“Desde mi balcón, estudio el aire amarillo
Leyendo donde he escrito
La primavera es como una mujer que se desviste”
Wallace Stevens (Harmonium)
Maitines
Una pala roja y un corta césped amarillo, junto a unas sillas blancas y una puerta negra, completan la paleta de los ocres de las piedras del patio y el verdor de las hierbas del jardín. Una fotografía sin vida, pero plena de paz antes de que los habitantes de la casa se levanten de la cama y un educado “buenos días” de pie a un torrente de palabras que sepulte la visión y decolore este frescor matutino de las ensoñaciones.
La fachada de la casa
Desde la ventana de la galería, se ve la fachada de una hermosa y amplia casa de tres alturas, dividida simétricamente en dos mitades. Sobre el tejado de la parte derecha, se divisan tres chimeneas, sobre el de la izquierda una menos, dos. Las ventanas del primer lado tienen las persianas echadas, la del segundo carecen de ellas y, tras los cristales, resguardan su intimidad con un cierre de cortinas blancas. La parte derecha de la fachada está recién pintada y luce imponente, la parte izquierda se muestra descolorida, como un rostro con un ojo tuerto. Desde aquí es imposible distinguir la gente que habita en un lado o en otro de la casa; si aún duermen, si sus semblantes parecen tristes o si son felices… Desconocemos si alguien, algún día, narrará su historia. Sólo podemos admirar la fachada de la casa.
Hierba cortada
El olor de la hierba cortada alienta el placer de ese instante en que el hombre de ciudad odia la ciudad.
Cerveza y retrospectiva
En esa casa de ventanas marrones vive un antiguo amor del hombre que aguarda sentado en el jardín a dar un trago de un botellín de cerveza que un buen amigo acaba de poner a enfriar en el congelador. Los dos amigos abandonaran la casa antes de que el botellín se enfríe. Aquel amor fue tan platónico como este trago que tampoco fue.
Un hombre solo
Sentado en el jardín, el hombre solo sueña con el vuelo de Ícaro y la fuga del laberinto. Sentado en el jardín, el hombre solo cierra la puerta de hierro de su soledad sobre un nuevo ensueño. Se siente ajeno a ese mundo plagado de ruidos, en el que sus semejantes se saludan de manera protocolaria, a través de la valla del jardín. Un viento intruso agita las ramas de los árboles por encima de su cabeza y le rescata, por unos instantes, de ese enajenado ensimismamiento en el que se encuentra a gusto, aunque, si le preguntaran, no sabría responder si es feliz.
Hace tiempo
Hace tiempo que no aparece una rana de San Antón en el seto de pinos. Hace tiempo que el enjambre de avispas abandonó el alero de madera de encima de la puerta de la casa. Hace tiempo que nos dimos un último beso. Hace tiempo que no oigo a Bob Dylan cantar Una mujer del país del Norte.
ISSN: 1578-8644
LUKE social