nº 185: septiembre-octubre 2018

Poemas

Marlene Zertuche

Marlene-Zertuche

papá no amaba a Van Gogh

supe su postura hace años
porque lo discutimos
durante el trayecto
de una ciudad fronteriza a
otra ciudad más fronteriza aún

[de él aprendí a viajar
incluso después de morir
nos trepó a sus hijos en un avión]

vivió en el norte
uno que no se relaciona
con el ideal de frontera
de mis días infantiles

en esa ciudad
las hileras de casas
cortan los cerros al límite
y las avenidas son rápidas
como su muerte fue

argumentaba
con adjetivos
poco académicos
su impresión sobre el neerlandés
que no reproduzco aquí
porque mi intención
no es que se formen
una idea equivocada de papá
por no amar a Van Gogh
por no apreciar
las minúsculas pinceladas
que requirieron
un rigor de loco
un destello de genio

no
digo que de haber sabido
que moriría al poco tiempo
yo misma hubiese parado la discusión
para hablar de otro pintor que él sí apreciara
o esa tarde, al terminar el viaje en carretera
me hubiese sentado a fumar con él
aunque no fumo
y lo haría en silencio
sólo por observar
cómo miraba la vida

Cajita de Michoacán

Era otra vida. Él preguntó si le gustaría algún souvenir de su viaje de fin de semana. Ella respondió que coleccionaba cajas de madera de todo el mundo. Sí, una caja estaría bien. Sí, una caja prometió él. Juraba que estaba en la cajuela del auto. Días, meses, años, y sus ojos nunca vieron el obsequio: mentira, desengaño. Quebrada de tantas despedidas, una mañana de la vida nueva, por fin reparó en que sí tuvo una caja: la de Pandora, que curiosa abrió y en las manos le estallaron todos los males del mundo.

Anotación sobre mi cuerpo

Esto no quiere decir otra cosa, más que ya no sigo en pie.
De todos los hombres que prometieron quebrar mi pelvis
cuando el amor y una cama, ninguno acudió a mi ausencia.
“Elena”, susurraron en el pasado.
“Elena”, escuché repetidas veces.
Elena, antorcha apagada por el olvido.
Sobre mi cuerpo la inscripción de un nombre
para después no ser buscada.
Agua bendita del bautismo y “Elena” dijo el sacerdote.
Ahora, ¿dónde están los que me nombraron?
Dilapidada mi historia
cuyo final no le quita el sueño ni a Dios ni a los muertos
escucho “polvo somos…”

y polvo mi nombre,
polvo mi cuerpo.

canicas

antes que comience a llamarte amor
será oportuno temblarnos
acomodar la noche de mi cuerpo en la tuya
preciso abrirnos para siempre a la decepción
no esperar ninguna luz recíproca

antes que de mi boca broten vocales y placer
déjame tenerte en silencio
superar la sorpresa de tus ojos

no me juzgues por tu pasado
no hagas que pague cuentas ajenas

al ejemplo infantil recurro ahora:

no buscaré en la arena
las canicas perdidas de tus otros juegos

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© 2018 Luke

ISSN: 1578-8644

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