Viste como las muchachas de la ciudad, con camisetas vistosas y jeans ajustados. Peina su melena negra con una trenza que cuelga delante de su pecho. Yorlady Dianey trabaja en Naturalezas Gloria, una tienda diminuta encajonada en la esquina de un edificio bajo, una tienda naturista con mucho color dedicada a la venta de las plantas medicinales que curan los problemas del cuerpo y sirven para diferentes bebidas refrescantes y mezclas aromáticas. Su actitud dialogante y su simpatía le permite entablar cualquier conversación con las personas que se acercan a su lugar de trabajo, donde cuelgan sobres de plástico con hierbas y ramas tropicales en su interior, así como otras plantas que se muestran en medio de la acera. Plantas para la suerte, ramas para el té, hierbas para baños son las expresiones que salen de sus labios mientras atiende a las mujeres y hombres que se acercan por las calles del centro de la ciudad para comprar hierbas que mejoren su salud o su belleza hasta llegar a esta tienda encajonada entre dos locales de moda, más amplios y más modernos, pero asimismo, más vacíos… “Esta se hierve con aguapanela, ¿me entiende?”, le dice a una joven de color canela que se interesa por los beneficios de una rama que le quitará el dolor de cabeza. A los clientes les explica las propiedades de cada planta en cuestión. Ellos preguntan y ella, que lo sabe todo de las hojas que curan las dolencias del cuerpo y de las ramas que calman los sufrimientos de la mente, responde con precisión, con sabiduría, con naturalidad. En menos de un cuarto de hora, la joven despacha con maestría a una docena de personas que entran y salen del local. Cuando le pregunto si le molesta mi presencia me invita a sentarme en una de las dos sillas de color rojo colocadas en la entrada del local. Desde ahí, sin moverme, puedo escuchar el latido de la ciudad y conocer las preocupaciones de la gente. Puedo fotografiar la calle desde el interior de esta tienda que me llamó la atención en mis paseos sin rumbo por la ciudad.
El centro tiene un ruido inconfundible, un estruendo propio, una manera de ser caótica, un ritmo trepidante que se presenta a los ojos con un color llamativo, original, chillón, de una belleza particular, como el de las muchachas de la ciudad que visten con camisetas vistosas y jeans ajustados; y sin embargo, en cualquier acera o en cualquier esquina, entre calles o alrededor de las mismas plazas, en cualquier lado se puede encontrar eso que cada uno busca, quiere o lo que tarde o temprano se ha de llevar a casa con una sonrisa en la boca, sin haber gastado mucho dinero y sin la sensación, por último, de haber perdido el tiempo.