Gabriel Insausti (San Sebastián, 1969) ha publicado narrativa (Días en Ramplona, El hombre inaudible), poesía (Vísperas del silencio, Noche a noche, Últimos días en Sabinia, Destiempo, Cristal ahumado, Vida y milagros) y ensayo (La presencia del romanticismo inglés en Cernuda, Tras las huellas de Huston, El porvenir de la lectura, La trinchera nostálgica, Miguel Hernández: la invención de una leyenda, El puente y las orillas: cuatro poetas ingleses, La distancia y el tiempo: escritos sobre Cernuda, Tierra de nadie: el poeta inglés y la Gran Guerra) y aforismos (Preámbulos, El hilo de la luz). Ha editado a Larra, Cernuda y Oteiza, ha traducido entre otros a Wilde, Coleridge, Newman y Waugh y ha preparado ediciones bilingües de la poesía de los románticos ingleses, Auden, Spender, Cecil Day Lewis, Edward Thomas, Wilfred Owen, W. H. Davies, John Ashbery, Coleridge y Newman.
¿Distraído? Es que estoy atento, pero a otras cosas.
Encontrar el mapa de un tesoro que ignorábamos poseer.
La ironía de tener, como el erizo, mucha vista y poco tacto.
¿En la onda? Mejor en lo hondo.
Lo hermoso siempre nos pilla desprevenidos.
Se puede no mentir nunca. Lo que no se puede es decir sólo una mentira.
Precaverse contra la verdad como contra un asedio.
Nuestros despistes suponen un juicio de valor.
Intentar que las cosas se atengan a nuestra idea como las dunas a un mapa del desierto.
Mercaderes de ideas: su ideal de debate es la Bolsa.
Contra el hastío de volver, la prudencia de no haber ido.
Nuestro canto no resuena en ninguna cúpula, ha de erigir la cúpula.
Quisiéramos decir “Todo está bien”, pero lo que está bien es que queramos decirlo.
La única meta es perseverar en el camino.
El exceso puede ser de moderación.
El fin no justifica el tedio.
La obsesión por cuantificar esconde, en 87 de cada 100 casos, una forma de inseguridad.
Un modesto naufragio sirve para enderezar nuestro rumbo hacia ninguna parte.
El nihilista ya no milita, constata.
No se pierde la fe, se cambia de dioses.
Algunos libros sólo hacen un fecundo ruido de fondo.
Los principios, como el maquillaje, se notan más cuando no están.
La belleza es un camino que finge llevarnos a alguna parte.
¿Bravísimo? El buen orador merece un “¡Brevísimo!”.
El naufragio sólo es otra singladura.
La vida es un juego cuyo objeto consiste en averiguar cuál es el objeto del juego.
Pero ¿cómo va a pensar claro un tipo llamado Confucio?
La crítica es el exilio de esa patria confortable del discurso dominante.
El amor es un malentendido que ninguna de las partes quiere deshacer.
Hay algo peor que decepcionar a todo el mundo: no decepcionar a nadie.
Cambiaba de chaqueta como la serpiente cambia de piel. Y ahí no terminaba el parecido.
Arrancarse la tirita del prejuicio y descubrir que nunca hubo herida.
Hace falta mucha astucia para conservar intacta la inocencia.
Se admiran los principios, pero se envidia el encanto personal.
Se escucha un consejo como se lee un libro subrayado por otro.