LUKE nº 179 julio-agosto 2017

R. Rayarù

Oddveig

(Otras consideraciones acerca de este nombre misterioso)

Ella eligió la espera, que en este caso significa repetir un fracaso. Reescribir un capítulo con un resultado incierto. Seguramente peor que el original.

Oddveig

“Las relaciones humanas se vuelven progresivamente imposibles” Michel Houellebecq

Oddveig, Oddveig. Oddveig.
Repito ese nombre como un autómata sin reparar en su significado:

Mujer que espera frente al océano.

Parece un acertijo Borgeano indescifrable. Hecho de frases inconclusas que de alguna manera fueron enunciadas como signos cabalísticos en medio del vacío de nuestras vidas. Esbozadas como pinceladas delicadas que apenas mancharon la tela inmaculada. Intuiciones que sin saber por qué estuvimos seguros de su aparente significado y que seguimos con fe ciega, como un niño sigue a su madre.

En mi afán de comprensión, de pronto creí entenderlo todo, pero no era más que un cúmulo de preguntas sin respuesta.

  • ¿Cuál será ese acantilado frente al océano?
  • ¿O esa playa desierta donde Oddveig espera pacientemente?
  • ¿Espera pacientemente?
  • ¿Su espera agitada o acaso intranquila?
  • ¿Está entregada a la espera? ¿Al tiempo? ¿A lo que se le presente?
  • ¿A quién espera? —si es que espera a alguien—
  • ¿Está sola en su espera?
  • Si no es a alguien, ¿qué cosa espera?
  • ¿Espera un hecho?
  • ¿Ese hecho “único” de su vida?
  • ¿Qué espera Oddveig de la vida?
  • ¿Espera solo la muerte?
  • ¿Qué espera del amor?
  • ¿De sus amantes?
  • ¿De sus eternos viajes?
  • ¿Vale la pena esperar cuando la vida se acaba?
  • ¿Vale la pena regar flores privadas de vida con la esperanza de una segunda primavera?
  • ¿Tiene esperanzas?
  • ¿Si las tiene, son reales?
  • ¿Cuáles son esas esperanzas?
  • ¿Son reales las esperanzas de Oddveig o son solo producto de su fantasía?
  • ¿Son posibilidades de alguna realidad paralela?
  • ¿Desconocida?
  • ¿Podría Oddveig regresar sobre sus pasos?
  • ¿Deshacer el camino y elegir un punto, al azar, donde detenerse?
  • ¿Retroceder el tiempo?
  • ¿Volver al origen de las cosas?
  • ¿Recomenzar?
  • ¿Apostar por lo desconocido?
  • ¿Arriesgar todo lo que le queda? —si es que le queda algo aún por arriesgar.
  • ¿Qué acertijos esconde ese nombre misterioso?: Oddveig

Nunca lo sabremos. Lo único cierto es que Oddveig —por lo que se sabe—, en el cruce donde los senderos se bifurcan, eligió uno: LA ESPERA. Esa con mayúsculas. La espera eterna.

Ella espera también con su eterna y dulce sonrisa mientras el tiempo avanza inexorablemente dejando atrás flores mustias y cadáveres descuartizados.

Ella espera mientras yo trato de aferrarme a algo que me haga sentir que sigo vivo. Mientras busco una certeza que trato de esquivar a cada paso mientras sigo adelante con los ojos vendados. Ciego, sin siquiera tratar de ver para no asustarme. Guiado solo por el sonido de la respiración de Oddveig, que sigue sentada en esa playa desierta, o en ese acantilado, con la misma sonrisa de siempre. Con la mirada perdida entre la bruma. Azotada por el viento.

Ella eligió la espera, que en este caso significa repetir un fracaso. Reescribir un capítulo con un resultado incierto. Seguramente peor que el original. Como una mala copia de un original. Como si fuese la segunda parte de una película o de una novela, que jamás llegará a ser como la primera; tal como sucede en la vida. Nunca las segundas partes son mejores que la primera —salvo en contadas excepciones—. Por eso es que resulta difícil juzgar la no acción de Oddveig. Su decisión de mantenerse al margen de las cosas, de los hechos, de su vida. La posibilidad está de su parte. La incertidumbre también y por eso no podemos contrarrestarla.

