LUKE nº 178 mayo-junio 2017

Enrique Gutiérrez Ordorika

Bela Bartok Café-Cinema

Adamec, un muchacho cojo que reparaba bicicletas en Vrátna, ejercía de monaguillo. También era hijo de campesinos.

michelin
Foto: ©ardiluzu
de la expo: Liñiou Faté: Los olvidados.

“A mí del futuro me da frío
sólo lo que fue”.
Viola Fitova

Danzas zíngaras

“¡Todos vamos a morir, todos...! Hacen ronda nocturna los asesinos”. Lucifer tiene colaboradores que le hacen propaganda en las cervecerías. Hay una fila de botellas de Budvar mirando fijamente a la hilera de jarras de Bohemia Regente y el objetivo de mi Zenith duda de firmar el reportaje. Es año nuevo en las calles de Ceske Budejovice y un Giovanni teclea mi nombre sobre las hojas de un registro rutinario. Recuerdo la cara sonrosada de la mujer y aquellos dos hércules de piedra que levantaban en sus hombros el dosel de la puerta tras la que sonaba el piano. Annapolis, estado de Mariland. Existe en el mundo un chupatintas que escribe mi nombre junto al tuyo, y especula: ¿Gozaría de sus caderas como Roque Dalton? ¿Gozaría...? La duda le corroe... Pero todos, todos vamos a morir. Lo contaré en la pivarna de la muerte... En el equipo de hockey aparecen los músicos vestidos de gitanos.

Noss

Dónde... Buscaba a Ladislav Fialka y a un largo Mijail que en su mocedad jugaba partidos de portero de balonmano. No tengo otras referencias; se han perdido en la hoguera de los papeles. Eran días en que el termómetro rompía su estuche y a los trineos parecía alegrarles el frío. Recuerdo una larga alfombra roja y una Ludmila esperándome al fondo del pasillo. Por el barrio judío, persiguiendo a un Abrahán de rizos morenos, llora su mala suerte. Soy uno de sus amantes perdidos, uno de los que no hacen tintinear sus monedas. Tal vez doblando la calle, en un recodo del viejo Beirut, me vuelva a dar de morros con mi propia sorpresa. En la balaustrada del muelle diviso sombras representando su enigmática pantomima.

Cinema París
(El acomodador)

El prior exhalaba aroma a apio y un tartamudeo profano para nombrar al hijo de dios. Solía decir que eso demostraba que era hijo de campesinos. El radiotelegrafista ganó su plaza porque arqueaba la vista, la pupila perdía el blanco al ojear por la mirilla del máuser. También era hijo de campesinos. Adamec, un muchacho cojo que reparaba bicicletas en Vrátna, ejercía de monaguillo. También era hijo de campesinos. Helena era de Zilina, trabajaba de costurera y lloraba por un príncipe azul aquejado de la gesta de Roldán. Yo quería ser director de cine y marcharme a París a rodar películas a los pies de la torre Eiffel. Éramos hijos de campesinos... Aquel triste responso se pronunciaba por unos anónimos hijos de Francia, caídos cerca de Strecno. ¡Ay, dónde quedó el París de mis sueños! Se lo llevó la juventud con su sordo vagabundeo de peregrino. Cuando el proyector llena la pantalla de cadáveres de Normandía y flores de Montparnasse recuerdo los gemidos de Helena, y añoro el viento que hacía girar las aspas de su gracioso molino rojo.
¿Molestan...? Esos jadeos, señora, son ruidos de ratones comiendo queso en la última fila. Burlones lirones de campo a los que seguramente les aburre el tono melodramático de esta película.