Iñigo Martínez Redín es periodista. Ha desarrollado su carrera profesional en Onda Cero, Diario Metro y fue fundador de Punto Radio, en la que ejerció como corresponsal político y enviado especial. Premio UNICEF en la categoría de “radio” por su trabajo con los niños de la calle bolivianos, actualmente es experto en comunicación política y public affairs.
Cuando me enfrenté a La Lluvia Horizontal, el autor me invitó a que lo leyera con pausa y sin sentirme obligado a empezar por el principio para acabar en el final. Cada uno de los relatos ha sido colocado en su sitio por imperativo cronológico, según fueron creados: el primero, el más viejo, escrito hace casi una década; el último, de hace dos años. Por eso fue casual escoger como última lectura Calor.
Si el resto de relatos ronda las ocho o diez páginas, Calor llega a las 20. Una historia surgida de algo tan peregrino o insustancial como Arguiñano anunciando un horno pirolítico y que da lugar a una narración tan poética como interesante.
El relato más largo de esta obra es un ejercicio de realismo mágico a pesar de una ambientación, un contexto geográfico y unos personajes anclados al final de una existencia cruda, descarnada y fácilmente reconocible. Pero partiendo precisamente de esa realidad, los protagonistas evolucionan hacia una situación en la que elementos e intereses dispares como la necesidad, el amor/sexo, el apego a la vida, la solidaridad o el egoísmo combinan para construir un microuniverso muy particular, con un final visual y poético.
La casualidad hizo entonces que ese relato estuviese en medio de todos los relatos.
A veces se empieza con el relato más potente para enganchar. Y se coloca en el cierre otro impactante. Sin embargo, el hecho de que tú mismo consideres que hay relatos más flojos y quieras situarlos en un lugar concreto del libro te tendría que llevar a decir: “voy a coger esos relatos y trabajarlos más para que realmente dé igual que vayan en cuarto lugar o primero del manuscrito”.
El miedo a que se vea la trampa.
Eso es. Y el autor no debe hacerse trampa así mismo. Suelo decir que la calidad que uno presupone a sus textos es como la que los Estados suelen otorgar a sus bonos de deuda. Luego llegan las grandes agencias de rating y rebajan un par de peldaños las calificaciones, es decir, que cuando crees que tienes un relato muy bueno probablemente solo sea bueno; y cuando tienes dudas de si es bueno, es que es malo.
¿Se siente orgullo de relato como se siente orgullo de padre?
Sí. Uno puede sentirse orgulloso de sus relatos. Pero también es cierto que te pueden llegar a generar angustia, incomodidad y a revolverte contigo mismo.
¿Por qué?
Porque en ocasiones no encuentras la idea de por dónde tirar. Porque al final, el relato es una permanente apertura de caminos y tienes que elegir uno. A veces te das cuenta nada más coger el sendero de que tienes que retroceder y tirar por otro; en otras ocasiones, descubres que no funciona después de una travesía en el desierto.
El error del escritor principiante consiste en llegar al final, ver el error y desandar unos metros para intentar rematar de nuevo el relato. Craso error. Normalmente el horror del error está mucho antes y hay que volver al principio para iniciar la travesía.
¿Y cómo se aborda el final?
La finalización es uno de los momentos clave. Muchas veces una película bien llevada tiene un final decepcionante. La apertura y cierre son dos momentos especialmente difíciles y relevantes en la construcción de un relato, como el despegue y el aterrizaje de un avión son las maniobras más problemáticas.
Y qué te ha llevado más tiempo ¿empezar un relato o terminarlo?
En mi caso el proceso creativo varía de unos relatos a otros. En algunas ocasiones –las menos, me atrevería a decir- intuyes, incluso “sabes” que hada dado con una buena idea, que ahí tienes un buen relato, y eso te produce una excitación muy interesante. Te centras en que la narración sea coherente, en no pifiarla demasiado.
