SIN GESTO EN LA MUERTE
Tengo que imaginar que fuiste un hombre
pues no ha dejado gesto tu partida:
la bomba en cada esquirla repartida
a picotazos te arrebata el nombre.
Me piden que me aparte y no me asombre
si pasa algún retazo de tu vida:
se está llevando el agua a la avenida
las inefables letras de tu nombre.
Y viaja inevitable por los aires
y arriba a inaccesibles marquesinas
algo de tu sonrisa y de tu pelo.
Esto es Beirut, Madrid o Buenos Aires,
donde han sofisticado las espinas
y no todo tu cuerpo tendrá duelo.
TU VOZ
Los pájaros que emigran de su boca
provocan primaveras con su canto.
El mundo era profano y ahora es santo:
su dulce melodía ya lo toca.
VOY HACIA VOS
Voy hacia vos
como quien vuelve
del exilio.
Voy hacia vos
con el temor
de que los cuerpos recobrados
sean, otra vez,
la tela de un sueño,
livianas imágenes
de la fiebre,
fantasmas de la nostalgia.
Voy hacia vos
con la pavura de que Dios
hoy no me piense
y vos seas tan real
que no lo crea.
BIOGRAFÍA
Luis Maggiori nació en 1964 en Tandil y actualmente reside en La Plata. Es profesor en Letras en las facultades de Bellas Artes, Periodismo y Comunicación Social, UNLP, y en distintos colegios de enseñanza media. Ha publicado los siguientes libros: La partida (poesía), Tandil, 1997; El amor navegante (novela), La Plata, 2005; El sofista (novela), La Plata, 2007; Los frutos del Árbol Real (ensayo), Buenos Aires, 2010; Los días y las flores. Canto espiritual para la Cuenta del Omer (poesía), La Plata, 2016. Ha participado de diversas antologías de poesía argentina, entre ellas: Poesía Argentina de Fin de Siglo, Buenos Aires, 1996 y 36 autores, La Plata 1999.
POÉTICA
Hablar de poesía implica necesariamente hablar del lenguaje, por ello, y en primer lugar, quiero decir que para mí la palabra palabra y la palabra cosa son una y la misma. En este orden de pensamiento mi acercamiento al lenguaje se realiza, siempre, desde el respeto y la cortesía porque entiendo que estoy trabajando con un compost que produce efectos físicos en el mundo material. En segundo lugar –y en consonancia con lo antes dicho– cito al escritor argentino Leopoldo Marechal, que ha dicho en su Adán Buenosayres: “Todo artista es un imitador del Verbo Divino que ha creado el universo; y el poeta es el más fiel de sus imitadores, porque, a la manera del Verbo crea nombrando”. Entonces, la pregunta que uno debe hacerse es qué derecho tengo a hacer ingresar en el mundo, ya no una palabra más sino una cosa más ¿Esa cifra que agrego es para regodeo de mi ego o para contribuir al bienestar de mi prójimo, a partir del goce estético? En tercer lugar, y ya yendo a lo estrictamente poético, digo que la poeticidad de un texto no la garantiza la escritura en verso ni la rima ni la elección del léxico ni lo temas sino una cierta torsión del lenguaje (que se puede dar y se da, también, en la prosa, por ejemplo) que nos deja perplejos y comenzamos a sentir que nuestra alma se eleva. Si me preguntaran qué es la poesía seguramente me sumergiría en un juego perifrástico que jamás daría cuenta de ella: conozco muchos poetas que prácticamente no utilizan figuras retóricas en sus poemas y, sin embargo, quedo extasiado al leerlos, quedo maravillado ante ese misterio. No obstante, quiero dejar clara una postura personal que plantea, de algún modo, una paradoja, y es la siguiente: a algún nivel el texto se debe entender porque uno se emociona porque entiende, no porque no entiende. Lloro con Shakespeare o con Blas de Otero porque entiendo perfectamente lo que dicen. (Borges dice que la emoción es la más humilde de las formas de la crítica literaria)
Por último, jamás comienzo a escribir (y menos poesía) si no estoy absolutamente poseído por una fuerza que me doblega (lo demás –y muy importante- es el labor limae); pretendo una escritura tan cincelada, tan precisa, que no debe admitir sinónimos; saber que lo que siento es tan importante como mi lector, que merece respeto; finalmente, tener claro que estoy haciendo cosas con palabras.