Fotografía: Claudia Ruibio
La paliadera de mi casa, que cuidaba con esmero la nana Caldondina, era una explosión de color: salían juntas mano de león, lluvia de oro, heliotropo y buenas tardes; brotaban flores amarillas incandescentes, casi naranja, flores rojas en todas las gamas hasta llegar a un rojo-negro ...
Invitada: Amalialú Posso Figueroa
Amalialú Posso Figueroa
Es Psicóloga de la Universidad Nacional de Colombia, escritora y narradora oral; ella escribe cuentos que tienen la magia de la selva, el sol, los ríos, pero sobre todo la magia de las gentes del Chocó, su tierra natal. Su primer libro Vean Vé mis nanas negras, va por la octava edición en Colombia, y en España, publicado por la Editorial Palabras del Candil, va en la segunda edición. La Editorial Kalandraca lo publicará próximamente traducido al gallego.
Un cuento de ese libro ha sido incluido en la Antología de la literatura colombiana, publicada por el Fondo de Cultura Económica, Bogotá 2005.
Con su espectáculo Cuentos eróticos del Pacífico colombiano, se ha presentado en escenarios de México, Argentina, Venezuela, Costa Rica, España, Francia, Jamaica, Ecuador, Brasil, EUA, Cuba, China y Colombia por supuesto. Ha participado en siete versiones del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá.
CON EL RITMO EN EL SEMBRAR
Secundina Caldón, la nana Caldondina, tenía el ritmo en el sembrar o, como decían todas las gentes: tenía buena mano.
Lo que tocaba la nana Caldondina embarnecía, florecía, engrosaba y se enhestaba, por eso en una época se pensó que podía hacer tratamientos cuando a los hombres no les funcionaba el carrizo, pero la nana Caldondina necesitaba la tierra como elemento de embarnecida: la frondosidad, espesura y los palos erguidos se lograban pero saliendo siempre de la tierra y quedándose en ella. A la orilla del San Juan, en Samurindó, pueblo donde nació Secundina, decían que ella le había hecho florecer la varita a san José.
La paliadera de mi casa, que cuidaba con esmero la nana Caldondina, era una explosión de color: salían juntas mano de león, lluvia de oro, heliotropo y buenas tardes; brotaban flores amarillas incandescentes, casi naranja, flores rojas en todas las gamas hasta llegar a un rojo-negro, flores blanquísimas en forma de cartucho con espigo amarillo, llamaban niño en cuna; había jazmín del cabo, dalia, bonche, corona de espinas y zapatico de la reina, el milpesos estaba al lado del palo de culebra, del árbol del pan y del corozo, y entre todas crecía el borojó; para sembrarlo la nana Caldondina se rodeaba de la magia que exige sembrar borojó: enterraba dos palitos, uno muy cerca del otro, la hembra pegada del macho, es la única forma en que pelecha el borojó, el palo hembra que da la olorosa bola café oscura, rozando al palo que ostenta su capacho largo, amarillo, pálido, con el que la toca como picha suave hasta que brota el borojó. El pedazo de la paliadera sembrado de magia, se movía por las noches con el vaivén que tiene el ritmo del amor.
Al lado crecían los palos de bija, que la nana Caldondina disfrutaba en su mejor momento cuando estaban listas para bajar del árbol todas las cajeticas verdes en forma de corazón, llenas de la hermosa sorpresa que da el fruto del árbol de bija: muchísimas bolitas rojo intenso, que después las olorosas cocinas del Chocó tendrán siempre en un frasco con aceite, para darle color de corazón a todas las comidas y al amor.
Secundina Caldón, la nana Caldondina, sabía mucho del monte, de los árboles, de sus frutos, de sus flores y sembradas, lo aprendió toditico en Samurindó cuando estuvo trabajando por mucho tiempo en la casa de Floremiro Agualimpia Cañadas, botánico por instrumentos, que alimentaba la tierra para que esta, agradecida, le regalara frutos, flores, capachos y capachitos. Floremiro vivía en y para la tierra hasta que supo que Secundina Caldón no sabía leer y resolvió enseñarle en el único libro que había en la casa, era un libro de árboles que decía todo dizque sobre las especies, llamaba Ciencias de la Tierra y era un corrinche de libro que llamaba al plátano Himatanthus articulata, si era de hojas alternas, ápice agudo, flores blancas de corola tubulosa y no daba fruto, pero si era el plátano que toro mundo come frito, se llamaba Musa sp., y era de la familia Musaceae; maunífica creo, habráse visto el problema.