Otras veces partes de una palabra, un flash informativo, una estribillo de una canción, una conversación oída en el autobús…y tiras hacia adelante sin saber muy bien hacia dónde. Ahora bien, en algún momento tienes que tener claro a dónde quieres ir.
Alguno de tus finales nos sitúa al borde de un precipicio en el que fuerzas al lector a resolver la historia. Otras veces terminan al final de un camino o, incluso, en medio de un camino en el que el propio lector tiene que continuar el relato cómo él quiera. ¿Hay una voluntad expresa de hacerle al lector parte activa?
La narrativa tradicional sigue el esquema clásico de la evolución cronológica del personaje, con sus conflictos –que ha de resolver-, la epifanía, etc. Ese curso lo ha seguido también la narrativa breve tradicional. En la actual es más común el final abierto, que no debe de ser un final inacabado. El relato queda cerrado en su estructura, en su construcción, pero abierto en el plano de la interpretación. El lector completa la historia y elige entre las opciones que han quedado soslayadas pero abiertas. Es una opción muy interesante porque en esa elección va a jugar un papel importante la formación y el bagaje propios.
El buen relato sigue haciendo su trabajo en la cabeza del lector.
El relato breve, el cuento, tiene algo de moralista. En tus relatos no hay rastro de intención moralizante. Tal vez, la única historia que nos induce a una reflexión sobre lo moral es precisamente la que arranca con el título a este libro.
A los cuentos contemporáneos se les llama relatos por diferenciarlos de los cuentos infantiles, donde están claramente pautados la moraleja y los personajes.
No está en mi propósito, desde luego, hacer ningún tipo de ejercicio moral, en absoluto. En el caso de En el parque, al que haces referencia, no hay doctrina, hay una exposición de lo que entiendo que es una realidad que nos afecta a muchos padres y madres hoy día y pretendo que esa descripción frenética y un final deliberadamente ambiguo y “puñetero” induzcan al desasosiego, primero, y a la reflexión, después.
En el libro hay dos citas: una de John Muir que es “el poder de la imaginación nos hace infinitos”; y la otra de Tanizaki que es “solo me interesa la mentira”, que constituye una pequeña provocación. Es una manera de reivindicar la imaginación como “activo”, que los relatos puede ser imaginativos, no necesariamente costumbristas, y tener contenido.
Dices que hay mucho de ti en los relatos. Me llama la atención que apenas haya protagonistas femeninas. La mayoría de relatos están contados en primera persona y anclados al tiempo presente.
El uso del presente y la primera persona es muy habitual. Resulta más fácil ponerse en situación.
Discrepo en lo de las protagonistas femeninas. Hay varias. De hecho, en el primer relato, Cuerpo a cuerpo, son ellas las verdaderas protagonistas, a pesar de que es un hombre en primera persona quien actúa como narrador protagonista.
Pero como sujeto pasivo
No quien más habla domina una conversación, igual que en un partido de fútbol un equipo puede tener el 80% del tiempo la posesión del balón y perder por una “contra” del rival. Quiero decir que el narrador protagonista es un hombre, un hombre y sus jactancias y su supuesta superioridad, pero es realmente su mujer, desde una actitud silenciosa y discreta la que domina el juego.
En un akelarre.
Hay algo de eso. La imagen final del relato es muy visual, creo que puede ser una característica de mi manera de escribir. Lo del akelarre, dejemos que lo descubra el lector.
Pero desde el punto de vista masculino de él.
Claro. Pero insisto en que era más una cuestión de técnica. El protagonista es él pero la voz cantante la lleva ella.
En Berrea y humo no solo es un sujeto pasivo sino que es un objeto pasivo.
Es una falsa pasividad. El protagonista del relato es él pero quien corta el bacalao es ella. Berrea y humo es un cuento erótico muy especial en el que no hay contacto físico. El protagonista es un cultureta de tres al cuarto que cree que está ligando con una chica en el museo y realmente es ella la que le está llevando por el terreno que le interesa, la que se deja seducir y seduce. De hecho, se muestra a una mujer desinhibida, que sabe qué quiere, que lo busca, que lo encuentra, que se da el gustazo y que se larga.
