CREACION

Talento

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bingen sasiain

(viene de la página anterior)

Te pondré un ejemplo. ¿Cuántas veces has soñado, estando en medio de un gran atasco, en salir del coche y partirle la cara al desgraciado del coche de atrás, ese que lleva media hora pitándote e insultándote como si tu hubieras parido el embotellamiento? Sonreí. Talento sabía ganarse a la gente. Pero no lo haces. ¿Qué harías después? Tienes el coche inmovilizado, cualquiera puede anotar la matrícula, pueden acusarte de agresión. Cuando menos la noticia trascendería y te crearía una reputación de persona violenta que te acompañaría toda la vida. ¡Además de autista, violento!, tercié. Nos reímos. El precio a pagar puede ser demasiado caro. Ahora bien; ¿qué ocurriría si condujeses un coche que alguien ha alquilado para ti con identidad falsa, estuvieras en una ciudad donde nadie te conoce, tuvieses un reluciente bate de baseball en el asiento de al lado y supieras con certeza que, una vez de haberle arreglado a conciencia el coche al capullo de la bocina, podrías dejar el coche allí y tener a alguien esperándote para llevarte a casa a tiempo para las noticias de las nueve? ¿Te lo pensarías dos veces? Tomo esa sonrisa por una negativa. Y la siguiente pregunta: ¿Cuánto estarías dispuesto a pagar para que se diera ese cúmulo de circunstancias maravillosas?

Aquello era demasiado para un cerebro tan castigado por el alcohol como lo estaba el mío a esas alturas de la noche. A Talento le tenía totalmente sin cuidado predicar en el desierto.

Otro caso: padre de familia con trabajo bien remunerado, acosado por jefe que le putea sistemáticamente. En caso de aplastarle la cara al cabrón es más que posible que no tardara ni una semana en encontrar otro trabajo, dada su gran proyección profesional. Pero no puede, hay algo que lo impide. ¿Qué dirían sus compañeros, sus amigos, esa preciosidad de tirabuzones rubios que tiene a medias con su amantísima esposa?

¿Qué le ofrecemos a este cliente? Me encogí de hombros. Le buscamos un trabajo basura razonablemente lejos de su ciudad, con identidad falsa. Le arreglamos los pocos papeles que pidan en ese tipo de sitios. La molestia para él es mínima, sólo tiene que acercarse un día a firmar. Llega su primer gran día de trabajo. Como es lógico, todos sus superiores inmmediatos, y muchos que no lo son, se sienten en el derecho de criticarle y avasallarle. Pero a él no le importa. Aguanta estoicamente, esperando a aquel que lo humille un poco más que el resto, recordándose a sí mismo la miseria que cobraría en caso de llegar a fin de mes en esa pocilga. Y en un momento dado, como no podía ser de otra forma, aparece el Cabrón de cabrones. Vocifera, se deshace en gestos e insultos hasta que nuestro gran hombre estima que tiene la mejilla suficientemente castigada y le destroza la mitad de los dientes con la barra de hierro –cortesía de la casa- que lleva en el bolsillo. Cesa la pataleta. El Hombre Insulto sangra copiosamente, está tan perplejo que apenas puede llevarse la mano a la boca antes de que le caiga el siguiente golpe, y otro, y otro que lo tira al suelo. Nuestro padre de familia le propina un par de puntapiés, mira sonriente a la audiencia enmudecida. Sale del edificio silbando, se monta en el coche con matrícula falsa y conductor que le espera en la puerta y, de camino a casa, paga la suma astronómica que habíamos concertado por hacerlo feliz. Ya es sólo cuestión de días, una vez de que lleva el veneno de la venganza en la sangre, de que le aplique el mismo tratamiento a su querido jefe.

Brindo por eso.

(sigue)

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