Los poetas cultivamos el aire, hacemos algo útil con las manos, en la hoja blanca con el alma abierta, escribimos algo bello, algo simple y esperamos que la poesía nos regale la flor.
X.- La sola flor
La superficie del jardín es el alma, donde vive la sola flor del poema. Escribió Vicente Aleixandre "el alma con su olor a azucena", una evocación, un sueño y lo más íntimo. Pedro Salinas lo llama la verdad trasvisible porque camina sin sus pasos, con otros, allá lejos y allí "estoy buscando flores, luces, hablo".
En esa intimidad, ese instinto, esa voz del silencio, aparecen los perfumes, el agua y la carne. Los colores invisibles. La pura soledad poética.
Bashô cuenta ese trasluz en un haiku: Para ver las flores he venido/ bajo ellas dormiré/ sin sentir el tiempo.
He venido, dice, desde antes, desde lejos, desde los que fui y seré, para ver las flores, que son recuerdos y son sueños, sin sentir el tiempo.
Solo el alma sabe quiénes somos, desde la primera vez hasta ahora, en esta vida y las otras. En la flor de la soledad, húmeda y extensa de Neruda.
La poesía es el murmullo que el poeta oye desde el jardín hasta que se convierte en flor, la sola flor posible. Esos únicos pétalos. La violeta de Shiba Soneme: Violeta salvaje/ incluso antes de florecer/ se distingue.
Todo cambia con el tiempo menos el alma. El alma nos cuenta lo mismo desde el origen y durante todo el destino. El gran vacío y el gran mar. El gran miedo o la gran felicidad. Las estrellas y el laberinto. Ese instante es lo que busca el poeta.
"Si un hombre fuera al Paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que su alma realmente estuvo allí y si encontrara esa flor en sus manos al despertar ¿entonces qué?" pregunta Coleridge y esa flor, es el poema. Esa sola flor que cuenta el alma.
Cuando Jacques Prèvert escribe la maravilla Para hacer el retrato de un pájaro, pintar primero una jaula con la puerta abierta, pintar después algo bonito, algo simple, algo bello, algo útil para el pájaro, dice que después hay que apoyar la tela contra un árbol, en un jardín… y esperar, si es necesario, durante años, la llegada del pájaro.
Los poetas cultivamos el aire, hacemos algo útil con las manos, en la hoja blanca con el alma abierta, escribimos algo bello, algo simple y esperamos que la poesía nos regale la flor.
El limonero lánguido y ese aroma que evoca los fantasmas en las Soledades de Machado son paseos por el alma, como la flor no lejos de la noche de Pizarnik, la furtiva que se sienta en el pasto crecido de Desnos, las lilas acuáticas (rojo brillante sobre el agua verde) de Hsiao Tsu Yun. Y la azucena.
"Y más allá del arroyo la azucena dorada/ exhalará hacia nosotros su fragancia" Friedrich Hölderlin.