Este hombre es un hombre muy listo, se lo han oído decir infinidad de veces a su madre cada vez que habla de su hijo, un hombre inteligente y brillante en lo suyo, corroboran los alumnos a los que enseña algebra lineal, aunque, añaden, de comportamiento un tanto extraño, por el contraste que da su aspecto estético impecable con un cabello siempre grasiento sumado a ese olor repugnante característico de las personas que no cuidan su higiene, y, solitario también, en vista de detalles como que a este hombre nunca se le haya visto comer en el comedor de la universidad donde imparte las clases, asunto sobre el que se sabe, por sus compañeros de docencia, que a mediodía se cierra en su despacho, y que ni siquiera lo hace para alimentarse sino para jugar partidas de ajedrez por internet, deporte del que presume ser todo un experto, y presume bien, como deja constancia en los torneos nacionales en los que participa a lo largo del año, donde suele acaparar los mejores puestos, y de casta le viene al galgo, le gusta subrayar a este hombre a la mínima oportunidad que sale el tema, orgulloso de ser el hijo de uno de los mejores ajedrecistas que ha dado el país en toda su historia y que incluso tiene una calle con su nombre en la ciudad.
Este hombre es un hombre miserable, pero no como nosotros, dicen de él los hombres y mujeres que esperan cada noche a que los operarios del supermercado arrojen los desperdicios al contenedor de basura, se imaginan que por su facha elegante ha debido de tener no hace mucho un buen trabajo, solamente hay que fijarse en el vistoso maletín que conserva todavía, donde esta noche ha metido tres plátanos negros, dos yogures caducados y un tetra-brick deformado de leche semidesnatada, que ha sido lo que le han dejado los demás, y es que este hombre nunca entra en la competición por la supervivencia, sino que espera pacientemente a que se disperse la jauría humana que se ha arremolinado en busca de los desechos, este hombre es también un hombre educado, apenas habla con nadie, más allá de los saludos, buenas noches cuando llega y buenas noches cuando se va, tiene una clase que nosotros no tenemos, se ha oído decir en los corrillos, durante esas largas esperas en las que todavía es posible la palabra entre unos hombres y mujeres que minutos más tarde se las verán a codazos y a empujones, con la necesidad puesta en llevarse la mejor mercancía a casa para alimentar a los suyos.
Este hombre es un hombre perturbado, le ha dicho en repetidas ocasiones el portero de la casa donde vive este hombre a su mujer, en un inmueble situado en la zona noble de la ciudad, residencia de medianos y grandes empresarios de toda la vida y de viejas familias ricas por rentistas, que es el caso de la familia de este hombre, el conserje de la vivienda, siempre displicente y con una sonrisa en la boca con los vecinos, como cada noche igual que esta, cuando entra este hombre con su maletín, le da las buenas noches y le pregunta acto seguido, de usted por cortesía, cómo está su madre, y este hombre le responde, en un gesto seco y lacónico, mal, y ahí se termina la conversación, una vez en casa, este hombre pasará por alto, y nosotros con él, el olor nauseabundo a cerrado y a inmundicia, y a un desorden que roza eso que llaman síndrome de Diógenes, puesto que irá directo hasta la habitación donde esta mañana ha atado a su padre en la cama, un hombre diagnosticado con demencia senil desde hace dos años, le quitará la mordaza y le besará en la mejilla, como tiene por costumbre, antes de cambiarle el pañal y, acto seguido, abrir su maletín y darle de comer, con las prestancia de un robot y sin mediar palabra, tres plátanos, dos yogures y un vaso de leche fría, luego le dirá que se va a ver a mamá, pero el padre de este hombre, destruido en su mundo, no reaccionará y cerrará los ojos para dormirse, momento que este hombre aprovechará para ponerle la mordaza de nuevo, abrazarle y salir en dirección al hospital.
Este hombre es un ser inhumano, comentan a hurtadillas los familiares de la mujer que es compañera de habitación de su madre, en la planta de oncología del hospital clínico, y frío y calculador hasta el extremo, le han visto a este hombre comer como una alimaña la cena que cada noche su madre se deja de tomar para reservársela a su hijo, incluso relamer los platos con la lengua, con auténtico hambre voraz y sin escrúpulos de ser visto por terceros, y le han oído decirle a su madre, sin un ápice de emocionalidad en la voz, te vas a morir pronto, ¿qué hacemos contigo?, ¿te enterramos o te incineramos?, también hablar con el médico para decirle, en la misma habitación y con su madre delante, que no aceptará que le den sedación, y responderle el médico que eso es un acto de crueldad intolerable puesto que el cáncer que tiene su madre es de los que cursan con muchos e insoportables dolores y sentenciar este hombre, después de darse un largo tiempo para contestar, hierático e imponente, que el acto cruel es querer adelantar el momento en el que él se quede sin su madre, vosotros no lo entendéis, les acusa, desafiante hacia el médico, a la otra enferma y a sus familiares, que le miran sin saber cómo interpretar lo que están escuchando, porque sois unos monstruos, a lo que añade su madre, una vez que este hombre se ha marchado ya a dormir, orgullosa, eso es amor de madre, que su hijo es muy listo, que da clases en la universidad y que juega muy bien al ajedrez, como su padre.