Quizás exagere si digo que Spotlight es seguramente una de las mejores películas del año. No sólo porque está construida sobre un guion sólido, en el que quedan visibles las dudas de los protagonistas, sus miedos, sus ganas de investigar en lo que puede acabar siendo la noticia del año, sino porque nos acerca a una forma de narrar alejada del cine americano de hoy. Podríamos decir que la película no parece americana. Y esto, en el caso de una cinta que trata de un tema real y tan arriesgado es una virtud en sí misma.
Hagamos historia: la película refleja los meses que dedicaron cuatro periodistas del diario The Boston Globe a desentrañar cientos de casos de curas pederastas ocurridos a finales del siglo pasado y que la iglesia católica había intentado ocultar. La llegada de Marty Baron, exdirector del Miami Herald a la dirección del Globe, impulsó una sección llamada Spotlight en la que trabajaban cuatro periodistas y que apostaba por el periodismo de calidad, por la investigación, por la búsqueda de noticias de relevancia social. En vez de cerrarla (hubiera sido lo lógico: el periodismo estaba recortando puestos de trabajo, se había convertido ya en un negocio que primaba los beneficios frente a las noticias, el sensacionalismo o el rumor frente al contraste de las fuentes), se hizo eco de un caso que podía haber pasado desapercibido y que supuso meses de investigación, de presiones para que no viera la luz y de tensión con las altas esferas de una ciudad de Boston que había permanecido muda ante la evidencia.
Con estos mimbres, el director Tom McCarthy (nadie hubiera dado un duro por él tras películas como Con la magia en los zapatos) construye un film en el que lo importante es el guion (escrito a cuatro manos junto a Josh Singer, conocido por algunos de los textos de El ala oeste de la Casa Blanca o El quinto poder) y los actores (espléndidos Michael Keaton, Racher McAdams, Liev Schreiber y sobre todo Mark Ruffalo). La película adquiere gracias al director el tono de las grandes historias, ésas en las que el espectador se deja llevar porque entiende a sus protagonistas, comprende sus reticencias a la hora de enfrentarse a una situación, se pregunta cómo reaccionaría él, si lo haría de igual manera en un caso parecido. Y tras bucear en su historial cinematográfico recuerda aquella otra película sobre periodistas (Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula) en la que Robert Redford y Dustin Hoffman ponían rostro a los archiconocidos Woodward y Bernstein (los periodistas del Washington Post que destaparon el Watergate). Y entonces sospecha que el cine americano sabe bucear en sus debilidades, construir una historia sobre periodismo de investigación que no resulte aburrida y, quizás incluso, subrayar que para que una sociedad avance de forma saludable debe lograr que el cuarto poder sea fiel a sus orígenes y no a las leyes que marque el mercado.