En el final de la historia se dice que ella sale a la calle, se enciende un cigarrillo, le da la calada más larga del mundo, y que su melena no se mece al viento, en absoluto. Es un sarcasmo como crítica hacia la cursilería y lo que en literatura llamamos “lugares comunes”.
Hablabas antes de las dos Coreas. Hay otro relato en el que haces alusión a ese conflicto tal vez por tu formación en Relaciones Internacionales. Es en Incompatibilidad Geométrica, uno de tus relatos más redondos y que difícilmente se puede leer solo una vez. Invita a ser releído nada más terminado.
Narrativamente es, probablemente, el relato más sencillo de todos porque no tiene casi estructura. A uno de los dos personajes le atrae todo aquello que presenta líneas rectas mientras que al otro le seduce todo aquello que tiene líneas curvas. A partir de esa idea era sencillo.
Pero muy coherente. Él, que habla en perífrasis, mientras que ella lo hace con frases directas.
En Incompatibilidad Geométrica yo tenía la idea: a ella le gustan las líneas rectas mientras que a él le gustan las curvas. Puede sustentarse en algo físico como un lápiz o la estela que deja un avión, o bien metafórico o figurado, como una película de colegio bien inglés; por el contrario, la curva podría representarla una canica, una carretera de montaña o, bien, los rodeos en el diálogo.
Con eso en el bolsillo, la estructura no me exigía mucho. Debía ser una correlación de recta, curva; recta, curva; recta, curva.
Al final se produce el choque y la ruptura de las dos dimensiones.
Y un ejercicio de situación especial, muy divertido.
Claro, un momento en el que él, al que le gustan las curvas, sigue derecho, y ella, que prefiere las rectas, se da la vuelta, de modo que quedan caminando uno al lado del otro. La ruptura de esa geometría tan radical les despista.
Hasta llegar a ese momento final tan poético en el que cuando cada uno renuncia a su tendencia o a su preferencia natural se encuentra con el otro.
Y se encuentran con esa sensación novedosa de bienestar. Y ella que es dura y cañera dice “tengo un poco de frío”; y él, que es dubitativo, la rodea con firmeza.
En este me ocurrió lo mismo que con Calor. La percepción de que la idea era buena y había mimbres para construir algo interesante.
Hay densidad en tus relatos. Te he hecho caso y he dejado un tiempo entre uno y otro como me sugeriste.
Fundamental. Si te lo lees todo de corrido lo liquidas en dos horas. La maceración es fundamental. Cuando pretendes hacer buena literatura, no hay atajos. Como en las buenas películas, hay una trama principal y una serie de subtramas, con varios planos de significación. Es una lasaña de varias capas.
Un relato de diez páginas en el libro puede haber llegado a ser 40 o 50 páginas en algún momento. Hay un trabajo de reducir el texto a la esencia, de cortar la hierba y quedarte con una versión concentrada. ¿No te da la sensación de que, en ocasiones, desechas páginas que te podrían ayudar en el relato?
Cuanto más novato más te cuesta escribir porque no tienes adquiridos automatismos. Además crees que cada folio escrito es bueno y cuesta horrores desprenderse del trabajo realizado. Pero es fundamental. Cualquier escritor te dirá que escribir es corregir. Augusto Monterroso decía que es mejor quitar tres líneas que añadir cinco.
Pensando en esa labor de jibarización, de reducción del texto ¿cuál es el relato que más te ha costado?
El primer relato del libro, por ejemplo. Y eso que salió en tres horas. Pero salió de una manera. Luego lo seccioné y le di su verdadera dimensión. Cuerpo a cuerpo estaba pensado inicialmente como un relato de escotofobia, de miedo a la oscuridad. Y luego me di cuenta de que, arrancando desde ese miedo, podía adquirir mayor entidad. El miedo terminó siendo el pretexto, un personaje más, que me permitió construir una historia que va de otra cosa. Es un relato de sutiles.
