La persona encargada de la promoción de la lectura en la ciudad y de la supervisión de los fondos bibliotecarios es una mujer inteligente y culta. Su apuesta por la lectura en los barrios populares tiene su colofón en la divulgación de las letras en los congresos, las ferias del libro y los encuentros que organiza en los diferentes municipios de la región. Su trabajo es intenso, a mediodía, cuando los demás descansan o se van a tomar un café, ella conduce un programa de una hora de duración en Radio Cámara (95.9 FM) donde acompaña con acierto al autor que se enfrenta a los micrófonos y donde difunde con creces la obra de los escritores y de los artistas que viven o visitan la ciudad. En los últimos años me ha entrevistado un par de veces y tanto sus preguntas como sus comentarios me llevan a pensar que no solo es una persona educada y cercana, sino que es una experta en la divulgación de la cultura. Con personas como ella es sencillo entablar un diálogo ameno que responda a los intereses de la gente que escucha este tipo de programas en la radio. Me sorprendió que supiera de mis libros –pues nunca pensé que estos llegaran a países diferentes del mío–, y mucho más, lo recuerdo muy bien, una de las preguntas que me hizo la última vez. Me sorprendió por dos razones bien diferentes: primero, porque no me la esperaba, y segundo, porque me quedé callado, pensativo, sin saber qué decir. Fue esta: “¿Por qué no salen nuevos escritores con una voz propia?”. Cuando nos despedimos en las calles del centro, en las escalinatas de la Casa de la Lectura, me recomendó la obra de Evelio Rosero: “Es un escritor serio. Al igual que a ti no le gusta aparecer demasiado, pero si deseas conocer la literatura del país, podría ser uno de esos a quien hay que leer”. Y con una letra más clara y más grande que la mía me escribió el título de dos de sus libros en mi cuaderno de tapas rojas: Los ejércitos y La carroza de Bolívar.