LO JUSTO PARA REFLEJARSE
Claro que puedes quedarte aquí a dormir –me dijo–,
en ese cuarto no te molestará
que cante mientras duermo
ni que las paredes se muevan un poco
si les incomodara el tono
de la conversación de los cuadros,
los cuales algunas mañanas
aparecen tirados por el suelo.
Fue a enseñarme el cuarto, abrió la puerta:
dentro estaba el mar.
Nos sentamos sobre un peñasco.
Peces triangulares y a rayas
nadaban próximos a la superficie,
lo justo para reflejarse.
Fíjate –me dijo–,
si miras a la izquierda verás el cielo,
el mar y la arena con sus verdaderos colores
(y era verdad, y era precioso)
y si miras a la derecha
verás el mismo paisaje pero en blanco y negro
(y era verdad, y también era precioso).
De todo cuanto ahí había,
sólo dudaba de la brisa.
CINCO MUJERES PARA DECIR ADIÓS
He llegado hace un rato a este pueblo.
Me han acomodado en una casa
de habitaciones desordenadas y oscuras.
Salgo a tomarme un café
mientras miro los actos programados:
mi nombre aparece en uno por la mañana
y otro por la noche, efectivamente,
pero desconocía que por la tarde intervengo
en uno llamado “Cinco mujeres para decir adiós”.
En la cafetería, un hombre con rasgos filipinos
me besa como si me quisiera robar todo el aire.
Recuerdo que he dejado la aspiradora funcionando,
salgo corriendo para apagarla
y entonces todo se vuelve silencio:
veo a la gente mover sus labios como si me llamaran
mientras doy grandes zancadas sin oírles,
veo a personas a las que supuestamente conozco
mientras salto una montaña de ropa sin ruido,
personas cuyos nombres olvidé y a quienes no saludo
porque yo también soy silencio.
Me detengo cuando veo a lo lejos
que alguien se está despidiendo,
vuelve el sonido y soy la primera
en desearle un buen viaje.
Por fin llego a la casa y apago la aspiradora.
Suelto una bolsa encima de un sofá
repleto de cosas. Necesito acostarme
aunque sé que no me voy a dormir
porque unas libélulas que se están peleando
vuelan violentas por todo el cuarto.
NOTA ALTA
Estoy haciendo un examen
y en algún momento advierto
que una mujer me mira desde la puerta.
En sus ojos y rigurosa quietud
hay algo terrible que me asusta
pero me olvido de su presencia
para no desconcentrarme
y continúo respondiendo
hasta que llego a la pregunta
en la que se me pide que diga
quién es Elena Román.
Me animo porque ésa me la sé
y respondo que soy esa mujer
que mira desde una puerta
en cuyos ojos y rigurosa quietud
hay algo terrible
que me asusta incluso a mí.
Vuelvo al momento anterior al examen,
cuando trato de atar la bicicleta a la pared
mediante una abrazadera de plástico
de las que cierran los paquetes de pan de molde,
y consigo engancharla por fin en una parte del muro
donde el cemento es fresco y todo se pega.
En el momento posterior al examen
entro y me dicen que el profesor
está buscándome para felicitarme
por haber sacado una nota tan alta
gracias a la pregunta cuya respuesta era yo
y otra vez estoy fuera y se me olvida
que he dejado de fumar y saco un cigarro.
Me voy de nuevo en busca de mi bicicleta
para tener con ella una relación
puramente sexual.
BIOGRAFÍA
Elena Román, nacida y residente en Córdoba, ha obtenido, entre otros, el III Premio Internacional de poesía Blas de Otero–Villa de Bilbao y el XXVII Certamen Internacional de poesía Barcarola. Ha publicado diecisiete libros en poesía y narrativa, siendo los últimos ¿Qué hacer con Freud además de matar a Freud? (Liliputienses, 2017), Pan con Pan (La isla de Siltolá, 2016) y Ciudad girándose (Baile del sol, 2015). Ha colaborado con sus textos en diarios, revistas y antologías literarias nacionales e internacionales, y ha sido traducida al francés y al árabe. Pertenece a la organización del Festival Internacional de Poesía Voix Vives en Toledo, al Consejo de redacción de la revista literaria Psicopompo en Cáceres y al Colectivo Multidisciplinar HíVrida en Córdoba. Perpetra el blog http://elblogtardiodeelenaroman.blogspot.com.es/.