La nana Caldondina pensaba que eso de aprender a leer era complicadísimo y para qué se aprende si lo que una lee es una arrechera durísima que naides entiende.
El libro decía que dizque el maíz tiene al tiempo flores masculinas y femeninas, que no necesita de otro árbol cerca y que la papaya tiene flores femeninas, masculinas y hermafroditas, ¡qué corrompisiña!; que el Cativo prioria copaifera es monosperma (¿solo una?), que el Cucharo colorado da flores con un solo pétalo y es amarillo no colorado, que el Vitex cooperi truntago tiene inflorescencias axilares (¿cómo gente?), flores con cáliz cupuliforme, pubérulo y fruto drupáceo negro hasta de 13 mm de largo (eso sí no es del grandor de mi gente), que el corcho da fruto negro y se llama peine de mono, que el Hura crepitans es la ceiba blanca, arenillero o lo que ella llamaba milpesos, que secreta savia lechosa, tóxica e irritante, que tiene flores unisexuales (¿cómo así, yo con yo?), que su fruto es una cápsula discoide, dehiscente con violencia, originando una pequeña detonación con semillas aplanadas que son purgantes. Por la hostia, ¡qué maravilla!
Secundina cogía una pensadera, para tratar de explicarse qué carajo era lo que leían los blancos, por qué a una cosa tan sencilla como a la nascencia de un árbol, le ponían tanto nombre raro; al zapote, su zapote de fruta anaranjada, que comía todos los días, lo bautizaron Pouteria neglecta, hasta vulgaridá será; ve vé, las hojas tienen pelos esparcidos ferruginosos y a las pepas tan sabrosas les dicen protuberancias aterciopeladas rojizas. Uujú.
Por las noches, cuando Floremiro Agualimpia Cañadas llegaba lleno de tierra y olor a flores, se quitaba las botas de caucho, se lavaba manos, uñas, cara, cabeza y pies con abundante agua y jabón, prendía la vela, comía chucula y llamaba a Secundina, para que sentada a su lado husmeara página a página el interminable libro que solo cosas raras tenía; lo importante le decía Floremiro, es aprender a leer, para después en otros libros más fáciles, entender eso que usté llama corrinche y así se le organiza la pensadera. Iban en la página cinco y Secundina leyó: enredaderas. Alabao, casi gritó, al fin un corrinche serio, de eso sí que sé yo, pero continuando el renglón encontró: Passiflora puritana, Passiflora adulterina; no es justo con yo, me está diciendo este libro que mis enredaderas ¿son monjas o son mujeres de la vida? Eso no lo conozco yo, dizque ponerle nombre a las matas con conducta de mujer sonsa o arrecha, no me parece de justicia, no. Este libro no me está gustando, la mayoría no lo entiendo y cuando capto un ítem, me le ponen calentura y pres pres a los árboles, a las flores y a las matas chiquitas también. Ay hombe, ¿será que los blancos no tienen oficio?
Floremiro Agualimpia Cañadas, se carcajeaba con las ocurrencias de Secundina, pero casi la obligaba a seguir leyendo: Euforbiasis, euforbiaceae: no cumple con patrones de familia con características definidas. Vean vé, ¿será que ahora están hablando de los hombres? ¿Dígame usté si puede decirse que los hombres son euforbiaceos? Seguí leyendo Secundina, dijo Floremiro, no hablés tanto que se nos acaba la vela. Y la nana Caldondina continuó: Machaerium Moritzianum, familia Fabaceae, arbusto espinoso, flores de cáliz campanulado, ápice redondeado, emarginado, inflorescencia en racimos de raquis tomentoso, pubescente, parte seminal arqueada, aplanada en forma de machete.
Maunífica ánima mea, no me vaya a regañá, pero este arbusto tiene que ser de la familia de los euforbiáceos; ve que estoy aprendiendo, algo me tenía que llegar a las entendederas y antes de que Floremiro se desesperara por la conversadera, Secundina dijo, sigamos pues: Conocarpus erectus, frutos alados agrupados en cabezuelas globosas, se conoce como mangle negro; ujú, siguen hablando de los hombres, vea Floremiro, usté me va a tené que explicá toro este bororó de pouteria, puritana, adulterina, tomentoso, pubescente, pero sobre todo lo del erectus. Floremiro se desconcertó con las asociaciones de la nana Caldondina, y más que desconcertarse, se intranquilizó, nunca se había hecho esas preguntas frente a los nombres y características de las especies; encontró en la vela un cómplice, pues estaba por consumirse y fue la excusa perfecta para cerrar el libro y dejar las preguntas para un lejano después.
