Todo está inventado, pero ¿todo está combinado? Una foto, unas letras y dos ilusiones.
Yo propongo la fotografía y un amante de la escritura le pone palabras.
Paula Arbide
Texto: Francisco Taboada
LA TEMPESTAD
Todo iba bien. Irene se había estabilizado. A principios de julio sacó el título de Arte Dramático, durante elverano afianzó la relación con su novio, Román, buscaban casa, y a finales de octubre los contrataron juntos para hacer de Miranda y Fernando en La tempestad, de Shakespeare. Los ensayos fueron perfectos. Sin problemas.
La noche anterior al estreno, Irene y Román estaban tan nerviosos que practicaron el sexo hasta caer rendidos. Al despertar, ella se encontraba demasiado calmada. Cuando llegaron al teatro, su aplomo llamó la atención del director, que alabó su actitud madura y profesional. Los dos primeros actos fueron brillantes: cuando Irene salía a escena representaba una Miranda tan alucinada e ingenua que el patio de butacas crujía con ganas de aplaudirla. En el tercer acto, sin embargo, hubo una trasformación, se la veía oscura y enfrentada a su papel. Entre bastidores se preguntaban qué le estaba sucediendo. Llegó el momento en que Fernando le declaraba su amor y le pedía la mano: He aquí mi mano. Ella debía responder: Y la mía, con el corazón dentro. Pero Irene no dijo nada. Se quedó quieta, como sorprendida, enfadada, pensando. Después de cinco segundos eternos dijo:
—Pero eso no puede ser… ¿No ves que estoy enferma?
Román enmudeció. No sabía de qué le estaba hablando. Tardaba en reaccionar, se saltó su frase, tuvo que salir en su ayuda el actor que hacía de Próspero: Ella enferma de amor y él mudo al saberlo, ¿quién puede entenderlo?, dijo antes de recitar apresuradamente el último fragmento de la escena para que cayera el telón. Román y un miembro de la compañía se llevaron a Irene al camerino. El médico no tardaría en llegar.