Guillermo Fernández Es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Jaén, por su tesis sobre la Obra Americana del poeta argentino José Viñals. Durante los años setenta y ochenta colabora con las revistas Poesía Hispánica, Nueva Estafeta, Poesía de Venezuela. A partir de esa época viaja y reside en el Reino Unido y Suiza. Ejerció como profesor en la Appalachian State University, North Carolina (EEUU). Actualmente enseña idiomas.
Ha colaborado con las revistas Papeles de la tertulia, La Hamaca de Lona, Revista Cultural de Segovia,Alsur, El signo del gorrión, Lunas Rojas, etc....
Es miembro de la Red de Expertos del Proyecto Campus de Excelencia Internacional en Patrimonio Cultural de la Universidad de Jaén.
POETICA:
Yo no quiere ser yo. No quiere ser singular, ni el otro, ni muchos, ni quiere pertenecer ni ser marginal, ni conseguir ni perder. Yo no quiere segregarse ni identificarse, ni ser separado ni integrado a expensas de lo que sea: de la teología, de una erupción, de la apisonadora del Estado, de la información genética, de la coerción general. Yo quiere ser y no quiere, se resiste y se doblega, está a favor y en contra, denigra y aplaude y ensalza y deja de aplaudir. Ve a los agricultores eventuales que llegan carbonizados todas las tardes y ve a los que vienen en una cápsula de aire caliente, con desodorante y crema para las hemorroides, blasfemando contra, tomar café en contra, en el infierno, alargar el infierno de los otros. Ve el tiempo en que no seremos ni unos ni otros, el tiempo en que ya han sucedido todos los éxitos y deserciones. Mira la piel herida, joven y sangrante sobre un cuerpo que desea ser herido para manifestarse en el ser del goce, del sufrimiento, para elevarse. Y yo, que huye del ser y está sumergido en la superficie de la carne de ese cuerpo, hundido, ahogado, en la víspera y al día siguiente, dice adiós.
EL hombre que vacía un bidón de pringue caliente por el desagüe que va al río espera el advenimiento, que prolongará la posesión de todo aquello que vejó y por lo que, en su mutilación, exige misericordia.
LA mujer que repica con un punzón en sus pechos la viudedad y exhibe grumos de pringue y varices abultadas en las corvas mientras barre la puerta de su casa está llamando a gritos y ahuyentando, deseando y abominando y mortificándose en el vórtice de Dios.
LA que roba pan mohoso y deambula por el frío de la sala vacía alimentando a los sapos.
LA que nació de una gota de urea y no reconoce la autoridad de sus padres, el imperio de la Iglesia ni la soberanía de las instituciones del Estado. Es la que llama a matar y obliga a vengar la muerte. En el Tártaro tortura a los muertos.
LA mujer de cabello emplumado que mastica moho para fabricar antídotos contra los hongos que devoran su pensamiento, escarba hondo en la tierra, deja semillas de flores sin olor, busca bellotas, amontona el estiércol y lo transporta hasta su cama donde crece una culpa sin fruto, cría sebo en los costados para sustituir el espacio vacío que no se llena nunca, no quiere, no puede vivir sin esa carencia.
EL que no sabe si está o no. Y cuando cree saber que está no sabe dónde, no sabe cuándo es quedarse, salir o entrar, abre la puerta, se deja pasar, la cierra, no sabe si está dentro o fuera. Y cuando una certeza del espacio parece despertarse para situarlo, no sabe cómo colocarse, qué hacer, dónde mirar sin sentir un espasmo de aire sin oxígeno. Y cuándo está seguro de que no está, vive en sosiego, ama con sus relinchos al resto de seres humanos.
De Manicomio de Dios
LOURENÇO Marques, Mozambique, 1905, hotel Atlas, un hombre de un metro cincuenta de altura, vestido de blanco, sin afeitar, afina un piano. No sabe, o ha perdido la noción del saber, que en la mayoría de países del mundo, en cualquier época del año, los afinadores de pianos son acusados de herejía y condenados a la pena de muerte. Un piano marca Steinway.
6 de enero de 1962, Méjico, prostíbulo barato. Magdalena, una niña puta se pinta las uñas con esmalte púrpura. En ellas se refleja la sonrisa sin dientes de una anciana que cumplió sus deseos de no sentirse mujer, sino espanto prestado, brazado de trigo vano, sino un hombre que la mira desde la tienda de repuestos de automóviles en el número 73 de la Avenida Abraham González, Ciudad Juárez, sino un perro que le ladra espuma desde la cantina El Arbolito, una culebra de sangre mestiza.
LOS puercos de Oliver comparten pocilga desde hace una semana con un poeta desterrado tras pasar cinco años en un campo de trabajo por -según cuenta Oliver, que repite como un papagayo lo que que dice que cuenta el poeta- difundir calumnias y cometer difamación contra el sistema político y social de su país. Oliver no entiende lo que repite, o entiende algo de mayor interés, pero se considera el hombre más importante del mundo. Su chamizo, de cuatro metros por tres, es la prueba. Tiene camastro de hojas de maíz, estufa de carbón, un jarro de porcelana, cecina seca y una ristra de ajos. Y no le faltan bellotas y leche de las cabras. Los puercos de Oliver se sienten los seres más agraciados del planeta al compartir paja con un poeta. El poeta recuerda las calles de su ciudad, las caras de sus amigos, el calor de las nalgas de Yelena, La Chinche de Maiakovsky.
Mileto, costa del Mar Negro, año 725 a.d.n.e. Creso de Cotiora, ayudante de cocina, desde una torre del puerto militar, mira el barco atracado, esperando la orden de partir hacia Oriente. En ese barco llegaron los cangrejos que está destripando en este mismo momento. El crujir de caparazones y el salpicar de cartílagos producen en su mente digresiones sobre la realidad última, la sustancia, el fundamento. No en el agua ni en el aire, ni en lo indeterminado indestructible, que luego argumentarán los acomodados Tales, Anaximandro y Anaxímenes, sino en la carne suculenta del cangrejo, cuyo corazón, en forma de haba, aún bombea entre sus manos.
De Así en la tierra
LA necrosis se transmite por la leche,
con estas palabras de ahora,
en la mirada.
Forma rebabas en las articulaciones.
Es el miedo.
Son los rasgos que os nombran.
El ácido del deseo.
ES hora.
Empiece a vaciarse el plomo derretido
por los conductos de la savia
y sobre los poros de la piedra hasta el nervio.
Sean infectados los veneros.
Cortad con escarpia las extremidades
y expulsadlos de este continente.
ESTAMOS sitiados.
Este documento nos garantiza agua y comida:
pan blanco, carne de ave.
A cambio violarán a las mujeres
y a los niños.
A los viejos nos cortarán la lengua.
SE ensanchan las arterias
bajando al valle con hostigamiento,
entre las últimas luces
y las primeras nieblas.
Las úlceras saben
que los manantiales están corruptos
y que tendremos que cambiar una promesa
por una espuerta de sangre.
De Tierra