“Todo es de mentira. Es una ciudad de hormigón”. La reflexión de un diplómatico en Praga muestra bastante bien la realidad de la arquitectura. Pese a que nada es lo que parece, Praga tiene el encanto de las cosas cuidadas. Parece estar parada en el tiempo, lista para el turista, y es mentira. Es una ciudad barata, pero es cara. Comer y tomar cerveza es un placer al alcance de los visitantes, pero no lo es comprar un trozo de cristal de difícil utilidad.

Las gentes de Praga tienen un nivel de vida por encima de los españoles e increiblemente más elevado que en el resto de Chequia. Pero es un dato indiferente para el turista que sólo piensa en el sabor de la cerveza. Aquellos extintos veinte duros daban para un caña de grandes dimensiones.

Quien la visita busca llevarse la imagen de la Praga soñada : la de la ciudad más bella. La música en la calle, el reloj, el puente, el castillo, -un horror de lugar en el alto de una colina-, o el niño Jesús de Praga. Tiene su encanto para tres o cuatro días, lo tiene aún más para vivir, pero es probablemente un mal destino para 15 días.

Lo mejor de Praga es la noche de invierno. Ponerse un gorro y salir a pasear por la calles poco iluminadas y casi vacías. Pensar que es la tierra de Kafka, o sea de alguien a quien se supone complicado. Pero incluso los mejores momentos se desvanecen cuando suena el móvil en el bolsillo y la normalidad de un atentado en Euskadi rompe el encanto. Es mentira en Praga tampoco se para el tiempo.

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