(viene de la página anterior)
¿Hay acaso algún viso en dosmil años de cultura cristiana, de la cual es heredera nuestra sociedad, de que el poner la otra mejilla haya calado la mitad de hondo que el ojo por ojo, diente por diente? Trago, jarra vacía. La venganza no es sólo justa y justificable, sino necesaria y saludable, nos vienen a decir. Olvidemos seguidamente que ésta debe ser proporcional a la ofensa sufrida y... ya estamos en condiciones de desplegar nuestros más sanguinarios instintos sin que sufran nuestra buena conciencia y nuestras ganas de cenar, siempre que sea en legítima defensa.
El intermedio entre la primera y la segunda razón me pareció un momento muy apropiado para volver a llenar las jarras largo rato vacías. Una pareja haciendo equilibrios en sendas banquetas para comerse mutuamente las anginas y un borracho cantarín haciendo sombra a Barricada formaban la clientela. Tampoco esa noche el jefe se iba a hacer millonario gracias al lucrativo negocio de la hostelería.
Dicho así volvíamos a estar frente a frente-, una vez constatada la repugnancia generalizada por la violencia gratuita, podria parecer que cualquiera que sufriera la más mínima agresión se lanzaría a aniquilar a aquel que lo había incomodado. Es evidente que no es esto lo que ocurre. Esto se debe a que desde pequeños hemos sido educados en el miedo al Gran Hermano, ese que nos vigila a todas horas para castigarnos en cuanto nos salimos de las normas establecidas. Llámalo policía, padres, justicia, Dios, rechazo social. El miedo a recibir un severo castigo en caso de dar rienda suelta a su afán de venganza cohíbe al individuo, lo hace reprimirse aún cuando en su fuero interno está convencido de que una respuesta contundente es lícita y necesaria.
Me tenía fascinado, desorientado. Era incapaz de imaginar siquiera adonde quería ir a parar. El siempre llegaba a alguna parte, ninguno de sus razonamientos era casual o divergente, todos convergían siempre en una conclusión final.
Pues bien, ahí es donde entramos nosotros. Ahí es donde creamos el mayor bálsamo para los instintos humanos desde la invención de la pornografía.
Estaba exultante. Aquella no era la media sonrisa que esbozaba cuando, tras varios razonamientos concéntricos, llegaba al centro de una de sus descabelladas teorías. No, aquella sonrisa era la del artista que ha parido su más excelsa obra maestra y es totalmente consciente de ello. Me sentía el crítico de arte más inepto del mundo.
Ahí es donde nos forramos.
Nunca lo había visto así, jamás le había oído hablar de dinero. Me sentí en la necesidad de decir algo. ¿Otra?
El negocio consistirá en hacer vivir a nuestro clientes situacions de la vida real en las que se sentirán agredidos y, por una vez, podrán dar la respuesta contundente que no se han atrevido a dar en otras ocasiones, sin que esto y ahí es donde intervenimos nosotros- les provoque ningún tipo de consecuencia negativa.
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