Pero Floremiro Agualimpia Cañadas se azaró al sentir que la nana Caldondina le estaba pasando los problemas de una pensadera que no tenía cómo responder y que empezaba a generarle características de especie, para ser más exacto, de Conocarpus especie. Durmió mal, sudó mucho, se movía en la cama, pá llá, pá cá y a las cuatro de la mañana que se levantó, se sintió extenuado, por haber estado toda la noche como un mangle negro.
Se fue rapidito sin desayunar, no quería encontrarse con Secundina y que ella leyera en sus ojeras que era verdad lo que había leído en el libro. Pasó un día de espanto, sin que pudiera mirar los árboles, las flores, los frutos, las hojas, las enredaderas, con los mismos ojos de antes, ahora eran erectus, pubescentes, tomentosas, adulterinas, puritanas o pouterias, pero para él, todas tenían el envés completamente tormentoso. Le daba temor el tener que regresar por la noche a la rutina de lavada, comida, vela prendida, pero sobre todo se enmiedó con la leída. ¿Qué más cosas podían aparecer en ese libro, que le alborotaran a Caldondina la pensadera y la preguntadera, y a él la sudadera y el conocarpus de su mangle negro?
Llegó a la casa y le dijo a Caldondina sin mirarla a los ojos, que se sentía mal, que el viento y el aguacero lo tenían ardiendo. No se lavó, no comió, no prendió la vela y se acostó a revolcar en la estera todo: su cuerpo y su conocarpus. Secundina no se enteró que Floremiro Agualimpia Cañadas había llegado, no con fiebre sino con el envés tormentoso, prendió la vela, cogió el libro y empezó a leer: Ochroma lagopus sw, palo de balso: tronco liso, ramificación abierta en sombrillas, flores con cáliz en forma de embudo, tomentoso exteriormente, interiormente seríceo, fruto erecto dentro de un abundante vello sedoso, pardo amarillento.
Bursera simaruba: indio desnudo, secreta savia aromática.
Brosimun utile: Perillo, secreta látex blanco, tiene inflorescencia grande leñosa, en forma de borla espinosa, pero solitaria.
Sin saberlo estaba leyendo el tomento que acongojaba a Floremiro Agualimpia Cañadas, sudoroso y solo en la estera, por primera vez no hizo la asociación, apagó la vela y se fue a dormir.
Al día siguiente, y todos los días que siguieron, aumentó el tomento de Floremiro, que se agravó, tanto que tuvieron que llevarlo urgente en la champa al hospital de Quibdó.
Caldondina se quedó en Samurindó al cuidado de la casa y de los árboles, de flores, frutos, enredaderas, pouterias, pubescentes, tomentosas, adulterinas y puritanas, sin sospechar que el conocarpus de Floremiro lo había enfermado porque era al tiempo palo de balso, Bursera simaruba y Brosimun utile.
Floremiro nunca regresó a Samurindó y cuando llegó un nuevo botánico a reemplazarlo, Secundina metió en una chuspa dos blusas, una falda, miles de piececitos de todo lo que estaba sembrado, y el libro Ciencias de la Tierra y se embarcó hacia Quibdó. Vino a trabajar a mi casa, llenó la paliadera de ritmos de luz, movimiento, color y olor, con todo lo que sembró y solo cuando se percató de la arrechera del meneo que se veía donde se amaban los palos de borojó, supo que todo su ritmo se desasosegó cuando Floremiro Agualimpia Cañadas, le enseñó a leer que la calentura, el amor y la arrechera tienen el mismo ritmo en los hombres, en las mujeres, en los árboles, en las flores, en los frutos, y lo más revelador para ella: en el Conocarpus erectus y no solo en el envés sino en el raquis tomentoso. Desde ese momento, ella siempre soñó en llegar a ser como el sapotillo para encontrar a Floremiro y tener con él un fruto pero con ritmo de cáliz persistente.