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LUKE nº 171 abril 2016

Vicente Huici

Crónicas con fecha. Plaza de los Terceros (Sevilla)

Todavía resbalan ruidosamente las ruedas de los automóviles al girar sobre la cera apelmazada en la Plaza de los Terceros. El olor a azahar desciende como el incienso y las palomas grises zurean lentas entre los vuelos rápidos de las negras golondrinas.

Hemos comido excelentemente en “El Rinconcillo”, taberna decana fundada en 1670 - a destacar, por cierto, su bacalao a la roteña- y ahora estamos tomando un café enérgico bajo una sombrilla amarilla y acogedora.

Paco ha intentado explicarme por lo civil la religiosidad mayoritaria de las gentes de estas tierras y, sobre todo, ese paseo exacto, denso, largo e impresionante que constituyen las procesiones de Semana Santa. La tarea parecía difícil, pero al cabo, la faena ha resultado fácil porque no hay toro ideológico más comprensivo que un agnóstico, siempre más dispuesto a captar significantes que significados. Otro gallo le hubiera cantado si hubiera tenido que enfrentarse a un toro-toro ateo, de esos que no pierden oportunidad de ir al bulto (¡a cualquier bulto!) desechando el trapo rojo.

Pero, en fin, he de confesar que, a pesar de las reflexiones antropológicas, psicológicas y sociológicas, todas sumamente interesantes, no he podido eludir los significados, aunque eso sí, más bien como fondo de paisaje (o de armario): es difícil abstenerse totalmente de intentar comprender expresiones como - y dicho sea con todo el respeto- “Pontificia y Real Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso”. Ya sabemos, sí, que en general somos muy “significamentosos “(expresión ad hoc de los hermanos Castro Nogueira en su obra ¿Quién teme a la naturaleza humana?) y que quien no se religa con un dios lo hace con una patria, con un arte o con un equipo de fútbol, (o con todo a la vez en un acto de suprema coherencia polivalente), pero aún así en ocasiones resulta complicado no ser devuelto involuntariamente a las andadas, o sea, a las discusiones (y a las guerras) del siglo XVIII.

Yo no lo he hecho, o, mejor, lo he evitado, para garantizar el buen rollo y Paco, en deferencia a mi ecuanimidad zen me ha propuesto una inmersión ilustrada en la “Librería Anticuaria” que se atisba en una esquina de esta plaza sevillana, donde está seguro de que encontraré algo interesante. (Y así ha sido: me he topado con un manoseado ejemplar del sociólogo y fenomenólogo Alfred Schutz)

Ha prometido, además, llevarme luego a Triana (chicas de ambos dos incluidas, of course) y cenar a la vera de una estatua de Belmonte, en un lugar de “ambiente cofrade” para que vea algo más de lo que se esconde tras las los polisémicos nombres de las Hermandades. Me ha garantizado un gazpacho inolvidable y el mejor cazón adobado del mundo (y también una visión privilegiada de la torre que Cesar Pelli ha pergeñado para la nueva Sevilla en dulce competencia con la giralda y su giraldillo).

Así sea y ¡olé!