nº 182: enero-febrero 2018

Abordaje vanguardista del “primer manifiesto nadaísta”. De Gonzalo Arango

Manuel Felipe Álvarez-Galeano

Manuel Felipe Alvarez Galeano

Manuel Felipe Álvarez-Galeano. Medellín, Colombia. Vivió sus primeros años en El Peñol. Filólogo hispanista de la Universidad de Antioquia. Magíster en Estudios Avanzados de Literatura Española e Hispanoamericana, de la Universitat de Barcelona. Escritor, corrector, columnista, traductor y conferencista. Docente de griego, italiano, portugués, latín y distintas materias humanísticas. Ha recibido distintos premios y reconocimientos en América Latina, donde ha participado en festivales, además de impartir sus conferencias. Su obra ha sido publicada y antologada en quince países y traducida a siete idiomas. Ha publicado los libros El carnaval del olvido (2013); Recuerdos de María Celeste (2002) y la novela El lector de círculos (2015).

La historiografía literaria de Colombia durante el siglo XX, específicamente desde la poesía, está investida de varios momentos coyunturales que tienen en común un ejercicio de consagración colectiva y la búsqueda por estipular unos ideales estéticos y de resonancia social que marquen una pauta histórica, la cual fue un heredad de cada grupo, progresivamente: los Panidas con la representación, entre otros precursores, de Leon de Greiff, quien, a su vez, participa en el grupo los Nuevos hacia 1925, junto con poetas como Luis Vidales; la Revista Mito, fundada en 1955 por Jorge Gaitán Durán; la generación Piedra y cielo con Jorge Rojas y Eduardo Carranza a la cabeza; y, finalmente, los nadaístas desde 1958, en cuyas huestes participan, como fundadores directos, Gonzalo Arango y Amílkar U, sin desconocer la labor de poetas como X-504, Elmo Valencia, Eduardo Escobar, Jotamario Arbeláez y el considerado por muchos como el más “maldito” de los nadaístas: Darío Lemos, entre otros significativos exponentes, cuyas intenciones coincidieron en lo que Tarazona (2015, p. 141) anota: “crear una conciencia colectiva tanto de carácter estético como social que estuviera en consonancia con los profundos cambios políticos y culturales de la época”.

El vanguardismo se caracteriza, entre otros factores, por la reforma del lenguaje y el trazado o replanteamiento de una lógica insurgente; con respecto al primer factor, puede decirse que el nadaísmo nutre esta amplia paleta: “es una revolución en la forma y en el contenido del orden espiritual imperante en Colombia. Para la juventud es un estado esquizofrénico-consciente contra los estados pasivos del espíritu y la cultura” (Arango, 1992, p. 15). Esta entrada que se vislumbra en el “Primer Manifiesto Nadaísta” elucida una postura explícitamente vanguardista, en vista de que expone una convulsión estética y el afán por resquebrajar todo esquema que simbolice el poder en toda su amalgama, como alude Saganogo (2010, p. 2): “El Nadaísmo se ha definido como un movimiento como un movimiento universal de ruptura y rebeldía cultural […] retomó varios argumentos de las vanguardias”.

En el fragmento inicial que se mencionó, puede afirmarse que, concerniente con el tema formal como criterio de vanguardia, el vocablo “Nadaísmo” representa un neologismo que, incluso, reta la gramática al utilizar la mayúscula inicial y, posteriormente, el empleo de la palabra compuesta “esquizofrénico-consciente” que, además de suponer una aventura creativa en la formación del concepto, refiere un oxímoron, a raíz de la oposición de los dos adjetivos que forman esta invención y que se desarrolla párrafos después: “o condicionada por un determinismo bio-psíquico consciente” (Arango, 1992, p. 17) que, en este caso, no opone los conceptos, sino que los secuencia. Entre otros vocablos de similar índole, se reconoce "No-Racionales, No-Conceptuales” (Arango, 1992, p. 17) que se refieren a la negación de este movimiento frente a la relatividad de lo tangible para optar por lo profundo y lo sensible: “el texto poético nadaísta se dirige a la sensibilidad y la intuición […] sugiriendo formas, imágenes y sentimientos” (Saganogo, 2010, p. 4). Esta elaboración sui generis se compenetra como criterio vanguardista, desde el aspecto del contenido, a raíz de que ambas palabras compuestas sugieren una encadenamiento que va desde la complejidad psicológica hasta lo filosófico y que se complementa cuando se menciona la tautología: “ese arte enfrentado a la Realidad-Real que es la que descubre el espíritu creador” (Arango, 1992, p. 23).

Ahora bien, si se pretende atribuir al nadaísmo el carácter transitivo de las vanguardias, como refiere Dobry (2012, p. 37): “la estética vanguardista sólo tuvo sentido en una transición inestable, en un momento acotado y dominado por fuerzas opuestas”, podría decirse que, en efecto, podría vincularse este movimiento como una de ellas, sin embargo, Arango (1992, p. 30) desmiente, certeramente, esta relación: “Nuestros enemigos van a condenarlo a priori, buscándole parentescos ilegítimos con movimientos revolucionarios similares, por ejemplo en el surrealismo, el futurismo, el nihilismo, el existencialismo etc”. Con el nihilismo podría pensarse una relación más directa, en virtud de que ambos sugieren una idealización y una suntuosidad racional de la nada, a través de emblemas temáticos que permean el tema del ser, como son Dios y la muerte, simbolización del poder y el fin de la razón: “es nadaísta aquel que cree que Dios y la muerte son partes de la nada” (Saganogo, 2010, p. 2).

Esta actitud desinhibida de todo fundamento o credo plantea una búsqueda de libertad y una soltura en la formación del paradigma de la nada como base de confrontación a la realidad colombiana que, en definitiva, representa la hispanoamericana: “Nosotros no queremos trabajar sobre lo definitivo. El Nadaísmo nace sin sistemas fijos y sin dogmas. Es una libertad abierta a las posibilidades de la cultura colombiana” (Arango, 1992, p. 16). Bajo este impulso, se entiende la complejidad política de Colombia de finales de los cincuenta y las décadas posteriores que están condicionadas por una necesidad de cambio o, inclusive, de negación; por ende, el nadaísmo se estima como un cataclismo estético que revitaliza la identidad literaria y propone, a la manera de las vanguardias, una innovación, pues busca “Dar forma libremente, pensar libremente, expresar libremente fue el legado radical del espíritu nuevo del nadaísmo y otras vanguardias latinoamericanas” (Tarazona, 2015, p. 141), de esta manera, se reconoce la adherencia a nuevos proyectos estéticos que, en este caso, adquiere una connotación de envergadura sociopolítica que se hace remanente hasta el presente.  


Bibliografía

Arango, G. (1992). Manifiesto nadaísta. Medellín: Arango Editores, 15-50.

Dobry, E. (2012). “Oquendo de Amat y el sol que viaja en tranvía”. En: Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, AECID, núm. 743 (mayo 2012), pp. 37-45.

Saganogo, B. (2008). Nadaísmo colombiano: ruptura socio-cultural o extravagancia expresiva. Madrid: Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid.

Tarazona, Á. A., & Bermúdez, R. A. R. (2015). Nadaísmo y revolución cultural: 1958-1972. Revista Politécnica, 8(14), 141-148.

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