LUKE nº 176 enero-febrero 2017

Antonio Maura

Voces Brasileñas. Luiz Coronel: la verde voz de la pampa brasileña

Luis-Coronel

La poesía

Antes de ser palabra,
figura,
la poesía
se anuncia por el clima,
aroma,
aura.

Así como la lluvia
después de que desembarcaran las palabras
con sus instrumentos.

El sol con sus tambores.
El amor,
con su triste violoncelo.


Pesquisa

Fui a buscar en tu cuerpo
moras recién cogidas.
Quedó, ardiendo en los labios,
un áspero gusto de vida.

Quise dejar en tu cuerpo
las marcas de mi deseo.
Si extiendo las manos, no alcanzo.
Si cierro los ojos, no veo.

En tu cuerpo yo busco
el desvarío de los sentidos.
Por valles y montañas
avienta el viento tus gemidos.

Quería porque quería
destapar tus secretos.
La noche me dice: es tarde.
Las nubes responden: es pronto.

Siempre pensé en tu cuerpo
como en un velero sobre las ondas.
Si decido gritar tu nombre
tal vez el eco responda.


La pasión

La pasión es un incendio
en la fábrica de fuegos de artificio.
La pasión es un baile
al borde del precipicio.

La pasión afila las uñas
con gestos angelicales.
Enseñan a coger petunias
mientras que afila puñales.

Cuando la pasión acaba
el mito se quiebra.
Y queda la sensación de un viaje
contra una lluvia de piedras.


Gaudêncio Sete Luas

La luna es un tiro al blanco,
y las estrellas, bala y bala.
Viene el minuano y yo me salvo
bajo mi sombrero de ala.

Si retumba la gritería,
relampaguea mi machete.
Quien no muestra valentía,
en la pelea, desaparece.

Marqué la paleta de la noche
con el sol que es hierro en brasa.
Y el día llegó mugiendo
para bañarse en agua calma.

Para calentarme, mate caliente,
para refrescarme, helada fría.
No se queda para ser simiente
quien nació en la ventisca.

1 Minuano: viento del sudoeste, seco y frío, que sopla en invierno, después de las lluvias, en el sur de Brasil.

El espacio donde habita la poesía tiene una temperatura determinada y sus cielos pueden estar vacíos o circundados de nubes. En la poesía hay un clima como en cualquier región del mundo, donde surgen días luminosos y tardes lluviosas y, cuando llueve y luego escampa, sale el sol con su redoblar de tambores de luz y de calor. El poeta escribe entonces sus poemas como quien reparte sombrillas a los cegados y sudorosos veraneantes. Así inició su lectura el poeta Luiz Coronel, oriundo del estado de Río Grande de Sur, en la pequeña sala de la Residencia de Estudiantes, donde ya se escuchó la voz de Federico García Lorca o de Octavio Paz, y también las de los poetas brasileños Haroldo de Campos, Ferreira Gullar, Lêdo Ivo o Carlos Nejar.

La poesía y el poema nacen, de repente, como ráfagas luminosas en la tiniebla cotidiana. Vienen acompañados por su propia musicalidad como una canción, como una de esas melodías que se oyen en la distancia, en la noche, en lejanos parajes y extrañas ciudades. Llega y se presenta como un cuerpo hecho de palabras y de sonidos, con su aliento agitado y unos labios, donde arde “un áspero gusto de vida”. La poesía tiene la anatomía de una mujer, porque el poeta es un hombre y desea abrazar con todas sus fuerzas, hasta el “desvarío de los sentidos”, esa presencia que es semejante a un territorio con sus noches y sus días, sus nubes y sus cielos claros, con sus secretos, sus remolinos y ventiscas. Y fue así, a oleadas, como nos llegó la voz de un poeta de la pampa brasileña, llena de historias vividas o contadas que luego formarían parte de su propia epidermis, que más tarde alimentarían sus cuerdas vocales, y se habrían de convertir en gritos o en gemidos, en sensuales lamentos o en apasionados incendios, pues el canto se condensa en brasa y acaba por quemar.

Luiz Coronel es un poeta de la infancia y del amor. Y también de los gestos heroicos de todos aquellos que tiñeron con su sangre la pampa siempre verde y sedienta. Por sus versos cabalga Gaudêncio Sete Luas y la tropa de lanceros de la escuadra farroupilla. Por la noche, los cuerpos cansados, las gargantas resecas, se oyen contar los decires e historias a la luz del fuego y al calor del mate y la rapadura. Y entre los presentes alguien menciona, entre susurros, el nombre de Leontina das Dores, la que tanto sufrió de amor, de soledades y de encuentros furtivos. ¡Ah, el amor! Luiz Coronel gira y gira, viaja y recorre tierras, pero siempre vuelve al mismo sitio. Y ese lugar es una casa y un lecho de mujer.

Y nosotros, los que le escuchábamos, no sabíamos que la pampa era semejante a un mar verde, intensamente verde, que se encrespaba en oleajes de hierba. E ignorábamos que el viento, cuando sopla, trae aromas de jazmín y canciones de tierras distantes, que las mujeres son aguerridas, valientes y tejen con su sangre los colores de la bandera farroupilla, enseña que ondea al viento esa legión de guerreros que fundaron la República de Piratiní.

En Luiz Coronel late el aliento épico, como la voz lírica o el epitafio fúnebre. Contaba en Madrid que los muertos cuando mueren se llevan su sombra y nos dejan su luz. Y, en el claroscuro de las vidas, los héroes legendarios son semejantes a los más cotidianos, a aquellos que recorren sus existencias junto a las nuestras: unos y otros se pierden igualmente en la distancia inalcanzable, pero dejan su recuerdo luminoso, ese aroma inconfundible que se hace un hueco en los recodos de la memoria.

De Luiz Coronel se han dicho muchas cosas. Los poetas que ya estuvieron leyendo sus versos en la Residencia han comentado su “alegría y dolor de vivir con los ojos y los oídos atentos a las imágenes y los rumores del mundo” (Lêdo Ivo), su expresividad poética que es como “una tempestad de la pampa, como una nube cargada de lluvia o un sol generoso” (Marco Lucchesi), o han resaltado la conjunción, en sus canciones, de la melodía con las imágenes que “hablan mágicamente con el lector de forma sorprendente” (Carlos Nejar).

Entre los grandes escritores de Río Grande, en cuyos orígenes habría que situar al maestro Érico Veríssimo, en todos aquellos que han cantado y narrado esas tierras del sur, fronterizas y combativas, tiernas e indomables, están el narrador Luiz Antonio Assis Brasil, el cronista Luis Fernando Veríssimo o el poeta Armindo Trevisan. Y entre todos ellos, a su vera, con trote ligero de gaucho, está Luiz Coronel.

Dijo Carlos Drummond de Andrade que su poesía era una combinación feliz de humor, poesía y arte, en definitiva, una fiesta. Y por eso la vieja Residencia de Estudiantes rejuveneció con su voz y la Casa de las Conchas, de Salamanca, se inundó de melodías. Cantaba Luiz Coronel: todos acogimos su voz luminosa y él se llevó la sombra.

Antonio Maura