Sé que estamos un poco enojados, pero quiero que lo sepas: estoy rodeado de bellos instrumentos, bebiendo la pereza de soñar… Y es tan beautiful, como lo pensás, i'm beautiful, estrella de miel, estrella de miel, tan beautiful… Mereces lo que sueñas… comencemos a subir, nunca tan alto, tan alto caí. Gustavo Cerati/ Beautiful.
A Marcela Galeano Espinal
Se sentó en su improvisada sala de estar, al frente de su desvencijado portátil y empezó a escribir palabras inconexas, una especie de texto catártico que tenía como función eso, ser catártico, estaba lleno de algunos sentimientos que no lo dejaban avanzar y parecía atado a un sentimiento que lo llenaba de incertidumbres desde que nació por allá a finales de octubre y comienzos de noviembre, la verdad sea dicha, él no sabía explicarse.
Tomó de la taza de café que se había preparado, leyó lo que escribió y sin pensarlo lo borró, no se sintió identificado con lo que deseaba decir, él no se entendía, Marcela no lo entendería, ¿por qué la psicóloga debió marchar? Se dijo y tomó lentamente de la taza de café al tiempo que tomaba en sus manos el libro de Carver De qué hablamos cuando hablamos de amor, leyó el cuento El señor “Café” y el señor “Arreglos”, Arbey se supo cómo el señor “café” porque tomaba esa bebida, el señor “arreglos” era ese que siempre había trastocado la razón de Marcela, Germán; todos los Germán que de una u otra manera aparecían en su vida le habían causado problemas a él, no porque ellos se los pusieran, sino porque sus recuerdos se convertían en cargas que debían llevar las mujeres que le gustaban a él.
“Maldito Germán”
Pensó Arbey.
“Maldita Eliana”
Creyó él que en ese momento decía Marcela para sí.
Se tomó el resto del café que entre sorbo y sorbo se le fue acabando, levantándose fue hasta la cocina, pero la caída de la noche quindeana le llamó la atención, así que se quedó contemplando por unos segundos las últimas casas de la carrera 12 y la calle 10 del municipio de La Tebaida, al fondo vio Pijao, municipio incrustado en la cordillera, una dulce melancolía le retuvo la respiración, un nombre salió enredado cuando soltó por fin el suspiro que lo invitó a seguir su camino hacia la cocina y servirse otra tazada de café. Volvió frente al computador y trató de escribir.
Marcela… ─comenzó el texto y ya le sonaba frívolo─ espero estés bien.
Borró de nuevo lo que escribió, eso no quería decirle, él pretendía contarle lo que sentía así a ella le diera ira eso del concebirse de manera sentimental el sujeto que era Arbey, más cuando las cosas sucedieron solo un par de veces, no es que el fuera enamoradizo, es que simplemente las personas se vuelven significativas de manera involuntaria, las personas tienen esa mala costumbre de hacerse extrañar, o hacerse canciones. Arbey deseaba decirle que ella era una especie de texto literario sin escribir.
Y es que Rubén Blades tenía razón cuando decía que sin tu cariño son de cartón todas las estrellas, que no había poesía, ni había alegría cuando ella no estaba, que no había sol, que faltaba cielo, que si ella no estaba cerca llegaba la lluvia, que su ausencia le hacía olvidar cómo reír, ella era como una especie de tatuaje en el cuerpo que logró borrar las cicatrices del pasado con besos, con la manera de abrazar y hacer el amor, que después de Marcela (ella), él no fue capaz de volverse acostar con otras mujeres porque la piel y el recuerdo de Marcela le impregnaban todo el ser, que ella logró limpiar sus poemas de otros cuerpos y otros ojos, que se le volvió el ritmo de la salsa que tanto le gustaba a él, la fuerza del rock de Soda Stereo, que el ser de él quería saberla de él y si fuera posible hacerla eterna, que no le pedía nada, solo que lo leyera y que supiera que ella no fue una más para la lista, que era tan significativa como La insoportable levedad del ser, o El amor en los tiempos del cólera, o El nombre de la rosa, o El extranjero, que era ella la monografía filológica predilecta de sus estudios literarios y por tanto el recuerdo y el olvido de La casa de las dos palmas, que don Manuel Mejía Vallejo dijo que Uno se muere cuando lo olvidan y que él recordaba todos los días, por lo que Marcela era, por como pensaba y como hacía que el mundo fuera más llevadero cuando la mirada de la psicóloga era un regalo de tranquilidad y de paz, que ella era como la tarde sobre el horizonte en el mar.
Pero Arbey no podía decirle eso a Marcela, eso sería como echarse la soga al cuello que estaba amarrada a una piedra en el fondo del mar. Entonces decidió escribir:
La mañana
la tarde
la noche
días y días pasan y el sonido de tu voz está vivo en mis oídos
así como la dulzura de tu mirada
la calidez de tu sonrisa
el ritmo de tus ojos
la paz que viene de tu existencia
bella reconciliación con Dios
pretexto de la creación.
Así resumió lo que deseaba decirle a la psicóloga, la que no sabía si aún estaba en el municipio de Urrao, Antioquia, tan lejano de él, irremediablemente ajena a sus pensamientos y a la soledad en la que lo dejó, pues estando perdido en el Quindío ya no deseaba distinguir entre día o noche, mañana o tarde, para él el mundo se había vuelto el hueco de su habitación. Recogió la taza donde se sirvió los dos cafés y caminó de nuevo a la cocina, de nuevo se detuvo en la noche que arropaba el municipio de La Tebaida, al Valle de Maravélez, era marzo, al fondo las luces del municipio de Pijao titilaban como cocuyos en la oscuridad.
Arbey Salazar Blandón (Medellín, 1977)
Licenciado en Filosofía, estudiante de Letras: Filología Hispánica, ambas carreras en la Universidad de Antioquia, es aprendiz de poeta y de escritor; promotor de lectura, bibliófilo, amante de las letras, devorador de libros (no como el personaje del cuento infantil de Oliver Jeffers), apasionado por las buenas historias. Aprendió a leer obligado y esto es lo que lo llevó a feliz término a enamorarse del texto escrito; ha publicado algún que otro cuento (con el seudónimo de Samuel Salazar) en libros casi anónimos para el mundo de la crítica literaria, al igual que sus poemas. Su obra es completamente inédita.