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LUKE nº 175 diciembre 2016

Marta Muñiz Rueda

Dos poemas

marta-muniz-rueda

Fotografía: ileon.com

Marta Muñiz Rueda nació en Gijón, Asturias, el 24 de diciembre de 1970. Es licenciada en Filología Hispánica-Literatura, por la Universidad de Oviedo y profesora titulada en Música (piano) por los Conservatorios de Gijón y León. Publicó en marzo de 2015 su libro de poemas “El otoño es nuestro” en la colección “Tres voces, tres mundos II”, Ed. Csed. En enero de 2016 se publica bajo el sello Piediciones, su primer libro de relatos: “13 Cuentos Dementes para Mentes Insomnes”.

Poética:

Creo en la Poesía como se cree en una divinidad, con una fe implacable. Creo en su poder salvífico, en su energía para hacernos salir de la penumbra. Por eso mis versos siempre buscan la luz, a pesar de las sombras, el miedo, la incertidumbre.

Me gustan los poemas de largo recorrido, que cuentan pequeñas historias o que dejan fluir a la conciencia. Me gusta la poesía vital, divinamente humana, la que nos rescata del vértigo.

No concibo un poema sin ritmo. La poesía es música escrita con palabras.

Intento pulsar el alma de las cosas a través de metáforas brillantes, asociaciones inesperadas, sinestesias cegadoras. Pretendo el equilibrio al borde del abismo.

CANTO DE MARIPOSA

Vivir como si el mundo
no te perteneciera por derecho.

Esclava de una vida
que no es vida.
Con las alas cortadas
y el pánico
sudándote de horror
entre las manos.

Temblando de estupor
mientras él gira
la llave de una puerta
que te mantiene anclada a su tortura,
rehén de sus ojos y del miedo,
paralizada tras sus cerraduras.

Vivir con la ilusión encadenada,
preñada el alma de un dolor suicida,
brotándote en la boca
un canto de mandrágora.
Tomándote la rabia,
con una repulsión indecorosa.
Vomitando la arcada
al verlo aparecer
para humillarte
y cercenarte el júbilo y la brisa
y robarte los sueños
y la lluvia
que resbala indigente en tu ventana,
mojando una ciudad que no te mira.
Él la había llamado
inútil
en todos los idiomas.
La arrinconó con ira
en los espacios oscuros
de la noche de su casa tomada.

Cortó los cables
que la conectaban
al sur del hematoma
con una nueva vida.

Borró de su memoria
la belleza.
La dibujó conforme a su medida:
sin alas ni reservas,
con una piel intacta
sangrando de desprecio.
Sin manos y sin pies
que la llevaran
más allá de los límites de su propio castillo,
forjado de mentiras sin fronteras.

La almohada era,
a la vez,
lienzo de eternas súplicas
e indicio de la asfixia
que le robaba el aire de su cuello
con vocación de cisne anestesiado.

Esa mujer que vio pasar dos años de su vida
escondida entre visillos,
conoce el precio de ver amanecer.

Sólo quien sobrevive
es emisario
de un nuevo despertar.

En su vuelo de luz
renacerán
todas las crisálidas.


CERCANÍAS

¿Puedes decirme tú
si se abrirán
por fin esas ventanas,
ahora que se cierran, alocadas,
cuarenta y cuatro puertas?

Quiero sentir que se abren,
que deslizan sus hojas lado a lado,
ofreciéndose a mí de par en par,
robándole la luz al desatino,
la magia de su instante azul eterno,
ciego de inmensidad que no agoniza.

Soy viento y es diciembre.

Toda la soledad se duerme y sueña
en una sola hoja alicaída,
esa que abandonó,-sin estridencias-,
aquel otoño triste y despechado,
en un acto de amor loco y suicida.

¿Podría ser, amor,
que no supiese
robar la luz al alba venidera?

Tal vez no pueda leer
las líneas de mis manos en tus ojos,
ni sepa interpretar
los posos del café de sobremesa
en la frialdad nítida
de tus silencios árticos;
ni la estela fugaz
de un cometa brillante pero efímero,
que nos contempla errante,
-como siempre-,
como si aún pervivieran
mis manos en tu espalda
y un rumor de caracolas quejumbrosas
te brotara en la noche.

Pero tú no te vayas.

Tú,
quédate conmigo.

Necesito que alguien me detenga,
que me escuche
y que luego me recuerde,
cuándo llegará,
-a qué hora, en qué minuto-,
mi último tren de cercanías.

A lo lejos
se escucha
el traqueteo sordo de una locomotora,
pidiéndole inclemente
a mi existencia rota,
el vértigo incisivo que me azota
y me llama,
y gime contra el aire
que nubla mis pupilas
sediento de raíces entregadas.

Necesito una hiriente sacudida.
Bailar en medio de esta niebla espesa.

Saber que hoy es diciembre y tú me amas.