Probablemente Oddveig seguirá allí hasta que se apague el sonido de su respiración y su nombre quede privado de cualquier significado. Hasta que sea innombrable. Hasta que el viento arrastre a Oddveig con su sonrisa eterna y la haga desaparecer entre el océano y la bruma. Hasta que la entierre en las profundidades de ese océano invisible.

Oddveig eligió uno de esos senderos. Aparentemente el más seguro —dentro de las inseguridades en las que vivimos constantemente—. Eligio ese donde el riesgo es mínimo. Donde tampoco se gana y ella lo sabe. Esa elección pasiva de Oddveig es la que nos paraliza, la que nos deja sin aliento cuando apenas ha empezado la carrera. Esa elección de alguna manera nos entierra vivos.

Esa la única certeza que tengo mientras sigo repitiendo como un autómata su nombre:

Oddveig. Oddveig. Oddveig.

Inútilmente la busco en todos los senderos posibles: inciertos, abstractos e inestables. Caprichosamente cambiantes, pero no por ello menos reales.

Nota: El nombre Oddveig es de origen nórdico (específicamente noruego) y se encuentra en muchos textos de la mitología nórdica y germánica. La primera Oddveig que se tiene referencia histórica fue una de las Walkirias (vírgenes mitológicas de la tradición nórdica) que descendía directamente del Dios Odín (el Dios de los dioses). Algunos historiadores lo consideran como el diminutivo femenino del nombre del Dios Odín, aunque no hay consenso en tal afirmación.

Las Walkirias eran hermosas y valientes guerreras elegidas directamente por Odín. Tenían el poder de sanar cualquier dolor o herida, incluso las de origen espiritual. Durante el combate debían servir aguamiel a los guerreros y deleitarlos con su belleza, pero debían conservar su castidad, ya que si no lo hacían estarían condenadas a vagar eternamente en las tierras olvidadas por los dioses y por los demonios, más allá de los confines del mundo conocido.

Al tomar posesión del Vingólf (una de las moradas de los dioses), en las faldas del valle del Valhalla, Oddveig, hija de la Diosa Freyja y del mismo Odín, fue dejada a cargo de los territorios que se extendían al este del valle hasta las frías costas de los mares del norte. Fue elegida, por petición de su madre y decisión de su padre, para cuidar de esos territorios y velar por la paz como una soberana.

Oddveig en una noche de pasión desobedeció el mandato paterno y perdió su castidad con un plebeyo que venía de las tierras australes. Algunos historiadores afirman que el joven plebeyo era en realidad un noble guerrero que venía del otro lado de los grandes océanos; algunos de ellos afirman que su origen estaría en las tierras australes del hemisferio sur donde las frías nieves polares del extremo norte y del extremo sur del planeta se conectan a través de un agujero temporal existente, pero invisible al ojo humano.

Odín al enterarse de lo acontecido condenó a los amantes al sacrificio. Pero tras los insistentes ruegos de su madre, la diosa Freyja, Odín se apiadó de la muchacha y le perdonó la vida. Pero a cambio la condenó eternamente a esperar frente al mar el regreso de su amante. El joven no tuvo la misma suerte que la hija de los dioses y cumplió su condena, sin que Oddveig jamás lo supiera.

En los fríos inviernos nórdicos, cuando el viento sopla fuerte desde el este y atraviesa las montañas donde se encuentra el Vingólf, y desciende por el valle hasta las costas del Valhalla, hay gente que afirma escuchar el sonido de la respiración de Oddveig. Un sonido parecido a un lamento visceral o a un apagado gemido de placer. Otros aseguran que entre la bruma se puede ver su sonrisa desdibujada y triste; algunos destacados historiadores naturalistas aseguran que la aurora boreal visible solo durante un breve periodo del año desde latitudes que se encuentran al norte de Napapijri (línea polar ártica) sería la prueba tangible; es decir la eterna condena de Oddveig a la espera.