Por qué los átomos bailan. De Eduardo Escalante

He leído con interés y admiración la poesía de Eduardo Escalante. En Por qué bailan los átomos encuentro la diferencia específica de una escritura postmoderna, es decir, posterior al reflote de los proyectos neorrománticos y post-antipoéticos de los años noventa y dos mil. La poesía de Eduardo Escalante nos convoca desde una subjetividad cuya dimensión existencial está fuertemente marcada por una crisis del vínculo afectivo, el impacto de las tecnologías masivas de comunicación en el individuo y el surgimiento de una etología global, valórica, política y biológica a finales del siglo veinte y principios del siglo XXI.
El testimonio y la indagación poéticos de Eduardo Escalante surgen de una revisión madura de la trayectoria vital de un sujeto instalado en la cultura intelectual contemporánea. Testimonia las dudas y dilemas de una lucidez que se construye a partir de la autocrítica e incluso la auto-parodia del Yo. Por otro lado, indaga en los límites del conocimiento que una visión poética del mundo puede aportar al sujeto contemporáneo, dividido entre el relativismo de las ciencias físicas y el utopismo de los metarrelatos ideológicos. Una y otra vez, la desconfianza frente a la experiencia construida por los medios tecnológicos, la orfandad de la razón frente a los consensos del poder y la situación límite de la muerte instalan el espacio del poema como un campo de incertezas. El poeta plantea preguntas y busca respuestas en la solidaridad de intertextos entrañables: Neruda, Goya, Van Gogh, Eliot, artistas agónicos que hicieron de la interrogación poética un forma de actitud vital (en el caso de Neruda, por lo menos en Residencia en la tierra).
La imagen del poeta caminando en los bordes de una topografía imprecisa, marcada por la imagen del sitio baldío, redactando “notas de campo”, funciona como tensión de las categoría dicotómicas de verdad y mentira, razón y locura, azar y necesidad: “Uno podría mentir, pero uno no podría mentir” (“Tierra baldía”). El viaje de búsqueda, único acto de autenticidad, se desarrolla en el laberinto de la modernidad urbana. Ante la caída de los grandes relatos, los mínimos gestos (“una sonrisa”) pueden constituirse, ya no como resistencia, tal vez como esperanza; no estamos frente a una propuesta pesimista, sino de un minimalismo acumulativo. Mosaico de referencias filosóficas, cotidianas, de una claridad coloquial y, a la vez, de un surrealismo sin pretensiones rupturistas. De entre los diversos poemas que componen Meandros de agua quebradiza, destaco “Mi orden interior”; aquí encontramos el dilema del hombre contemporáneo que, enfrentado a una situación límite (Jaspers) debe restituir, ya no la epicidad, pero sí la dignidad de la propia existencia precaria. Un estoicismo, que no habría desagradado a Séneca el Joven, permea los versos: “(…) me gustó la sensación de ser ingrávido. Ahora mi propia vida/ me golpea en la sien y el cuerpo (…).
Una poesía del siglo XXI, como la de Eduardo Escalante, nos concita, como lectores, para cambiar nuestros horizontes de lectura. Debemos empezar a reparar en las marcas textuales de un devenir síquico que ya no es lineal ni rizomático, sino hipertextual y cuántico. La revelación puede estar y no estar, al mismo tiempo, en el poema, pero siempre está su inminencia.