Libre, me costó muchísimo. Inociencia, también. Eran relatos muy distintos y los reconstruí prácticamente en su totalidad. Manteniendo el contexto y los personajes dieron lugar a relatos nuevos en un 80 o 90%.
Siempre te queda la duda de si un relato que te ha costado no será tan bueno como otro que ha surgido con mayor fluidez. Si se notarán esas dificultades que tuviste en la creación.
Hay algo desasosegante en algunos de los relatos. Te precipitan a algo que no te quieres encontrar. En alguno de ellos hay desesperanza, muerte, el miedo a la oscuridad. ¿Hay en ti un lado oscuro?, ¿Has explorado en él o te lo has encontrado?
No es algo preconcebido. De hecho me considero una persona optimista. Todos los relatos son distintos a nivel de estructura, de tono, de personajes. De hecho, uno de los miedos que tenía era que no se considerara un libro de relatos sino una amalgama, unos cuantos relatos cogidos de aquí y de allá y metidos dentro de dos tapas.
No hay un hilo conductor
Es una compilación de relatos. No tiene por qué haberlo.
Eres tú el hilo conductor
El hilo conductor está en la propia autoría de los relatos. Espero que también tengan el común denominador de la solvencia.
Los libros de relatos de varios autores a menudo son fallidos. El hilo conductor es el tema sobre el que escriben. La apariencia es compacta y la realidad a menudo decepcionante.
Volviendo a los elementos desasosegantes, la desesperanza aparecía en aquel primer relato tuyo que leí: Crisis Deontológica (relato finalista publicado en el libro Más allá de la medida editado por Gens ediciones para el Museo de la Palabra).
En ese relato la encrucijada era terrible. Un niño se había inmolado y la acción había resultado fallida porque no había conseguido causar el desastre que pretendía. Despertaba en un hospital donde le habían salvado médicos judíos que le curaban las heridas mientras él les respondía: “si salgo de esta volveré a intentarlo”.
Los médicos se enfrentaban a esa encrucijada: por un lado, el código deontológico; y, por otro, esa promesa bárbara de lo que pasaría si lo curaban y salía de allí.
En este caso era una ficción muy sustentada en la realidad, pero ficción.
Pero ya estaban esos elementos: el miedo, la desesperanza, la muerte.
No lo he buscado. Lo que ocurre es que al final las historias tienen que tener de todo. Hay historias más divertidas, claro. Pero es un final razonable, verosímil.
Los relatos te plantean una encrucijada y la encrucijada es una decisión que puede llevarte a algo positivo o negativo; una decisión dolorosa, costosa.
Pero no hay necesariamente una exploración de la oscuridad del alma humana. No van por ahí los tiros.
Por qué le pones el título de La lluvia horizontal.
El primer manuscrito tenía otro título, La Fuerza de la Gravedad. Quería reivindicar el contenido, los presencia de temas de calado pese a la “ligereza” que pueden sugerir mis propuestas formales.
Cuando sometí el manuscrito a lectores externos y me lo machacaron como Dios manda, decidí rehacerlo. El libro conserva un 30 o 40% del manuscrito original. Corté por lo sano: eliminé dos o tres relatos, rehíce otro par, introduje varios nuevos. Me pareció consecuente darle otro título.
Ahí vino el homenaje a nuestra ciudad, nuestra querida Donostia y su lluvia horizontal. Aquí no llevas paraguas para no mojarte, llevas paraguas para mojarte menos.
También expresa esas cosas que te son molestas y a la vez tan propias. Esa curiosa dualidad de algo que incomoda, con lo que hay que aprender a vivir y que al mismo tiempo echaríamos de menos si nos faltara por ese componente idiosincrático que tiene. La lluvia horizontal es muy molesta pero es nuestra.
La frase de la lluvia horizontal no estaba al principio en ninguno de los relatos y le propuse al prologuista (Iban Zaldua) introducirla. La incluí en En el Parque, que por cierto, es un relato desasosegante.
ISSN: 1578-8644
LUKE social