El caballo de Troya: Mujeres (Amado Gómez Ugarte) | ||||||||
El paso: El rigor (José Marzo) | ||||||||
El reloj de arena (Enrique Gutiérrez Ordorika) | ||||||||
El tiempo como gastronomía (Julia Otxoa) |
EL CABALLO DE TROYA (amado gómez ugarte) | ||
"Mujeres" Por mucho que celebremos cada 8 de marzo el Día de la Mujer Trabajadora, los derechos de las mujeres continúan en entredicho sin que nadie parezca tener intención de poner remedio a la situación. No hay más que contemplar las tremebundas estadísticas de malos tratos familiares, el número de mujeres que ejercen la prostitución o la facilidad que se da a los violadores para que salgan tan felices de la cárcel. Pero no hace falta llegar tan lejos, hay otros malos tratos, más sutiles, que ellas también padecen de continuo. Me refiero a la diferencia de oportunidades con respecto a los hombres. Sobre todo a la hora de acceder a los puestos de mando y poder, de autoridad y decisión. Ahí están los machos por delante. Aunque sean inferiores en preparación, si son machos, vale. Baste como ejemplo comprobar cómo en este país, en el que se supone que habitan tantas o más mujeres que hombres, la representación parlamentaria femenina resulta ridícula (en cantidad, digo). Lo que demuestra que, a la hora de confeccionar las candidaturas, los partidos políticos están dirigidos por dictámenes masculinos, en algunos casos rayando el exclusivismo. Sin embargo, ellas han demostrado con creces, allí donde no existe discriminación, como es el caso de la Universidad o las oposiciones, que no sólo están a la altura de los varones, sino que los superan en número y calificaciones académicas. En política hay dos tipos de mujeres que se abren paso más fácilmente, tal vez porque se las considera menos peligrosas. Las que van de sumiso florero (para hacer número y adornar el escaño a la vez) y las que han asumido como suya la mentalidad masculina (las integradas y conformes con el patriarcado económico, social y cultural en que habitan). Y esto es, seguramente, un triste paradigma de por qué sinónimos derroteros deambula la sociedad. Claro que tampoco es de extrañar esto en un país como éste, donde en la inmensa mayoría de los hogares son las mujeres las cocineras, mientras en la tele se hacen famosos los cocineros. El acceso de la mujer al trabajo podía haber supuesto una revolución (un cambio drástico) en los cotidianos hábitos machistas, obligando al hombre a ejercer su parte correspondiente en las labores del hogar y a comprobar por sí mismo que cocinar, limpiar y cuidar de los hijos no es asunto de señoras, sino de cualquiera que tenga manos y cabeza. Pero, en líneas generales, no ha sido así. Buena parte de las nuevas trabajadoras han tenido que apechugar a la vez con el trabajo externo y con la brega doméstica. Otras han convertido su nuevo "status" en una vulgar escalada de clase social: tener criada. Y las cosas, en lo esencial, siguen como estaban en tiempos decimonónicos, o prosperan a paso tan cansino que el avance se aprecia de modo ciertamente escaso, como el insignificante progreso de un triste caracol buscando un horizonte inalcanzable. Yo creo que va siendo ya necesaria una nueva manera de interpretar la vida, la cultura y la política, porque el patrón y el "modus operandi" masculino se han quedado obsoletos y no aportan ya nada al progreso. Los hombres han convertido sus feudos, ya sean ayuntamientos, parlamentos autonómicos o estatales, en un gallinero de gallos solos picoteándose todo el día, a poder ser en la cabeza. No sé qué ocurriría si las mujeres gobernasen más o gobernasen todo. Pero peor no íbamos a ir. Marguerite Yourcenar, en su magnífico libro "Memorias de Adriano", tiene la sabiduría de poner en boca del emperador romano (que vivió entre el año 76 y 138) una frase que para deshonra nuestra sigue manteniendo vigencia en nuestros días: <<La libertad de las mujeres de hoy, mayor o por lo menos más visible que en otros tiempos, no pasa de ser uno de los aspectos de la vida más fácil de las épocas de prosperidad; los principios, y aún los prejuicios de antaño, no se han visto mayormente afectados.>> En resumen, que las mujeres continúan eternamente al borde, no sé si de un ataque de nervios, como las dibuja siempre en sus películas Pedro Almodóvar. Pero sí al borde, apartadas de su derecho a la igualdad real y verdadera con respecto al hombre. |
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EL PASO (josé marzo) | ||
El rigor El conocimiento es un viaje sin fin que uno puede emprender desde cualquier punto. Un individuo de inclinaciones científicas, por ejemplo un muchacho de Leganés, podría comenzar interesándose por los caballos tras una jornada con sus amigos en el hipódromo de la Zarzuela. En un manual de hípica, vería la serie de fotografías de un caballo al galope realizada por Muybridge en el siglo XIX. Desde entonces, haría sus propias fotos de caballos, que revelaría en su propio laboratorio artesanal, con los químicos que él mismo habría compuesto. De la química al estudio de la física sólo dista un palmo, y en una introducción a la física leería por primera vez el nombre del materialista Demócrito, gracias al cual redescubriría la cuna griega de la civilización occidental y la democracia ateniense. En este momento de su largo periplo, nuestro muchacho de Leganés, como un arriesgado navegante de la Edad Media, ya tendría en su cabeza un incompleto, inexacto y descabellado mapa del mundo, pero un mapa al fin y al cabo. Sin embargo, el viajero