Catalina Garcés Ruiz (Medellín, 1980). Promotora de lectura. Realizó estudios de Literatura y Filología hispánica en la Universidad de Antioquía. Trabajó con las Bibliotecas Móviles de Medellín en 2004, donde impartió talleres en los barrios y zonas rurales. De 2006 a 2011 fue editora del programa Palabras rodantes, proyecto cultural del Metro de Medellín y la Caja de compensación familiar Comfama, en el que se publicaron textos de la literatura universal. Participó en la organización del 22° Festival Internacional de Poesía de Medellín en 2012, donde también fue invitada como poeta. Fue promotora de lectura en el proyecto cultural Biblioteca Pública y Parque Cultural Débora Arango de Envigado de 2013 a 2015.
Hasta que desaparezca el nombre no es mi primer libro inédito, es el último y quizás el más querido. Son estos poemas los que definen qué ha sido la poesía en mi vida, o la vida que se reflexiona poéticamente. El juego es real, solía ser una de mis distracciones de infancia el decir mi nombre hasta que se hiciese extraño y las letras y los sonidos dejaban de serlo, desaparecían poco a poco como todo lo que había afuera; así, finalmente, solo quedaba un espacio en blanco que lo abarcaba todo. Luego llegaron otras palabras, pero estas, a diferencia de mi nombre, no desaparecieron.
Poemas del libro inédito Hasta que desaparezca el nombre
Me duele el tiempo que se escapa
mientras trabajo en cosas sin valor,
me duele cuando no tengo ánimo
para la renuncia a esas formas de ser
que no soy yo, acumuladas con los años.
No leo más el mundo.
Olvido esos días primeros de mi vida
en los que accedía al espacio en blanco
luego de repetir el nombre de las cosas
o mi propio nombre
hasta que se me hacía extraño
su sonido y su significado,
lo que me rodeaba desaparecía:
uno a uno los objetos dejaban de serlo
y se mezclaban con el aire
y el aire era la niebla más blanca;
ya no me reconocía y no me sabía cuerpo
y no existía el dolor
porque las horas no lo eran,
solo estaba el sonido de una respiración
que lo abarcaba todo.
Sé del mirar de mi madre
cuando creía que andaba en las nubes;
mientras tanto, con mis ojos fijos en nada,
esas nubes eran alcanzables,
había en ellas la paz
de lo que se sabe sin palabras.
Pero hoy hablo desde el día
en el que me convertí en poco,
dejé de tenerme y de tenerte
y salí de ese horizonte prolongado
en el que me sostuve por años,
hasta que la línea de tanto soportarme
terminó por curvarse quebrando
mi propio camino.
Despedazando, fragmentando,
aquí, con las ocupaciones
que giran alrededor de lo mismo
y el paso lento, firmo con otro nombre,
y tengo que usar mis piernas
para entender esta obra.
En mis repetidos movimientos,
en esta suerte de fe pasajera,
en esta distancia crónica
comienza una verdad
que se inventa y no que nace
—¿hay diferencia? —.
Y en la mirada cansada,
los pensamientos
se oponen a la balanza
y la balanza hace su juego
para una nueva renuncia
de una vida escrita
en el libro de las mutaciones.
Escúchame ahora que estamos solos.
Existe enemistad entre la mente
y la mano que escribe
porque no puede explicarte
dónde se crean estas oraciones.
Escúchame, existe una distancia
entre mis lectores y yo,
que impide que encuentren valor en lo que hago
porque habrá quien se haga inmortal
con letras que dicen poco
y que acarician con el brillo
de sus vacíos adornos.
Y qué hacer, mi vida,
si así son los caminos del arte
cuando justo esa mano decide
desde el no saber y desde el miedo
a hablar con justicia
aún de las cosas que no se deben
y que tampoco caben en la poesía.
Esto, y una voz sutil
son nuestros tesoros, amor mío,
porque hemos sido testigos de renuncias
y de miedos que no son nuestros.