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LUKE nº 172 verano 2016

Lukas Reig

Pabellón 12

Leszek-Paradowski

Fotografía: Leszek Paradowski
Nadie me esperaba cuando me dieron el alta definitiva. Salí al exterior a través de una brecha de luz que parecía llegar desde otro mundo ...

Cuando llegó el celador con mi ropa de calle, un escalofrío cruzó mi lóbulo temporal. Esperaba ese momento. Llevaba mucho tiempo esperándolo. Todo el tiempo en el que quise olvidar lo que pasó sin conseguirlo. Seguí recordando aquel día cada momento que permanecí ingresado en aquel psiquiátrico, mientras tomaba las pastillas que me daban en aquel cubilete de plástico blanco, mientras paseaba por el jardín hablando con los psicóticos y los alcohólicos tratando de borrar la imagen de mi padre en el suelo, con la boca abierta, la camisa blanca con una gran rosa roja extendiéndose sobre su pecho y la mirada vacía, perdida en otro mundo.

Los titulares de los periódicos dijeron que mi madre era la víctima, que se había enfrentado a su maltratador y que la pistola se disparó en el forcejeo. Ni siquiera el fiscal puso demasiado empeño en aclarar los motivos. Salió absuelta, legítima defensa. Yo sabía que no había sido así, que mi padre nos quería y que ella seguía viendo al tipo con el que le engañó tantos años. Al poco tiempo se casó con él.

No la veía desde aquel día en que él salió de casa dentro de una bolsa de plástico con cremallera y lo metieron en una ambulancia. Ella estaba de pie ante el portal de la casa, llorando y con aquel tipo al lado, consolándola. Yo aún creo que se estaba riendo por dentro. No pude hablar desde que vi aquella imagen. Intenté suicidarme cortándome las venas, no pude conseguirlo. Este hecho y mis antecedentes de depresión endógena me llevaron al pabellón 12 de aquel centro, sin que ella intentara evitarlo ni justificarse conmigo. Ya no quiso verme, le recordaba demasiado a mi padre.

Nadie me esperaba cuando me dieron el alta definitiva. Salí al exterior a través de una brecha de luz que parecía llegar desde otro mundo. Cogí un autobús decorado con alegres anuncios, una pareja joven sonreía al exterior bebiendo un refresco. Nadie iba a devolverles la sonrisa. Al subir, el olor del gasoil me llenó los pulmones y me maree como un niño que fuma su primer cigarrillo. El olfato es el sentido que tiene mejor memoria. Entre la bruma negra de la combustión del tubo de escape apareció la imagen de mi padre al volante de su coche, contando historias que no entendía pero que me hacían reír.

Llegué a la ciudad antes de anochecer. La cubría un halo anaranjado y brillante que parecía levantarla del suelo. Yo andaba por las calles llenas de gente que se dirigían a sus casas a cenar con sus hijos, a ver a sus padres, a refugiarse en su hermosa vida familiar. Fumé un cigarrillo tras otro mientras andaba. Cuando llegué a la que fue mi casa el paquete ya estaba vacío y yo muy excitado. Esperé hasta que la vi salir del taxi con su bonita gabardina beige y crucé la calle Me colé en el portal antes de que se cerrase la puerta y fui a por ella. Llevaba el cúter en el bolsillo. Dije "Hola, mamá", y ella me miró como se mira al vacío. Y no dijo nada.