nº 186: noviembre-diciembre 2018

El Globo Rojo

Lucas Reig

cubierta de colores

Me despierto asustado, no sé qué he soñado. Tenía cogido de un hilo el sueño, se me escapa como un globo de helio. Lo veo desaparecer en el aire, sale por mi ventana, es de color rojo y parece que se ríe de mí mientras asciende y se pierde en una nube. Me ciño a la rutina para empezar el día. No queda leche, me preparo un café, dos cucharadas de un polvo soluble que me resulta amargo, como el sueño que ha escapado. Tengo que salir de esta casa, siento que hay alguien que me vigila, alguien que me ha robado ese sueño. Cuando me miro en el espejo parece que ese alguien me mira, quizás soy yo mismo, ¿cómo voy a saberlo? Vivo solo apenas hace un mes. No sé si seré capaz de convivir conmigo. De momento mis fantasmas no molestan demasiado. Duermo cuando tengo sueño, como cuando me entra el hambre, y cuando salgo al exterior el mundo me parece tan extraño, que no reconozco a gente como yo. Quizá no la hay. Intento conversar, a veces conecto la mirada con alguien, generalmente una mujer algo más joven que yo, cualquier camarera o dependienta que nota mi estado de ánimo. Me siento en una terraza, pido una cerveza, saco mi libreta, escribo lo que me viene a la cabeza, me monto un calendario en una página, hago círculos en los sábados y domingos y fiestas de guardar, me gusta saber que los que me rodean están trabajando, si los bares que frecuento cierran ese día o si puedo comprar el pan en un horno o tengo que ir a un paquistaní que sonríe y que siento que me mira como si fuera un agente de inmigración. Miro, oigo las conversaciones. Nada interesante por lo general. Cotilleos de familia, proyectos de vacaciones, hipotecas por pagar, ideas absurdas para hacer dinero. Llevo una hora sentado en una silla metálica que se clava en mi espalda, me canso, llamo a Lola, la camarera, que me sonríe y se aparta el pelo detrás de la oreja con una de las manos. Desde que estoy aquí solo hablo con ella. Camino hasta mi casa, un refugio donde me escondo. Ando sin rumbo, oscurece y las farolas de la ciudad empiezan a encenderse, poco a poco, como si iluminaran el final de la tarde. Me encuentro en una calle larga y silenciosa que no conozco, oigo mi caminar, un sonido al que intento darle fuerza para tranquilizarme. Se escucha un ruido con cada paso que doy, alguien detrás de mí, que no veo, me sigue y repite el ruido de mis pasos. Si me detengo, se detiene. Si corro, corre detrás. Vuelvo el rostro y no hay nadie. Me escondo en un portal oscuro y espero. Todo es silencio. Empiezo a pensar que cada vez estoy más paranoico. Nadie me sigue, ¿por qué lo iban a hacer? En ese momento aparece una sombra que me ignora y sigue andando en otra dirección. Ahora soy yo el que va detrás de esa sombra. La persigo a distancia, no distingo siquiera si es un hombre o una mujer, no quiero saberlo, es un objeto borroso que avanza, esquina tras esquina, calle tras calle. Se detiene ante una casa antigua, se sienta en los escalones de la entrada y me mira, pero no tiene cara. Me armo de valor, me acerco, y cuando estoy a unos metros la sombra desaparece en el aire. Estoy ante la puerta de mi casa. Aturdido, abro la puerta, subo hasta mi apartamento y descubro atado al pomo de la puerta un globo rojo que se mueve en el aire. No lo toco, lo ignoro, entro y me siento en el sofá, me sirvo una copa de vino y pierdo la vista en el vacío. Otra noche de mierda en esta ciudad. Un sonido chirriante rompe la escena. Es el teléfono. Descuelgo y una voz de mujer me dice: “hola, soy Lola, acabo ahora mi turno, te apetece tomar una copa? Cuelgo sin decir nada y una ráfaga de aire fresco entra por la ventana y agita las cortinas. Mañana contestaré.

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© 2018 Luke

ISSN: 1578-8644

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