Invitada: María Helena Giraldo González
Psicoanalista, poeta y ensayista nacida en Filadelfia (Caldas, Colombia).
Autora de Lobos incendiarios (2007) y La Ciudad de tus Ojos (2012). Ha hecho parte de las publicaciones colectivas Octámbulos I (2006), Octámbulos II (2016). Con Una lúcida embriaguez la de Aquiles y Sócrates participó en el libro Literatura e poéticas do Imaginário de la editorial de la Universidad Estatal del oeste de Paraná (2013). Recibió primera mención en el Concurso Nacional de poesía Porfirio Barba Jacob de Envigado (2009) y en el Concurso Nacional de Asmedas (2014). Ha publicado en las revistas Ciudad, meFisto, Universidad de Medellín; en los periódicos Confabulación y la revista virtual Latinoamericana La Otra. Ha hecho parte de antologías a nivel nacional e internacional.
Dentro de sus proyectos futuros se encuentran los libros Girasoles de alambre, Los rostros del tiempo, Por unas rupias, Oh poetas, comprended por qué no os aman en la ciudad; la novela: Los viajes de Penélope.
Pertenece a la tertulia Los Octámbulos desde hace trece años y hace parte del Colectivo Voces al Sur.
LA GUERRA
La guerra está en mis hombros, en mis dedos, en la palabra que callo. La guerra no se vive lejos de la casa, lejos del palpitar del barrio moribundo,
tampoco fuera del corazón.
No quiero evadir el amor, ni la ciudad, ni estas punzadas de odio que alimentan los ríos de sangre que riegan mi cuerpo.
Sin embargo, me muerdo los labios cuando una lágrima agoniza en una rosa. La guerra nunca muere mientras el hombre exista.
La guerra se alimenta de mis pies, del locuaz orador que viene del sur.
Mientras la muerte salude la mañana, me mantendré despierta hasta la más alta hora de la noche como una extranjera al borde del placer o del horror.
COMUNA OCHO
Si esta piel alcanzara para el resto del mundo, si pudieran calzar esta piel y este agobio. Esta pesadez de las manos y el espíritu, comprenderían que el viento arrecia a la madrugada y devora la rosa.
Si habitaran esta piel mía, verían que los pozos están secos y tengo sed, que mis uñas están negras porque tengo que arrancarle a la tierra el fruto, que no hay tiempo para pensar. El abecedario que comulgo es el de abrir la alacena y contar los granos en el precario verbo de la subsistencia.
Si alcanzara esta piel para todos, sabrían que estoy empezando a deletrear palabras, aprendiendo a escribir y a leer, ahí sucumben mis sueños porque los hijos aguardan el pan en la mesa.
Si alcanzara esta piel sabrían que sumar y restar se parecen a la vida cotidiana, que dividir, se torna difícil. Es un asunto de geografía y de ciudad. Un asunto de salario y de matemáticas.
Si alcanzara esta piel para todos…
JUNO
Un reloj, sin afanes, marca la eternidad. Juno expía a los hombres. Decide bajar los escalones circulares del tiempo. Va a los acantilados, a las tabernas. Lleva un hilo dorado en su pantorrilla.
Juno conjuga el verbo amar en el lenguaje de los dioses. La cansa la infinitud del tiempo, quiere morir anciana.
ESPEJOS
Una paloma picotea el maíz y me veo contigo en la plaza alimentando los sueños y ese aire gris de las tardes melancólicas.
Octogenarios señores nos contemplan y añoran el paraíso de un beso, el que te doy. Mi mano anudada a la tuya como una promesa que no tiene fecha de vencimiento, solo la que está en el termómetro de los cuerpos.
Una paloma tiene el cuerpo de la mañana, el vuelo de tus manos.
Afuera de nosotros sigue el mundo, los ahorcados que decidieron no estar, la hambruna, las lamentaciones del cordero y el tigre. Tácita manera de decir, todo nace en los espejos, tu sombra se escabulle por los laberintos de mis rostros.
En un niño que sonríe en una calle desierta, en los ojos del loco más fabuloso te veo. En el cóncavo espejo. Te pierdes en la nieve y en las palomas que picotean el maíz.
UN DIOS OSCURO
La escritura del relámpago es la doble hoja del olvido que se aloja en su lengua. El mundo es el ombligo de un dios oscuro que descifra las claves secretas del agua. En su paraíso sella los cristales de mi signo. Toco a su puerta, no golpeo.
Y uno de mis rostros entra, los otros se quedan afuera en el camino.
Descubro que los caminos son la escritura del tiempo en mis párpados.
Encuentro laberinticos espejos que no mienten. Réplica fiel de todos los espejismos que se juntan. Sombra oxidada de ese dios oscuro, raro perfil de los muertos que todavía no se van del todo.
A mis espaldas los muertos me saludan. Libero de su suerte a los que quieren partir. Ellos, acostumbrados al hacinamiento, prefieren repetirse en el espejo.
El aire se hace pesado, me pregunto para qué me detuve en ese lugar. Busco impaciente la salida.
Mi cuerpo se refleja en cada espejo. Alcanzo a ver una luz al final. Respiro aliviada, me detengo, el espejo me devuelve un rostro desconocido.
Descubro por accidente, no por convicción, que soy ese dios oscuro.