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LUKE nº 175 diciembre 2016

Alex Oviedo

Cámara oscura

ilustre

Se han estrenado estos días dos películas que cuentan con un breve nexo común: ambas tienen como protagonista a un escritor y muestran de alguna manera la fuente creativa de sus obras.

Se han estrenado estos días dos películas que cuentan con un breve nexo común: ambas tienen como protagonista a un escritor y muestran de alguna manera la fuente creativa de sus obras. Por un lado está El editor de libros, filme americano que relata la relación entre Thomas Wolf y su editor Maxwell E. Perkins, descubridor de algunos de los grandes autores americanos de la primera mitad del siglo XX —Hemingway o Scott Fitzgerarld— y responsable de pulir y publicar dos de las grandes novelas de Wolf: “El ángel que nos mira” y “Del tiempo y el río”. Por otro lado, El ciudadano ilustre, película argentina seleccionada para representar a su país en la próxima edición de los Oscar y ganadora de varios premios, entre ellos la Copa Volpi al mejor actor y el Premio del Jurado Joven del Pasado Festival de Cine de Venecia.

Dos películas resueltas con desiguales trazos, pero centradas en la gran interpretación de sus autores. En la primera, Jude Law, Colin Firth, Nicole Kidman y Laura Linney son los cuatro pilares que sustentan este largometraje basado en una historia real; en la segunda, son los personajes que pululan el pueblo argentino de Salas, seres surrealistas, a veces esperpénticos, que podrían recordar a aquéllos que inmortalizara David Lynch en “Twin Peaks”, pero fundamentalmente es su protagonista, el actor bonaerense Oscar Martínez, al que odiamos, perdonamos, comprendemos y con el que llegamos a empatizar.

Centrémonos en esta última. Dirigida a cuatro manos por Gastón Duprat y Mariano Cohn, “El ciudadano ilustre” narra las peripecias de Daniel Mantovani, un escritor argentino que ha sido bendecido con Nobel de Literatura y cuya obra ha retratado a los habitantes de Salas, el pueblo que le vio nacer y al que no ha vuelto desde que comenzó a escribir. Ahogado por las responsabilidades del Nobel, sin capacidad ni tiempo para pensar en una nueva novela, recibe una carta del ayuntamiento de Salas que le invita a recibir la mayor distinción municipal: la medalla de Ciudadano Ilustre. Contra todo pronóstico, el escritor decide acudir a su pueblo, donde se rencontrará con su antigua novia, con compañeros de colegio, pero sobre todo con una vida provinciana alejada de la mirada más cosmopolita del escritor. Salas no ha evolucionado, sus habitantes deambulan por unas calles ancladas en el pasado y se sienten orgullosos de ello, de sus costumbres, de su día a día amable y plano. En este sentido, Mantovani representa el progreso, la fascinación de quien ha logrado el éxito, pero también la negación de lo oriundo, de lo propio, de la crítica ante lo que consideramos nuestro. La película trata con humor estas diferencias, para ir tornando hacia lo dramático, sin que el espectador pueda intuir cuál será el siguiente paso de este protagonista vanidoso e inteligente que quizás haya escogido la invitación equivocada.