Y no en contra de la película, pero sí frente a quienes apostaban por Truman como ganadora, se extendían dos argumentos: es una buena película, tan buena como cualquiera de las demás, si cabe mejor en su conjunto, pero es la apuesta "segurola", la que no da lugar a sorpresas ni comidillas y recibe el beneplácito general ...
En los corrillos periodísticos y las espontáneas reuniones de los acreditados en sala de prensa justo antes de la entrega de premios de la 63ª edición del Zinemaldi donostiarra, se escuchaban reiteradamente las siguientes opiniones: el nivel de las películas de la sección oficial ha sido inferior al de 2014 y no hay una clara favorita para la Concha de Oro.
A partir de ahí, cada uno hacía sus cábalas: los más apuntaban a Truman, de Cesc Gay, como la película más completa, más "redonda", por su destacable guión, dirección y, sobre todo, interpretación. Era la opción más plausible dentro de un concepto y visión, digamos, clásicos. Pero bien es sabido que uno de los aspectos por los que el Festival de Cine Internacional de San Sebastian se ha ido labrando fama, año tras año, es por un historial de Conchas de Oro plagado de películas no favoritas, incluso denostadas por la crítica especializada y, por consiguiente, un marchamo de Festival con Jurados imparciales con criterio y personalidad propios.
El resto de opiniones dejaba un reguero de apuestas tan amplio como el propio plantel de largometrajes presentados a concurso: Evolution, Les Chevaliers Blancs, Sparrows, Back to the north, ...de todo, como en botica.
Y no en contra de la película, pero sí frente a quienes apostaban por Truman como ganadora, se extendían dos argumentos: es una buena película, tan buena como cualquiera de las demás, si cabe mejor en su conjunto, pero es la apuesta "segurola", la que no da lugar a sorpresas ni comidillas y recibe el beneplácito general…y eso, como que no; y por otro lado, -y ahí es donde quería llegar- en Truman destaca tanto el duelo interpretativo entre Ricardo Darín y Javier Cámara que parece claro que uno de los dos se alzará con la Concha de Plata al mejor actor por lo que Truman ya tendría su premio.
Es cierto, Darín y Cámara están excelsos en su duelo de titanes en una película para actores, para actores principales, con un tema, argumento, estilo y tono que conforman un traje a medida para el lucimiento de ambos intérpretes.
Entonces surgen la reflexión y las preguntas: ¿Y por qué ese "como que no"? ¿Y por qué ese "ya tiene su premio? Y, por derivadas: ¿No puede ganar la más favorita? ¿No resulta paradójico que por "norma" –no escrita pero latente- no pueda ganar la favorita favorita –la favorita más "normal", como hacía referencia en un número anterior en relación a La isla mínima frente a Magical girl? ¿Acaso la excelencia de Darín y Cámara le han privado a Truman de una Concha de Oro, le ha terminado perjudicando? Y continúo con las preguntas que a veces son más asertivas que las propias respuestas: ¿Cúantos goyas ganó Pa negre? ¿Acaso ganó solo uno? Y frente al caso de Truman el opuesto ¿No resulta chocante que una película resulte ganadora en su todo sin que se premie ninguna de sus partes? ¿Se premia la regularidad? ¿En qué consiste premiar la regularidad: en premiar al menos malo, en sacar la nota media?
Por otra parte, llama la atención la interminable lista de premiados. Un dato: en la primera edición del Festival, allá por 1953, hubo seis premios oficiales: mejor película, mejor director, mejor actor, mejor actriz, mejor fotografía y mejor ambientación. En 2015, se han otorgado alrededor de veinticinco premios y no menos de media docena de menciones especiales. La industria, amigo, la industria, que diría aquel. Por supuesto. Y los jurados haciendo gala de una bonhomía tontorrona, también, como ese tío rico que llega a casa con regalos para todos. La excelencia, ni está ni se le espera. El titulito, a fin de cuentas, da más chance para la venta de derechos, distribución, exhibición, alquiler, etc.
Finalmente la Concha de Oro no va para la favorita –si la hay- ni para la más favorita entre el grupo de no favoritas, lo cual apunta a cierto atrevimiento…pero luego se arregla el asunto con un par de menciones especiales –a tal, por su osadía narrativa, a cual por su planteamiento descarnado…- En definitiva, un riesgo mínimo y neutralizado y ya se sabe que el funambulismo con red no es lo mismo. Laurel y más laurel, laurel por doquier, laurel para todos.
Llegados a este punto, la alusión al mundo del deporte es inevitable porque en muchas de sus disciplinas la generosidad en el reparto de premios se manifiesta con claridad. En los Juegos Olímpicos además de las consabidas medallas de oro, plata y bronce, se entregan diplomas olímpicos, cinco exactamente, así que el octavo puede decir que es "diploma olímpico" mientras que el noveno se vuelve a su paisito sin comerse un rosco, sin vitola de ningún tipo; en el fútbol este año cinco equipos españoles participan en la Champions League cuando históricamente correspondía exclusivamente al campeón de liga competir en la Copa de Europa. Y en el desparrame de primeros, segundos y terceros premios, diplomas, accésits, menciones y parabienes de toda índole, deportivos, literarios y cinematográficos, me viene a la mente el caso de Raymond Poulidor, el ciclista que tuvo la mala suerte de coincidir en el asfalto con Jaques Anquetil y Eddie Merckx. El Raymond de nuestros días presumiría de sus tres segundos puestos y cinco terceros puestos en el tour, de haber hecho podium ocho veces, de subir al cajón, como se dice ahora. Pero aquellos eran otros tiempos y pese a ser un magnífico ciclista pasó a la historia como el eterno segundón, siempre a la sombra del francés y el belga, que se alzaron con cinco tours cada uno. En su época y su escuela el segundo era el primero de los perdedores. La corona de laurel era para el primero.
Y surge otra pregunta que trasciende los límites del Festival y plantea una paradoja digna de debate: ¿Es razonable que en esta época en la que la cultura no parece ofrecer mayor pujanza, se premie más que nunca? Dejándonos ir, podríamos adentrarnos en la civilización del espectáculo, que dice Vargas Llosa, pero eso ya es otra cosa.
Así que, volviendo a la sala de prensa del Festival, tras la proclamación de los vencedores no se escucharon ni pitos ni aplausos para Sparrows porque, como anticipaba, no había favorita. Podía ser ella y podía ser cualquier otra sin que ninguna lo mereciera o desmereciera en particular. "Yo se lo hubiera dado a otra pero, bueno, tampoco está mal" era una de las frases recurrentes del después.
Eso sí, una Sparrows Concha de Oro, finalmente escoltada por un premio especial del jurado para Evolution y una mención especial del jurado para El apóstata. El negocio, amigo, el negocio. Laurel y más laurel.