
sin ánimo de fiestas.

Puso después el libro en la mesilla,
y le miró.
Los ojos abiertos,
la vida suspiraba,
la muerte disfrutaba su faena.
Cogió la almohada.
Sonrió, sonrieron,
con más cariño que pena.

Y apretó la almohada contra la cara
mientras los párpados se cerraban.
El libro enmudecía en la mesilla,
la muerte se quedaba sin disfrute
y la vida sin vida ni tortura.
Los párpados cubrían,
su mirada agradecida,
la boca sonreía eternamente.