CREACION

Talento

(5)

bingen sasiain

(viene de la página anterior)


Y por fin, el especial de la casa, sólo para casos muy graves. Será el que más infraestructura requerirá, y es más que posible que pasen varios meses desde que pongamos el negocio en marcha hasta que podamos ofrecer este servicio. Creo que la jarra me temblaba en las manos. Honrado comerciante que ha sufrido docenas de atracos y robos en su vida. ¿Cuánto crees que pagaría por quitar de en medio sin el mínimo riesgo al enésimo yonki que viene a robarle? No a uno cualquiera de los que se cruza todos los días por la calle, sino a ese que le ha amenazado con una navaja y se ha llevado su cartera hace escasos segundos. El yonki se da la vuelta satisfecho, y cuando va a empezar a correr, nuestro hombre le mete cuatro balas en la espalda. Anda cien metros, monta en en el consabido coche modelo vulgar color discreto con matrícula falsa que lo lleva de vuelta a su ciudad.

Por supuesto, todo esto no es más que mera teoría, el método científico exige una experimentación concienzuda previa a la comercialización del producto.

Me convenció. Siempre lo hacía. Sólo que hasta entonces el sometimiento a sus tesis nunca había implicado verme involucrado en una prueba, en un experimento que debía probar lo acertado de nuestras sesudas conclusiones. Nuestras.

Fue la primera vez que estuve con Talento un día que no fuese viernes. También fue la última. Déjalo todo de mi cuenta, me había dicho guiñando un ojo al despedirnos, basta con que aparezcas el lunes a eso de las seis por la rotonda de Muguruza. Para cuando llegué me estaba esperando sentado plácidamente en un banco, con dos destartalados ciclomotores junto a él. Se me hizo francamente extraño que la banda sonora que acompañó su explicación no fuera la consabida canción de Barricada sino la infernal cacofonía del tráfico que a esa hora punta daba a la palabra caos todo su significado. El plan consistía en introducirnos en aquella marea de coches con las motos, separados por unos pocos metros. Avanzaríamos tranquilamente, él delante y yo detrás, hasta encontrar al que sería el cobaya de nuestro experimento. Una vez consumada la explosión de violencia, Talento dejaría su antigualla motorizada tirada en el suelo, montaría en la mía y yo lo sacaría de allí por alguno de los callejones que flanqueaban la calle principal. Y luego, ¡a celebrarlo!.

Si bien las dudas sobre lo que ibamos a hacer me habían acompañado todo el fin de semana y el lunes, un sentimiento de curiosidad mezclado con algún tipo de remordimiento por estropearle su gran oportunidad a Talento habían mantenido a raya las ganas de echarme atrás. En cuanto me vi subido en aquel cacharro, tragándome el humo de mil tubos de escape y sudando por no perder de vista al insigne filósofo me sentí el hombre más ridículo del universo, pero ya no había marcha atrás. Talento avanzaba seguro de sí mismo, conduciendo con una corrección exquisita. Si provocara a propósito la ira de alguno de los conductores, el experimento sería fallido- me había explicado mientras se ajustaba el casco integral. Confieso que recé para que llegara al final de la calle sin novedad. Mis plegarias no fueron escuchadas. El destino esperaba a Talento en forma de carcamal montado en un reluciente Volkswagen Escarabajo gris metalizado de la última hornada. El conductor, un abuelo de unos sesentaycinco años, tocaba la bocina como si en ello le fuera la vida, parando sólo para que sus histéricos gritos fueran audibles. El hombre libraba su guerra particular contra todos los conductores de la ciudad y sus respectivas madres cuando Talento lo adelantó suavemente, por el lado del conductor.

(sigue)

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