Apuro mi macchiato mientras contemplo detenidamente los ficus gigantes del Giardino Garibaldi. La leve algarabía que llega con una brisa entreverada me evoca otros tiempos en los que la gente se arrebujaba aquí mismo, en torno a las hogueras de la Inquisición, frente al Palazo Chiaramonte. Siento un breve escalofrío no sé sí físico o moral.
Ya no me gusta viajar solo aun cuando antes fuera una condición "si ne qua non" para dejarme llevar (eso pensaba) por la incertidumbre gozosa de la aventura. Serán cosas de la edad. Y eso, a pesar de que la invitación para venir a Palermo era muy seductora: se trataba de reflexionar sobre la influencia crepuscular de "Il Gattopardo". He disfrutado mucho del encuentro pues ha sido también ocasión para ver a viejos amigos y, una vez más, la cita ha finalizado con el deseo frustrado y anti-histórico de haber sido otro hijo adoptivo de Lampedusa, aunque solo hubiera sido para poder asistir a sus clases privadas de literatura comparada. Luego, tras despedirme con esas frases tópicas pero muy sentidas, he combatido el vacío repentino que suelen dejar todos los congresos bajando lentamente por la vía Vittorio Emanuele y visitando algunas librerías recomendadas. No he encontrado nada de Longanesi o de Marrone que es lo que andaba buscando (recomendaciones de Leonardo Sciascia) y es que, a lo peor, ya soy también de otro siglo.
El callejeo, sin embargo, ha tenido su premio, porque sin saber muy bien cómo, me he topado con el Museo Internazionale delle Marionette Antonio Pascualino (5, Traversa Via Butera) y me he dedicado a recorrerlo durante casi toda la tarde. Como es sabido, la tradición de las marionetas es en Sicilia el equivalente a la afición por los "nacimientos" en Nápoles, y este museo, un poco atropellado por la cantidad de material que ha conseguido reunir, es una delicia más allá de ser un pequeño paseo por la Historia Universal. Así, he podido recuperar durante unas horas la mirada de niño pero también he echado en falta la mirada de mi hija, y es que, como he dicho, últimamente no me gusta viajar solo.
En fin, me quedan ya pocas horas en la capital siciliana. Supongo que cenaré una buena caponata en La Pergamene que está aquí al lado y luego me iré derechito al hotel. Mañana, a primera hora, me recogerá un taxi para llevarme al aeropuerto de Punta Raisi y me embarcaré rumbo al continente huyendo sin querer huir, como Livia, la novia eterna de Salvo Montalbano.