En cualquier caso, atente o no contra algún derecho o imagen, el caso mencionado parece de jurisprudencia ambidiestra retrógrada ...
He ido a verlo porque había que hacerlo con los propios ojos. Para animar la campaña de ventas post-navideñas, unos grandes almacenes de nombre sonoro y ya tópico ha situado en la planta baja, la dedicada a cosméticas varias, un maniquí viviente con el torso desnudo.
Se trata de un veinteañero completamente depilado, no muy guapo pero macizo, con unos músculos troquelados a base de muchas horas de gimnasio. Entre risas un tanto forzadas, el maniquí viviente ofrece estilizadas tarjetitas con muestras de un perfume que evoca con su nombre antiguas victorias viriles y míticas, aunque huele más bien a caballeriza del siglo XVIII. Muchas adolescentes, alguna que otra señora de mediana edad y, de vez en cuando, otros jóvenes también musculosos, se sacan fotos con el modelo semidesnudo que parece responder al nombre de Jon.
Mientras contemplo la escena, haciéndome el despistado para no llamar la atención, recuerdo el follón que se montó en esta misma planta cuando a los creativos correspondientes se les ocurrió poner un par de chicas en ropa interior, bailando dentro de una jaula para promocionar un desodorante. Como en un “descendit ad inferos”, todo fue llanto y crujir de dientes y, como por otro lado era lógico y razonable, los grupos feministas de la ciudad consiguieron que desapareciera aquella publicidad no precisamente subliminal pero si claramente “vejatoria para la imagen de la mujer”.
Pero ahora parece que andar medio desnudo por un centro comercial, si eres varón, joven y estás macizo, no atenta contra ningún derecho cívico ni resulta vejatorio para nadie. Como mucho, e indirectamente, puede atentar contra la salud por el efecto pernicioso del aire acondicionado o los virus circundantes de los/as admiradores/as. He aquí una muestra de los desequilibrios que la discriminación positiva- ¡alabada sea!- puede llegar a tener si no se actúa con atención y detenimiento. De lo contrario, no se podrá detener a un negro broncas porque es negro o no se le podrá decir al bicicletero impenitente que, a fuer de su incontrolable instinto naturalista, su lugar pasa por la carretera y no por las aceras- como últimamente viene sucediendo para terror general de los viandantes.
En cualquier caso, atente o no contra algún derecho o imagen, el caso mencionado parece de jurisprudencia ambidiestra retrógrada sin dejar de ser, como decía mi amiga Miren – también mirona despistada -una gran horterada dentro de la horteridad media ( y exquisitamente calculada) que suelen promocionar estos grandes almacenes y otros análogos que ya no saben qué hacer para vender más.
Pues como decía el tímido Antonio Machado (adelantándose en tiempo y forma a una de las famosas leyes de Murphy) “no hay nada que no sea absolutamente impeorable” (Juan de Mairena, III).