no podría compartir el conocimiento adquirido si al mismo tiempo no hubiera realizado otro viaje, en este aspecto de dirección vertical, entre lo personal y lo social, que habría afectado a su lenguaje. Si hubiera profundizado en un lenguaje personal, habría adquirido expresividad y nos encontraríamos ante un poeta. Si, como es el caso, se hubiera elevado hacia el lenguaje social, ganando en abstracción, se habría acercado al ideal del rigor científico, la formulación de verdades aceptadas por todos, con independencia de nuestros puntos de vista personales, intereses, emociones y sentimientos. Dos y dos son cuatro y Beijing es la capital de China, que está en el hemisferio norte. Nuestro muchacho de Leganés ya se habría convertido en un humilde sabio. Que se le reconociera o no como tal, eso ya no importa. Por desgracia, la realidad es otra. En el mapa que del mundo se ha hecho nuestro muchacho de Leganés, ya todo un hombre barbado, sólo hay tendones y músculos, hormonas y virus. Tras finalizar la educación secundaria, estudió veterinaria, se especializó en solípedos, y su tesis doctoral versó sobre la alimentación de la cría caballar en el Sistema Central. Ahora trabaja analizando muestras de orina, heces y sangre de caballos para la Comunidad de Madrid. Lo ignora casi todo de todo lo demás y su lenguaje ha adquirido una gran precisión técnica, que espera le sirva para pelear con sus colegas de departamento por un ascenso. Es así como el conocimiento, dividido, subdividido, seccionado y colocado en la báscula del interés, degenera en un pseudolenguaje, una jerga, una burda falsificación del rigor científico que podríamos llamar rigor mortis, la expresión de los cadáveres. |
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El reloj de arena (Enrique Gutiérrez Ordorika) | ||
Aprender a vivir exige una ingenuidad heroica que otorgue sentido a las cosas. Escribir es interrogar a la eternidad a través del sucedáneo de un éxtasis de palabras que nadie pronunció antes, aunque nombren las mismas cosas; es recrear de la nada sensaciones que abarrotan lo que ya existe. La realidad no admite posesión, sólo iluminaciones que desvelan pequeñas partículas del mundo en el que la intuición prende el candil y el resplandor lo llena la incertidumbre. No es que llegue más lejos el que no sabe adónde va, sino que tanto la búsqueda como el regreso son simplemente metáforas de una perpetua insatisfacción. En algún lugar escribió Thomas Mann: "Libre es sólo lo impasible". No importa si esta afirmación encierra una verdad, viene por detrás otro y esgrime que el pensamiento es efímero y la imagen absoluta. Cada lector excava en las imágenes con pala de sepulturero esparciendo el abono de lo que se pudre. A su manera lo recogen los versos de Auden en memoria de Yeats: "Ahora se reparte en cien ciudades, destinado del todo hacia el cariño anónimo, a ser feliz en bosques de otro tipo y a ser condenado por un código extranjero de conciencia. Las palabras del hombre que ya ha muerto se alteran en la entraña de los vivos". Como Borges, el beduino desmonta del camello y avienta un puñado de arena modificando el equilibrio del Sahara. Acaba de realizar una insignificante proeza invisible que resume su existencia y se pierde en la inmensidad de las dunas. Literatura encerrada en un espejismo porque el desierto es continua y perenne modificación. Consuela que estas líneas viajen por impulsos eléctricos, no tienen que justificar la muerte del árbol, no hay manchas en ningún papel. Pero da lo mismo que el internauta encuentre en las profundidades de la galaxia informática un oasis de frases perfectas: "Lo bello no es más que el comienzo de lo terrible" le advierte Rilke desde una Praga de piedra que lo contempla con gesto irónico. Los adoquines que no pisan nuestros pies son adornos en las fotografías. Lo virtual es un tiempo no vivido, el tiempo lo mide el Moldava que pasa bajo los arcos del puente y el color azul de un pañuelo en el metro Malá Strana. Cada cual es libre de ponerle geografías a sus olvidos. Un libro es un simple disparo contra la duda y el dolor. Lo simbólico se impone a lo real. Esa es la semilla de la cultura: poner nombre a lo que se quiere aprehender, dar con una frase que resuma el sentido de la existencia. Es absurdo tomarse demasiado en serio. Las estrellas brillan con luces anónimas que ni siquiera sabemos si aún existen. Llueven montañas de arena sobre una vida que es un plagio continuo, una imparable repetición de interrogantes que a duras penas se pueden enhebrar con cínica risa . Hoy alguien dará la vuelta al reloj, pero -como escribió Vladimir Holan- el dolor siempre será mucho más grande que nosotros y sin embargo nos tendrá que caber en el corazón. |
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El tiempo como gastronomía (julia otxoa) | ||
Amigo, hagámonos una confidencia, ahora que parece no nos observan los gastrónomos.¡ Qué montaña de huesos cubriendo los párpados del día!. No se te ocurra tocar el higado de la oca, las sagradas tripas del cerdo, los ojos de pez extinto, las cuencas vacías del tiempo. Arrodíllate, sólo arrodíllate ante la muerte servida en vajilla de plata, y sé silencio como ellos. "Ya eres uno de los nuestros" te dirán entonces. Aunque puede que nada de esto ocurra, y un buen día se fijen en tu talla y te trituren el higado, y seas un bonito mártir extendido en rebanadas. Ciertamente el aire huele a comida hasta la náusea. |
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